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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

¿La Roja de todos?

La “Roja” no es de todos, y eso, en el fondo de sus más íntimos razonamientos, los jugadores lo saben, y por lo mismo disfrutan la rebeldía de comprarse automóviles fastuosos y llevarlos a las poblaciones en donde nacieron, para que así sus vecinos se suban, los prueben, y formen parte de este espíritu rebelde en contra de ese poder que les exige y los persigue.

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Francisco Méndez es Periodista, columnista.

El Mundial Brasil 2014 está en todas partes. Para donde uno mire o escuche, alguien tiene una opinión acerca de cómo y dónde jugará  la “Roja” los partidos en este nuevo desafío.  No puedes no tener una visión al respecto. Porque de lo contrario  estás fuera de “onda”, o peor aún, eres menos “chileno”.

Porque el fútbol, por lo general, trata de que reafirmemos una identidad, una nación y un orgullo de ser algo, de pertenecer a una unidad. O eso es lo que algunos intereses tratan que seamos por medio de este: una masa uniforme sin críticas, sin discernimientos, sólo con “pasión”, o mejor dicho, con vísceras por sobre neuronas.

No estoy diciendo que el deporte sea fome o feo, sino que recalco  lo importante que es percatarse del espíritu con que se le impregna, con comerciales gritones, camisetas rojas por doquier y todos los efectos posibles para que nos olvidemos de la realidad, que es que esto es solamente un deporte, y no-como cree Bonvallet, entre otros- una cuestión fundamental para el desarrollo de un país.

Pero pareciera que nuestros políticos, y hasta nuestros estudiantes hoy en día no se han dado cuenta de ello. O, seamos sinceros, sí se han dado cuenta y lo han instrumentalizado para sus objetivos. No es extraño ver a presidentes incluir en sus discursos una pequeña mención hacia la Selección Nacional, o-como hace unos días- que movimientos estudiantiles hagan visitas a los jugadores. Es la única manera de ser visibles frente a ese gran y poderoso fabricador de sentimientos y de creencias.

Porque el fútbol es una creencia para algunos.  Es algo que los hace sentirse parte de una expresión, de un solo razonamiento, convirtiendo así a seres pensantes y críticos en enfervorecidos hinchas en favor de algo que sin toda la maquinaria publicitaria que lo rodea, se vería puro y menos nublado ante los ojos de los ciudadanos.

Ya que, como sabemos,  este deporte es también-y principalmente- un negocio, un trampolín político y una gran forma de crear dinero a caudales tratando de maquillar intereses privados con cierto “interés público” que este tiene en sus consumidores.

Tal vez lo más rescatable del fútbol son quienes lo juegan. Acá en Chile tenemos ejemplos de esfuerzo y de sabiduría popular en las canchas. Son personas que, extrañamente, no se han manchado con todo lo que el juego tiene implícito, sabiendo mejor que nadie lo que son, aunque las cámaras faranduleras enviadas por el poder les intenten fiscalizar sus vidas en una muestra más del clasismo de nuestra televisión, haciéndoles saber la ya legendaria tradición de repudio de cierta elite hacia toda real manifestación de lo popular.

Lo maravilloso de la actitud de los jugadores, es que sus peinados, su piel morena y sus tatuajes mostrados con desparpajo hacen rechinar los dientes de una esta  elite que lucra con ellos y disfruta viéndolos jugar, como si fueran objeto de experimentos.

La “Roja” no es de todos, y eso, en el fondo de sus más íntimos razonamientos, los jugadores lo saben, y por lo mismo disfrutan la rebeldía de comprarse automóviles fastuosos y llevarlos a las poblaciones en donde nacieron, para que así sus vecinos se suban, los prueben, y formen parte de este espíritu rebelde en contra de ese poder que les exige y los persigue.

El fútbol es el mejor instrumento para crear un nacionalismo hecho a la medida de ciertas castas, ya que nutre discursos de odio y provoca que el fanático se aferre a valores que no son más que sentimientos convenientes que castran el sano raciocinio.

Por lo mismo es importante diferenciar entre el ejercicio del deporte y lo que nos quieren decir que este es. Mientras más veamos un partido de futbol como una guerra, y no como lo que es, más estaremos colaborando con el poco entendimiento, y la nula comprensión de ciertos fenómenos sociales que son impulsados y aprovechados desde arriba.

 

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