Lo que nos deja el mundial
Aunque la historia de las estadísticas dirá que Chile nuevamente no pudo avanzar a rondas más importantes, esta salida ha sido muy diferente que las anteriores. El Chile de antes no demostraba tener convicción.
Ricardo Baeza es Magister en Antropología y Desarrollo U. de Chile y Psicólogo Organizacional UC. Profesor de la Escuela de Psicología y de Masters de la Escuela de Negocios de la Universidad Adolfo Ibañez. Director del Diplomado de Gestión de Evaluación y Selección de Personas de la UAI.
Esta semana acaba el Mundial de Futbol Brasil 2014, encuentro deportivo que, junto a los Juegos Olímpicos, aparece como uno de los más importante para la mayoría de los países del orbe. Más allá del impacto en el propio Brasil, donde los gastos han resultado casi obscenos en uno de los países con mayor desigualdad económica del mundo (lo que, de paso, ha motivado una impensada oposición de la ciudadanía hacia este evento en uno de los países más futbolizados del planeta), cabe preguntarse qué deja este Mundial para Chile.
Desde ya nos queda una demostración del precario rol de nuestro periodismo local, con un actuar rayano en lo irresponsable en su cobertura informativa de los noticieros centrales de los canales de TV abierta (fuente predilecta de nuestra población para informarse sobre el acontecer nacional e internacional), al dedicar casi el 90% o más de dicho espacio a cubrir aspectos del Mundial. ¿Acaso no estaba pasando nada más relevante en nuestro ámbito local, o existían fuerzas subterráneas interesadas en desviar la atención de la opinión pública hacia aspectos más banales, mientras se discutían temas trascendentes de espalda a la ciudadanía?
Se suma a esto la propia farandulización del evento en los noticiarios, ya que ni siquiera nos enteramos tanto de los goles, de las jugadas polémicas, o de las estrategias y tácticas de tal o cuál equipo, sino más bien de aspectos absolutamente secundarios, como las expresiones del rostro de los hinchas cuando su equipo ganaba o perdía, o incluso cuál era el menú que comían en algún local donde se reunían a ver los partidos. Es más, de no haber sido por los delitos cometidos por hinchas nacionales y las sanciones asociadas, poco o nada relevante habría quedado de la cobertura noticiosa mundialera de estas semanas. ¿Se justificaba el viaje de tanto periodista a Brasil?
También nos queda la constatación del chovinismo nacionalista que nos inunda cada vez que nuestro seleccionado participa en una instancia mundialera. Es verdad que hay un factor cultural muy fuerte que convoca al chileno en torno a los símbolos nacionales en general y hacia la selección de fútbol en particular. Esto genera un notable apoyo de la “marea roja” a nuestro seleccionado, convirtiéndola en el jugador N°12 en cada partido. ¿Pero hasta qué extremos es posible llegar en este empeño? ¿Cuánto gasto genera una hinchada dispuesta a viajar a otro país y cancelar un precio astronómico por cada entrada, haciendo que Chile jugara de local en casi todos sus encuentros? ¿Cuánto de dicho gasto resulta ser un endeudamiento irracional, sólo entendible bajo una lógica de espíritu consumista?
Pero más allá del comportamiento del ciudadano normal, posible de entender como producto de la influencia de una cultura hedonista y farandulera que prolifera en los medios (sumado, claro, a una precariedad en la creación de su sentido de identidad); el hecho de que autoridades comunales hayan aprobado el cambio de nombre de una calle para homenajear a un jugador, ya parece rayar en lo absurdo e inexplicable. Suponía que algo así sólo calificaba como elemento de humor dentro de un spot publicitario, tal como ocurrió en un comercial pre mundialero de una conocida marca de vino. Al menos en dicho spot se suponía que Chile efectivamente ganaba la copa mundial.
Tristemente también nos quedamos con la imagen del chileno delincuente, aquel que amparado en el supuesto anonimato de la masa traspasa barreras de seguridad para “colarse” dentro del estadio; o la del que compra credenciales como si fueran entradas, para hacerse pasar por alguien que no es y burlar así los controles de seguridad. Imágenes que recorren el mundo y contribuyen a reafirmar la deplorable imagen delictual que existe de nuestros connacionales en varias partes del planeta.
