Malala: "Quiero ayudar a mi país y ser un día primera ministra de Pakistán"
Hace un año, el 9 de octubre, dos talibanes pararon la camioneta en la que volvía del colegio en el valle del Swat. "Ese día pensaba en el trabajo que tenía que entregar en la escuela sin saber que ese viaje de regreso a casa terminaría en un hospital de Birmingham", contó en una entrevista la joven sentenciada a muerte por los talibanes.
Un año después de sobrevivir de forma milagrosa al zarpazo del terrorismo, la joven Malala tiene hoy más claro que nunca que su futuro pasa por continuar su cruzada por la educación femenina, y está dispuesta a seguir formándose, meterse en política y “llegar algún día a ser primera ministra de Pakistán”.
“La mejor forma de luchar contra el terrorismo y por la educación es a través de la política. Por eso lo elegí, porque un médico solo puede ayudar a una comunidad, pero un político puede ayudar a todo un país”, dijo hoy la joven activista paquistaní en una entrevista a Efe con motivo del lanzamiento, esta semana, de su libro “Yo soy Malala”.
Hoy lo tiene claro, pero hace años soñaba con ser médico porque en la sociedad pastún “es difícil para una niña imaginar” lo que puede llegar a ser. Después empezó a ver el mundo, poco a poco, a conocer a mujeres como Benazir Bhutto, a Martin Luther King o a Nelson Mandela, y entonces pensó: “Malala, puedes ser quien quieras”.
Hace un año, el 9 de octubre, dos talibanes pararon la camioneta en la que volvía del colegio en el valle del Swat. “Ese día pensaba en el trabajo que tenía que entregar en la escuela sin saber que ese viaje de regreso a casa terminaría en un hospital de Birmingham”, rememora la joven.
Los recuerdos de aquellas horas trágicas son vagos, la mayoría gracias a lo que le contaron después. Uno de ellos preguntó “¿quién es Malala?”. Entonces le agarró “fuerte” la mano Moniba, su mejor amiga, pero no tuvo tiempo de decir nada porque le dispararon a quemarropa.
“Quise responderle pero no me dejó. Ahora sí puedo. Soy Malala y quiero contar mi historia en este libro”, asegura la joven activista, que intenta quitarse protagonismo asegurando que en realidad es la historia de todas las personas que han sufrido el terrorismo, la ignorancia, el analfabetismo, “y por ellas quiero elevar mi voz”.
Convertida en icono global de la educación femenina, aspirante al Nobel de la Paz que se anuncia mañana, viernes, Malala no duda un instante cuando le preguntan por los talibanes.
“Solo son terroristas que quieren imponer sus leyes a través de las armas y en nombre del Islam. Pero no, el verdadero Islam es una religión de respeto, de tolerancia, de paz”, asegura.
De mirada expresiva y gestos de buena oradora, reconoce que en esta nueva etapa, repleta de viajes, entrevistas y actos públicos, le cuesta seguir estudiando, pero su sueño sigue intacto, un mundo “muy simple” en el que cada niño va a la escuela, donde aprenden, tienen libros y lápices, y viven una vida feliz y en paz.
“Hoy es un sueño pero lograremos que mañana sea una realidad”, asegura la joven, quien agradece las muestras de apoyo y todo el amor que recibe. “Ahora siento que es mi responsabilidad seguir trabajando por la educación y hablar por los derechos de quienes sufren el terrorismo y quienes no tienen voz”.
En ocasiones hasta ella misma parece olvidar que apenas acaba de cumplir 16 años. “Muchas veces me pregunto, ¿hago los deberes o me concentro en el libro?. ¿Hago los deberes o trabajo en la fundación Malala? Ambas cosas son importantes, pero entonces pienso, Malala, si pierdes diez minutos viendo la tele o jugando al criquet está bien”.
Gracias “a skype y al móvil” Moniba le cuenta los chismes de la escuela, y habla también con Malka-E-Nur, otra chica con la que solía competir en el colegio. “Un día me dijo que ya no le gustaban los exámenes, que no tiene con quien competir, y que me echa de menos. Hemos olvidado la rivalidad y ahora también somos amigas”.
Cuando le preguntan por su vida en casa, lejos de las cámaras y al margen de los discursos, habla con ternura de sus dos hermanos pequeños, de como se la pasan “todo el día peleando y jugando al iPad”, como otros niños de su edad. “Pero yo les digo que empiecen el activismo en casa, que vayan a la escuela y que aprenda”.
Acompañada siempre de su padre, Malala también tiene tiempo para reivindicar a Tor Pekai. “En la foto la gente solo ve a Malala y a su padre, pero no pueden ver a la mujer que hay detrás de ellos, mi madre. Es una mujer muy valiente, quien incluso en los momentos más difíciles nunca dejó de apoyarnos”.
Su padre, Ziauddin, le dice que ahora debe concentrarse en su recuperación, pero ella lo tiene claro. “Quiero es seguir aprendiendo, estudiar duro, ir a una buena universidad (…) para poder volver algún día a Pakistán. Es mi país y uno no olvida la tierra donde nació. Espero volver lo antes posible”.