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12 de Marzo de 2013

El cónclave de la renovación se inicia en medio de un clima de divisiones

Los 115 electores que a partir de esta tarde elegirán al sucesor de Benedicto XVI, enfrentan un escenario de tensión marcado por críticas al secretario de Estado vaticano, Tarciso Bertone, y los escándalos de Vatileaks y el banco del Vaticano.

Por Redacción
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Ya lo dijo este lunes el vocero del Vaticano este lunes: la primera fumata suele ser negra.  De ahí queda más que claro que sería bastante raro que este martes se elija al nuevo Santo Padre que sucederá al renunciado Benedicto XVI. De hecho, a juicio de los expertos sería casi como un récord y un milagro que los 115 cardenales electores se pusieran de acuerdo tan rápido.

Hace casi 8 años, cuando salió electo el alemán Joseph Ratzinger, hicieron falta cuatro votaciones y dos días para que el esperado humo blanco inundara los cielos de Roma. La situación de la Iglesia, y sobre todo del Vaticano, hoy parece mucho más confusa. Los expertos barajan dos nombres como principales favoritos —el italiano Angelo Scola y el brasileño Odilo Pedro Scherer—, pero también reconocen que, si ellos no resultaran elegidos en el plazo de dos días, el cónclave surgido de la renuncia de Benedicto XVI puede arrojar una gran sorpresa.

Tensión y candidatos

En la antesala a la importante cita que se inició este martes de manera oficial con la misa “Pro Eligiendo Pontífice”, se llevaron a cabo 10 largas reuniones en las que 161 cardenales intervinieron para abordar la situación de la Iglesia.  Muchos de ellos, sobre todo los más desafectos a la curia, han cuestionado la gestión del cardenal Odilo Pedro Scherer

Y no sólo eso.También se abordaron otros los dos escándalos que más han atormentado a la Iglesia en los últimos meses: el caso Vatileaks —la filtración de la correspondencia privada de Joseph Ratzinger— y la gestión del Instituto para las Obras de Religión (IOR), el banco del Vaticano. Los dos asuntos han puesto de manifiesto una vez más que el gobierno de la Iglesia necesita una reforma urgente y que la opacidad del IOR dice muy poco en favor de la institución que representa.

No deja de llamar la atención que una de las últimas decisiones de Benedicto XVI al frente del pontificado fuese el nombramiento de un nuevo presidente del IOR —el anterior, Ettore Gotti Tedeschi, había sido despedido por el cardenal Bertone— y que la última de las diez congregaciones generales celebradas por los cardenales para preparar el cónclave también estuviese dedicada, el lunes, al estudio de la situación del banco. El secretario de Estado, en su calidad de presidente de la comisión cardenalicia encargada de la vigilancia del IOR, informó a los cardenales de la integración de la entidad en el sistema internacional bancario. No hay que olvidar que, después de numerosas sospechas, Benedicto XVI tuvo que aprobar en diciembre de 2010 una ley para luchar contra el blanqueo de dinero en las instituciones financieras del Vaticano. Una fea cuestión todavía no resuelta.

A pesar de lo poco que ha contado el padre Federico Lombardi sobre el contenido de las congregaciones generales, se da por seguro que los 115 cardenales electores que se encierren esta tarde en la Capilla Sixtina ya tienen un retrato robot del nuevo papa. Se habla, sobre todo, del cardenal Angelo Scola, que es un italiano no demasiado afecto a la Curia, y del cardenal Odilo Scherer, que sí lo es, aunque al tratarse de un brasileño con apellido alemán pueda parecer que es alguien ajeno a la burocracia vaticana.

La cuestión es que ni uno ni otro parecen responder al perfil de un papa capaz de ilusionar a la Iglesia, de superar los escándalos tan recientes —“las aguas bajaban agitadas y Dios parecía dormido”, dijo en su última audiencia pública Benedicto XVI— y enviar un mensaje de esperanza a los católicos en un momento de crisis mundial. ¿Hay alguien con ese perfil entre los 115 cardenales que esta tarde se encerrarán en la Capilla Sixtina? Si lo hay, ha pasado desapercibido al radar de los expertos.

El momento de ese candidato distinto a los favoritos Scola o Scherer llegaría, según los expertos, de prolongarse el cónclave más de dos días. En ese momento, bajo El juicio final de Miguel Ángel, los cardenales podrían buscar otras alternativas distintas a las precocinadas antes de entrar en el cónclave, en los días previos en Roma, de congregación general en congregación general y de restaurante en restaurante. A nadie se le escapa que en muchas ocasiones los juegos de poder han jugado un papel fundamental en la elección de los papas, pero también que en una situación tan extraña como la actual —con un papa emérito, la sombra tan reciente de los escándalos, la fuerza de los cardenales americanos— la incertidumbre es más grande que nunca y puede saltar la sorpresa.

Tal como adelantó Lombardi, la primera fumata será a las ocho de la tarde del martes, “y probablemente negra”. Lo dijo con una sonrisa, como queriendo avisar que una ni dos ni tres fumatas negras suponen un fracaso. Si, en cambio, se llega al fin de semana sin un nuevo papa, se desatarán los nervios y las especulaciones. Y, aunque los 90 ayudantes del cónclave —desde sacerdotes a chóferes— han jurado guardar el secreto, no sería de extrañar que empezaran a filtrarse rumores sobre pugnas y desacuerdos.

Hay en la historia ejemplos de cónclaves eternos, como aquel de 1740 en que salió elegido Benedicto XIV. Duró 181 días, y de los 51 cardenales electores, cuatro murieron en el trayecto. No obstante, según una información de Radio Vaticano, los “cónclaves cortos” empezaron en 1846 con la elección de Pío IX. Duró tres días. Sería un buen promedio, aunque ahora, en la era de lo inmediato, la espera se haría mucho más eterna que en el siglo XIX.

Algunos de los cardenales electos empezaron anoche a despedirse de sus fieles a través de sus cuentas de Twitter. No decían gran cosa, las habituales llamadas a la oración y al Espíritu Santo para que ilumine la elección. El más curioso, uno del cardenal italiano Gianfranco Ravasi, tuitero empedernido, quien hace unos días se quitó temporalmente del vicio con un mensaje corto que parecía una advertencia a algunos de sus colegas: “El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (Mateo 23,12).

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