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22 de Enero de 2012

Así cambió la revolución la vida de los vecinos de la plaza Tahrir

"Cuando hay gases lacrimógenos usamos vinagre y Coca Cola, y mantenemos las ventanas cerradas", cuenta apacible el "hach", rodeado por los bolsos de su establecimiento.

Por EFE
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Si la Revolución del 25 de Enero ha cambiado la vida a alguien en Egipto es a los vecinos y comerciantes de la plaza cairota de Tahrir, que se han convertidos en testigos de excepción de las protestas y disturbios del último año.

De ser centro administrativo y turístico por su cercanía a varios edificios gubernamentales y al Museo Egipcio, Tahrir ha pasado en los últimos doce meses a ser símbolo de la revuelta popular contra el régimen de Hosni Mubarak y la Junta Militar.

Ello ha implicado que el anciano “hach” (peregrino a La Meca) Mahmud, que tiene una tienda de bolsos en uno de los edificios de la plaza, en el que también vive, se haya transformado en un experto en lucha callejera.

“Cuando hay gases lacrimógenos usamos vinagre y Coca Cola, y mantenemos las ventanas cerradas”, cuenta apacible el “hach”, rodeado por los bolsos de su establecimiento.

Asegura que nunca ha tenido miedo cuando ha habido enfrentamientos entre manifestantes y las fuerzas del orden en el vecindario y que cuando no ha podido salir de su casa ha pedido comida a domicilio en algún restaurante para poder comer él y su familia.

La puerta del edificio donde reside el “hach” Mahmud está cubierta de cartones, que sustituyen a los cristales rotos por la policía durante los disturbios de noviembre pasado.

El portero, Ibrahim, se acuerda de la tensión vivida esa noche: “Los manifestantes entraron para protegerse de la carga policial y yo cerré la puerta con llave por dentro”.

Entonces, “llegaron unos hombres vestidos de paisano que decían que eran policías y que les abriera, como no estaba seguro de que lo fueran no les abrí”, rememora.

Al final resultaron ser agentes e hicieron añicos los cristales de la puerta para acceder al interior y llevarse a los manifestantes allí escondidos. Al portero solo lo amenazaron.

Sin embargo, no todo el mundo se ha visto perjudicado por los altercados en Tahrir, ya que hay quien se ha aprovechado para hacer negocio, como el hostal Ismailiya.

Ubicado en el octavo piso de un inmueble, los balcones del hostal tienen una vista privilegiada de la plaza, codiciada por periodistas y cámaras de televisión que han cubierto las protestas en El Cairo.

Reporteros de todas las nacionalidades han sido huéspedes de este hostal, cuyas habitaciones se han convertido en improvisados estudios de televisión.

Este tipo de cliente ha permitido a un negocio que se nutría de turistas sobrevivir ante la ausencia de estos durante el último año, disuadidos por la inestabilidad en Egipto.

La falta de visitantes extranjeros también ha afectado a la farmacia Doctor Malek, próxima al Museo Egipcio, cuyos clientes provenían de los hostales cercanos.

“Ahora tenemos picos cuando hay disturbios en la plaza”, señala el farmacéutico Magdi, quien detalla que, sobre todo, venden material de primeros auxilios como yodo, vendas y mascarillas quirúrgicas, que los revolucionarios suelen emplear para protegerse del gas lacrimógeno.

“Trabajamos codo con codo con los manifestantes -dice Magdi-. Durante la Revolución regalábamos los medicamentos, ahora cobramos (a los manifestantes), pero con un buen descuento”.

Para Magdi, la situación en Tahrir se ha deteriorado en las última semanas porque ya no hay manifestantes acampados, sino “delincuentes” sin oficio ni beneficio que se dedican a asaltar a los viandantes.

Las jaimas que ocupan el centro de la plaza se ven desde el balcón de la oficina administrativa de la aerolínea española Iberia en El Cairo.

El supervisor de la administración de ventas, Yehia Abdel Azim, coincide en que la inseguridad ha aumentado y evoca cómo recientemente hubo un día en el que no pudo entrar en la oficina por los disturbios en la zona.

Pero la inseguridad no es el único inconveniente que soportan los vecinos y empleados de empresas en Tahrir, ya que a ella se suman los atascos y nuevas barreras para acceder a la plaza.

No es que los atascos no existieran en la época prerrevolucionaria pero este año se han intensificado por la escasez de policías de tráfico, que se han retirado del área para evitar la furia de los manifestantes que los consideran símbolo de la represión de las autoridades.

También contribuye la construcción de muros de hormigón en algunas calles que acceden a Tahrir, que la aislan de edificios gubernamentales como el Ministerio del Interior, el Consejo de Ministros o el Parlamento.

“Ahora tenemos que dar un gran rodeo si queremos ir a la calle Qasr al Aini”, se queja el portero Ibrahim, quien pese a todas las incomodidades no se marcharía de la plaza, pasado, presente y tal vez futuro testigo de grandes cambios en Egipto.

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