Pelequén: El pueblo condenado a comer con matamoscas y gastar $7 mil semanales en insecticidas
El pequeño poblado de 4 mil habitantes se levantó contra la planta de lodo Colhue cansado de vivir en la insalubridad. Hoy no desconfían del anuncio de cierre de la firma y advierten que están dispuestos a todo por su derecho a vivir en un espacio libre de insectos y mal olor.
La empresa Colhue se adelantó a la reunión de la comisión regional de evaluación ambiental programada para este viernes (que suspendió por 90 días el funcionamiento de la planta) y el miércoles en la noche (pasadas las 20:00 horas) determinó paralizar temporalmente las actividades de su centro de tratamiento de lodo ubicada a pocos metros de Pelequén, Región de O’Higgins.
En esos precisos minutos, cuando los medios de comunicación daban a conocer la carta emitida por la firma, cerca de 60 pelequeninos terminaban una marcha pacífica que iniciaron en la plaza de la localidad, recorriendo la Avenida Santa Rosa (una especie de La Alameda de Pelequén) y algunas poblaciones como Villa Artesanos, Santa Rosa, Luis Orlando y Villa Centenario, portando lienzos, tocando pitos, cornetas y un bombo. Todo bajo la atenta escolta de tres carabineros de tránsito.
Luego de paralizar la ruta 5 Sur el pasado fin de semana largo y reunirse con el Intendente, Patricio Rey, los habitantes de Pelequén aceptaron no manifestarse radicalmente hasta este viernes, día de la sesión especial que definirá si el compromiso de cierre temporal de la planta de residuos orgánicos Colhue se convierte en una decisión definitiva.
A pesar del compromiso, los vecinos de Pelequén siguen en pie de guerra. Así lo manifiestan cada vez que hablan de la lucha que están dando en contra del mal olor y las moscas que los atormentan hace un poco más de 4 años, coincidentemente cuando entró en funcionamiento la planta, a pocos metros del poblado.
Es por eso que sentencian que no se van a conformar con menos que el cierre definitivo de la planta. Carmen Pavez, dirigenta vecinal de la Villa Centenario, asegura que de no ser así, en el pueblo están decididos a tomar medidas de fuerza y a volver a salir a la calle.
Las moscas y el mal olor
Una actividad tan cotidiana y necesaria como almorzar, se ha transformado en un desafío y una molestia en Pelequén. La presencia de moscas es impactante y repugnante. Para comer es necesario contar, además de los cubiertos, con un matamoscas.
Esta medida la aplica Carmen cada vez que tiene invitados, a quienes les entrega el “arma” para protegerse. Mientras con una mano llevan la cuchara a la boca, con la otra deben custodiar la comida de los insectos que merodean el plato con la habilidad de un esgrimista.
Carmen bromea cada vez que invita a un forastero a que conozca su casa. “Le presento a mis parientes”, dice apuntando a un ‘cazamoscas’ copado de moscas de gran tamaño (un tubo similar a una pila tipo D desde donde se desprende una huincha plástica que se cuelga en el techo, a la cual se adhieren las moscas). Un producto que debe instalar por lo menos dos veces al día, los que retira saturados de insectos.
En la Villa Luis Orlando, la más nueva de la localidad, Juanito, un pelequenino de toda la vida, se declara molesto con la situación, apuntando al desembolso que debe hacer para espantar los insectos. “Hay que gastar en esos spray y cada uno sale 2 lucas y media. En la semana ocupo dos y hasta tres. Saque la cuenta”, detalla.
Pero no todo es negativo, dependiendo del ojo con que se mire. Al instalarse la noticia del reclamo de los vecinos, un astuto santiaguino llegó a Pelequén a vender matamoscas, repelentes y cazamoscas. A pesar de las bromas, el microempresario logra vender todos sus productos diariamente.
Marcia Soto es parvularia y directora de la Escuela de lenguaje Santa Rosa desde el año 2004. Viaja diariamente desde Rengo y confiesa que en los últimos años se ha notado la presencia de moscas y el mal olor. Un fenómeno que se traduce en el aumento del gasto que hacen en productos de limpieza, spray repelentes y desinfectantes.
Pero la Tía Marcia confiesa un episodio desagradable que vivieron durante el paseo de fin de año del 2011. Con los niños y apoderados acostumbran visitar el Fundo San Luis, contiguo al terreno donde se emplaza la planta Colhue, realizando actividades al aire libre, pero esta vez “el olor era insoportable y había muchas moscas. No era lo mismo que otros años”, sentenció.
