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8 de Octubre de 2011

Nostalgia de la luz: Una joya cinematográfica

Esa luz, que viene desde un pasado muy remoto, es todo un símbolo de nuestra caducidad y de nuestra lábil permanencia en el tiempo. Porque el tiempo, contrariamente a los que sostienen que sólo el presente existe, para Guzmán es sólo pasado.

Por Joblar
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Patricio Guzmán – con su Batalla de Chile (1977-1980), Chile, la memoria obstinada (1997), El caso Pinochet (2001) y Salvador Allende (2004), entre otros – está catalogado como un “director político”. Y político es también este documental, no sólo por sus referencias a la historia pasada y reciente, sino sobre todo por su incisiva exaltación del conocimiento como el camino para liberarse de la opresión de la ignorancia, que genera la opresión del hombre por el hombre.

El “húmedo” planeta Tierra, visto desde el espacio, aparece como una gigantesca esfera azul. Pero se advierte una mancha de color marrón: es el desierto de Atacama, que – junto con la luz – es el protagonista de este documental.

Ese rincón del globo terráqueo es el más árido y seco del mundo. De allí que su cielo es de una pureza inigualable, al punto que ha sido escogido por los astrónomos para instalar los telescopios más poderosos del mundo. Son los que aparecen en la película, como centinelas de los misterios del cosmos.

Mientras tanto, otras personas buscan aclarar otros misterios en la tierra seca y estéril. Los arqueólogos van tras los rastros de los pueblos prehispánicos, con su caminos y petroglifos. Las mujeres que perdieron a un ser querido, en cambio, buscan los restos de los “desaparecidos”, enterrados clandestinamente y luego exhumados para arrojarlos al mar o en otro sitio.

Pero el desierto es también historia del siglo pasado, primero con las salitreras y los cementerios; después con el Campo de Concentración de Chacabuco, ubicado a 100 kilómetros de Antofagasta. Como tantos otros tópicos del filme, constituye dos caras de una misma moneda: la vida de los mineros era muy similar a la de los prisioneros políticos. Sólo que estos últimos se organizaron para estudiar astronomía en las largas noches de cautiverio. Hasta que los carceleros prohibieron las reuniones, porque “estaban estudiando el cielo para fugarse guiándose por las estrellas”.

Esa luz, que viene desde un pasado muy remoto, es todo un símbolo de nuestra caducidad y de nuestra lábil permanencia en el tiempo. Porque el tiempo, contrariamente a los que sostienen que sólo el presente existe, para Guzmán es sólo pasado. Los sonidos y la luz requieren de un tiempo para llegar a nosotros. Por lo tanto, toda la información que recibimos ya es pasado. Y ese pasado es el que el hombre trata de conocer por medio de la luz, que hace desaparecer las tinieblas. Hay que pensar que la obscuridad es el estado normal de la materia inerte, pero ésta cobra vida cuando es tocada por la luz.

Fotografía y música impecables hacen de esta película una creación estética de altísimo nivel, que despertará inquietudes filosóficas en la mayoría de los espectadores. El resto disfrutará de la belleza de nuestro maltratado hogar planetario.

(Nostalgia de la luz. Chile, 2010)

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