La imagen más recordada del terremoto en el relato de su autor
El fotógrafo de la agencia AP, Roberto Candia, contó en primera persona cómo vivió las horas que siguieron al terremoto que el 27 de febrero de 2010 y cómo tomó su cámara para retratar el dolor el destrucción que marcaron a las regiones de Los Lagos y El Maule.
El fotógrafo de la agencia AP, Roberto Candia, describió en primera persona y minuto a minuto cómo vivió las horas que siguieron al terremoto que el 27 de febrero de 2010 y cómo tomó su cámara para retratar el dolor y la destrucción que marcaron a las regiones de Los Lagos y Maule.
A pocas horas del fatídico movimiento telúrico, Candia llegó a la localidad de Pelluhue. Mientras retrataba la devastación provocada por el tsunami, se encontró con el artesano, Bruno Sandoval, quien también recorría la zona llena de escombros, árboles caídos y techos arrastrados.
En medio de la destrucción, el joven se encontró con una bandera chilena rasgada y llena de barro que levantó frente al lente de Candia. Así, de una casualidad, surgió la imagen que dio la vuelta al mundo y fue destacada por medios como The New York Times y de paso, se transformó en el símbolo de la lucha por la reconstrucción. Conoce aquí los detalles de esta impresionante historia:
Venía de regreso de mis vacaciones, junto a mi esposa, mi suegra y mis dos hijos, desde el sur de Argentina. Íbamos a Santiago pero el jueves 26 de febrero hicimos un alto en Talca, para visitar a la abuela de mi señora, que vive allá. Decidimos quedarnos dos días. Las mujeres alojaron en la casa grande y yo y mi hijo nos quedamos en una casita contigua. Creo que me dormí cerca de las 2.30, después de haberme fumado el último pucho. Cerca de las 3.30 empezó todo. Desperté bastante desorientado. No sabía si estaba soñando. Incluso pensé que podía haber entrado un camión a la casa. El movimiento se volvía cada vez más fuerte y me di cuenta de que se trataba de un temblor mayor.
Desperté a mi hijo, intenté tranquilizarlo, pero el movimiento parecía interminable. Cuando por fin concluyó, me levanté, tomé a Diego, le pregunté por sus zapatos, pero, como todo niño, los había dejado en cualquier parte. Agarré a Diego con el hombro, casi como a un cordero. Salí de la casa y comencé a gritar. Mi mujer me respondió, desde la casa principal, que estaban bien. Estaba todo en el suelo. Todos los muebles, los vasos, los platos. Era como si una bomba hubiera caído al interior de la casa.
Sacamos los vidrios para que no se cortaran los niños, juntamos agua inmediatamente, buscamos linternas. Intenté, sin éxito, sintonizar alguna radio en el auto. Mi señora, por suerte, encontró una radio de frecuencia corta que tenía su abuela y logramos sintonizar una estación en Chubut (Argentina). Ahí hablaron de un gran temblor con epicentro en Chile. No hablaron ni de terremoto, ni daban más precisiones.
Al rato apareció el vecino de la abuela, Marcelo Maturana, que venía a saber cómo estaba ella. Soy el fotógrafo de AP en Chile y, evidentemente, tenía que salir a trabajar. Pero no podía sacar mi jeep de la casa porque el portón eléctrico se había desencajado. Entonces le pregunté a Marcelo si me podía llevar al centro. Y me dijo que no había problema. Regresamos a las 5.45 de la mañana. Todos me preguntaron qué era lo que estaba pasando, qué había visto. Yo venía muy mal. Lo único que atiné a decirle a mi mujer fue “Está la cagada”. Le expliqué que en la 1 Sur estaba todo por el suelo y, peor que eso, había cuatro personas muertas. Cuando dije eso, todos nos quedamos en silencio. Mi hijo no estaba ahí, por cierto.
Luego, aún con la cabeza en todas partes, intenté bajar las fotos en el computador, pero estaba sin batería. La tía de mi mujer consiguió que una de sus vecinas le prestara un computador donde pude descargar las fotos. Puse una tarjeta 3G que tenía para conectarme a Internet y me marcaba el máximo de señal, se conectaba incluso, pero no había flujo de señal. Estuve tres horas intentándolo. Sabía que era tiempo perdido pero, la verdad, no tenía ganas de salir nuevamente. Quería estar en casa.
En esas horas también intenté comunicarme por celular y por mensaje de texto. Uno que otro mensaje logró enviarse y fue así como ubiqué a Aliosha Márquez, mi compañero en AP, que estaba en Santiago. Le pregunté por el teléfono satelital. Sabíamos que la única chance que teníamos era que el teléfono satelital llegara hasta Talca. En el intertanto, hablé con Juan Carlos Romo, de El Mercurio, y decidimos ir a la central de Entel en Talca, para intentar conseguir Internet. Los ingenieros estuvieron cerca de dos horas trabajando hasta que lograron habilitar el Internet. Estando ahí, me pude contactar con el jefe regional de AP Latinoamérica, Niko Price, quien me hizo una pequeña entrevista sobre cómo había vivido la situación. Le entregué además algunos datos que había logrado recolectar. Con esta información, él hizo una nota que fue una de las primeras en circular.
Alrededor de las 10 de la mañana, logré enviar cerca de 15 fotos de lo que había sido esa madrugada. Aliosha llegó, en un auto arrendado, a las 5 de la tarde, junto a Víctor Ruiz, fotógrafo de la agencia Reuters. Le dije a Aliosha que se fuera en la camioneta directo a Concepción. Por mi parte, me iría a Constitución. Víctor Ruiz decidió acompañarme.
Pasé por la casa de la abuela de mi señora a avisarles que partía al sur. Allí pedí prestado un poco de dinero, cien mil pesos. Mi hijo Diego se echó a llorar. “Por favor, papá, no te vayas”, me decía. Para mí fue un momento muy duro. Nunca lo había visto llorar así. Mi señora tranquilizó a Diego y luego me abrazó y me dijo: “Tengo que pedirte tres cosas. La primera, por favor, cuídate, no te arriesgues más de lo necesario. Lo segundo, llámame todo el tiempo, para que estemos tranquilos. Y lo tercero, hazlo la raja, sácate la cresta. Que valga la pena ir”. Me fui llorando. Hoy pienso que mi mujer fue muy generosa. Tuvo una reacción que yo no habría podido tener.
Agarramos mi jeep, pero antes le ofrecí a Marcelo Maturana que trabajara conmigo esos días y aceptó. Al final éramos Marcelo, Víctor, Juan Carlos Romo y yo. Para mí era importante que se subiera Juan Carlos, porque era el único que conocía bien la zona.
Sigue leyendo el texto extraído de la revista Dossier de la Univeridad Diego Portales en este link.