En el Centro de Salud Familiar (Cesfam) también pueden dar testimonio del mal que afecta a los pelequeninos. Según Berta Miranda, directora del recinto, han aumentado las consultas por enfermedades gastrointestinales, sobre todo en los niños. Pero lo que más llama la atención “es el aumento del número de casos por picadura de insectos”, señala.
Un caso emblemático de enfermedades gastrointestinales es el que sufrió Gadiel, nieto de Carmen, de sólo 9 años. El pequeño, fanático del fútbol y de la Unión Española, estuvo casi 2 meses con problemas estomacales producto de una gastroenteritis.
El pueblo tirapiedra
En menos de una hora se puede recorrer caminando Pelequén. Un pueblo tranquilo de casi 4 mil habitantes, que tiene como puntos de referencia la iglesia (el templo a Santa Rosa) y la plaza. La Avenida Santa Rosa cruza todo el poblado a lo largo, en paralelo a la ruta 5 Sur y la línea férrea, vías entre las cuales se emplaza la localidad. En cada una de sus esquinas se pueden ver los restos de barricadas encendidas en los últimos días y banderas negras colgadas de los postes y en las rejas de las casas.
Pelequén no posee cajero automático, ni farmacia, ni una bomba de bencina. Existe un sólo supermercado, que no pertenece a ninguna de las grandes cadenas. Más bien responde a las dimensiones de lo que sería cualquier minimarket de Santiago.
Tampoco tiene ambulancia ni un servicio de emergencia en el Cesfam, esto último porque no cuenta con la presencia de un médico de turno.
Posee una comisaría, cuyo contingente no superó nunca los 5 funcionarios policiales. Por eso, para los pelequeninos fue chocante ver dos micros llenas de efectivos de Fuerzas Especiales, un carro lanza gases y otro lanzaagua.
Carmen Pavez confiesa que nunca había estado al lado de un “guanaco” en su vida, ni menos respirado el aire viciado que dejan las bombas lacrimógenas. A pesar de que los pelequeninos cumplieron el acuerdo de no tomarse nuevamente la carretera, ni encender barricadas, el contingente policial se mantiene en el lugar. Durante el día se pueden ver parejas de carabineros rondar la plaza y los puestos de muebles ubicados a un costado de la ruta.
El mismo personal policial que vio como los trabajadores de la principal fuente de trabajo de Pelequén hicieron uso de su materia prima para defenderse: las piedras rosadas de cantera. Junto a la fabricación de muebles de madera y el trabajo en el campo (viñas, frutas y verduras), la artesanía y el tallado de piedra rosada es el oficio que se transmite de generación en generación y le da vida a Pelequén.
La piedra rosada sirvió para combatir la fuerza policial que según la pobladora Juanita Núñez fue despreciable. “Hemos recibido un mal trato de carabineros”, señala, agregando que ella fue parte de la mesa de diálogo que se desarrolló el pasado lunes en el salón de la iglesia Santa Rosa junto al intendente Patricio Rey.
Jorge, uno de los representantes de la juventud pelequenina que también estuvo en la sesión, detalló que Rey a ratos se mostró molesto cuando subía el tono de la discusión y que al ser increpado argumentaba “’no tengo el botón para cerrar la planta’. Era pura diplomacia. Pero si no la cierran el viernes, vamos a dejar la cagá”.
Una reunión donde el pueblo demostró la molestia de los vecinos, no sólo por la problemática de la contaminación, sino que por el actuar de la policía. Así como Juanita y Carmen, Matías, dueño de una mueblería, detalló que efectivos de FF.EE. ingresaron al jardín de su casa disparando balines de goma y bombas lacrimógenas. En tanto, Carla Díaz, alertó que “bombardearon las casas. Mi hermana de 12 años estaba aterrada”.
“En esa casa amarilla, entraron los carabineros a sacar a los dos hijos de la señora Laura. A ella le dio un ataque y casi se nos muere”, detalla Carmen mientras nos señala una casa ubicada en la calle que conecta la plaza con la estación de tren Pelequén.
A pesar del escenario algo más favorable, con el cierre provisorio de la planta, los vecinos siguen organizados. Los más jóvenes se contactan a través de las redes sociales, principalmente Facebook. Y fue, precisamente, ahí que crearon un evento para protestar el sábado pasado, el que derivó en la toma de ruta 5 Sur, según confirma Carla, de 19 años. La página C.I.M.A.T. (Centro de Información Monitoreo Alerta Temprana) se ha transformado en su principal canal de información.
La lucha contra los malos olores y las moscas, provocó la unión de los vecinos, que los sacó de su habitual tranquilidad para luchar por su pueblo, inspirados en Aysén, según muchos reconocen. Un sentimiento que despertó entre ellos la idea de convertir a Pelequén en comuna, desprendiéndose de Malloa.