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30 de Noviembre de 2013

Una cadena de centros de estética ayuda a las supervivientes del horror machista en Pakistán

Un salón de belleza no parece el lugar más probable para una superviviente de un ataque con ácido, pero una cadena paquistaní de centros de estética ha ayudado a casi medio millar de ellas a rehacer su vida tras el horror que vivieron.

Por EFE
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“Un día hace diez años vino al salón una mujer cubierta con burka y me dijo ‘Usted es esteticista, ayúdeme’. Se descubrió la cara y me quedé horrorizada”, dice Masarrat Misbah, propietaria de treinta centros y promotora de la Fundación Smile Again (sonríe de nuevo).

Tras ayudar a esa primera víctima de un ataque con ácido -“había perdido un ojo y tenía la barbilla y las mejillas pegadas al cuello”, recuerda-, Misbah puso un anuncio para que fueran a su establecimiento otras mujeres en circunstancias similares.

“¡El primer día se presentaron 42!”, dice esta empresaria de la ciudad meridional de Karachi, que desde entonces puso en marcha una entidad que ha ayudado a más de medio millar de víctimas de quemaduras, un 80% de ellas por ataques con ácido.

“Una mujer atacada con ácido puede necesitar más de veinte cirugías para recuperar una imagen más o menos normal”, explica Misbah, que precisa que una sola operación puede costar alrededor de 50.000 rupias (500 dólares).

“Financiamos sus cirugías, pero también les damos apoyo más allá. Estas chicas a menudo quedan desamparadas, e intentamos ayudarlas a formarse, a tener un oficio y a poder ser independientes”, añade.

Bushra es una de esas mujeres que intentan superar el horror engendrado por siglos de un desprecio hacia la condición humana de muchas mujeres que aún pervive en la moral tradicional de buena parte del sur de Asia.

“Los familiares de mi marido no paraban de pedir dinero de mis padres y cuando al final no pude hacer frente a sus demandas empezaron a maltratarme, hasta el punto de que me dañaron la espalda”, explica esta mujer de 40 años.

“Un día fueron más allá y mientras uno me sujetaba la cabeza hacia atrás por el pelo, otro me pasó un trapo empapado en ácido por toda la cara”, relata.

Tras años de atención precaria en hospitales públicos y de la pasividad de su familia -“me reprochaban que no me moviera en todo el día”-, una enfermera le habló de una fundación donde podían ayudarla.

Hace ya años que es esteticista -“creo que puedo decir que soy buena, mis clientas siempre repiten”- en uno de los salones de la cadena de Misbah en la ciudad oriental de Lahore.

Anam es, en cambio, una recién llegada y aún está aprendiendo los trucos del oficio en el mismo salón, pero a sus 17 años también tiene una historia de horror a sus espaldas.

“Un vecino al que casi no conocía me llamó un día por la calle y, quizás porque no le hice ningún caso, se acercó y me lanzó ácido a la cabeza, luego incluso disparó un arma”, relata con una expresión que delata el dolor que aún le causa ese recuerdo.

El drama de los ataques con ácido, cuyos datos oficiales son muy poco fiables porque la mayoría quedan encubiertos, afecta a centenares de mujeres cada año, que, si sobreviven, se enfrentan a al dolor de por vida.

“Es peor que ser asesinada, porque este tipo de crimen mata a la víctima cada día. Tiene que soportar las heridas, el estigma y la injusticia de los culpables” lamenta Misbah, que explica que a menudo el entorno de la víctima piensa que “algo habrá hecho para merecerlo”.

“Las causas de los crímenes contra las mujeres son la falta de educación, la mentalidad de muchos hombres y la ignorancia de su propia religión”, lamenta la empresaria y filántropa.

“Hay muchos que no pueden ir a la escuela, pero todos van a la mezquita. ¿Qué les enseña el imán? ¿No les enseña a respetar a sus mujeres, hermanas e hijas?”, dice la promotora de la fundación, que añade que muchos religiosos olvidan los preceptos “que no les convienen”.

Uno de los factores más citados por los expertos para explicar la prevalencia de los ataques contra las mujeres es la impunidad de los que perpetran estos horribles ataques.

En 2011 la Asamblea Nacional aprobó una ley que endurecía las penas por ataques con corrosivos, pero, como recuerda Misbah, solo dos hombres han sido condenados de acuerdo a esa norma y uno de ellos acabó recibiendo el perdón presidencial.

Anam explica compungida que el hombre que la marcó de por vida fue condenado a “solo” cuatro años de prisión, aunque ella ha presentado una apelación contra una pena que considera muy insuficiente. “Me gustaría que sufriera como yo he sufrido”, dice sin ocultar su rabia.

Haciendo honor al nombre de la fundación, Misbah y las mujeres a las que ayuda empiezan a bromear poco después de revivir el horror sufrido. “Hay que tener esperanza, si no, no podría hacer lo que hago. Me encanta ver como cada mañana se maquillan ante el espejo y luego te preguntan ‘¿Estoy guapa?'”, dice Misbah, que llama “hijas” a sus empleadas.

“A algunas clientas no les gusta, me preguntan por qué doy trabajo a estas mujeres y dicen que estoy arruinando mi negocio. Ellas tienen opciones, pueden ir a cualquier otro salón, pero estas chicas no tienen más alternativa”, afirma sin perder la sonrisa.

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