Sin embargo, no habría que apresurarse en emitir un juicio social muy drástico sobre dichas personas, ya que de varias de sus declaraciones en entrevistas podemos extraer el siguiente concepto común: “lo hicimos porque vimos la oportunidad y la aprovechamos” ¿No es acaso el mismo mensaje que durante décadas se ha enseñado explícita o implícitamente en nuestra sociedad para crear emprendedores? ¿No es acaso el oportunismo lo que ha estado a la base tanto del crecimiento económico como de los recientes escándalos financieros en nuestros mercados? ¿En qué minuto la enseñanza del oportunismo para maximizar las ganancias ha estado mediada por los principios de la ética, por priorizar el bien común, la solidaridad y la colaboración; por la búsqueda del ser y no sólo del tener o del hacer? Creo que, en definitiva, estos actos delictuales nos reflejan más como sociedad que lo que realmente quisiéramos admitir.
Pero también este Mundial nos deja cosas positivas. Es verdad que sufrimos una derrota deportiva en los penales que nos dejó fuera de los cuartos de final. Pero de la forma que se jugó este Mundial nos deja una enseñanza que va mucho más allá de lo meramente deportivo. La entrega, la disciplina, el compañerismo y hasta el sacrificio fueron factores determinantes para que nuestra selección dejara una imagen indeleble en el mundo del fútbol a nivel mundial. Un equipo con muy buenos jugadores, pero que lograron constituir un mucho mejor equipo que la suma de todas las individualidades. Y eso es producto de un trabajo, de una convicción y un sentido muy reales.
Y aunque la historia de las estadísticas dirá que Chile nuevamente no pudo avanzar a rondas más importantes, esta salida ha sido muy diferente que las anteriores. El Chile de antes no demostraba tener convicción. Podía eventualmente hacer buenos partidos, jugar bien frente a rivales más poderosos e incluso hasta poder marcarles goles e ir ganando. Pero la falta de convicción generaba estrategias derrotistas, de tratar de cuidar el resultado, de sacar delanteros para reforzar la defensa (mismo pecado que, por ejemplo, pagó muy caro México ante Holanda, siendo derrotados “a la chilena”).
En cambio esta selección de Sampaoli (tal como ya se anticipaba en la de Bielsa), si algo tiene de sobra es convicción. Tanto así que varios de sus jugadores recibieron el homenaje y cariño de la hinchada con extremo pudor; algo muy bien reflejado en las declaraciones recientes de Claudio Bravo al decir: “Tenemos que seguir creciendo, sabemos que no hemos conseguido nada, que hemos fracasado en este Mundial”. Mientras todo el país los enaltece y llena de agradecimientos por la calidad del fútbol mostrado, ellos en cambio se sienten en deuda. No les basta, saben que son capaces de mucho más y no quedarán tranquilos mientras no consigan un logro importante.
Este mundial también nos deja varias imágenes, las cuales prometen transformarse en íconos de nuestra historia deportiva y que quedarán para siempre en nuestras retinas. Tal vez las dos más recurrentes han sido el llanto desconsolado de Gary y el travesaño “maldito” de Pinilla. Yo en cambio prefiero quedarme con otra imagen, más realista y representativa del logro, más positiva y, sin lugar a dudas, más inspiradora para nuestros deportistas y, por extensión, para todo nuestro país. La imagen de un Brasil de rodillas, con ánimo derrotado ante nuestra selección, implorando al cielo por una oportunidad de salvarse del desastre. Me parece un mejor recuerdo de lo conseguido y, claramente, manifiesta explícitamente hasta qué punto logramos llevar a los penta campeones. Claramente es la imagen con la que prefiero quedarme.
En definitiva, el mundial nos deja muchas cosas, varias de ellas simplemente hacen de espejo de nuestra realidad y nos muestra lo que somos. Pero otras nos indican que es posible dar un salto, evolucionar y transformarnos en algo mucho mejor. Y lo principal es que no solo nos dice que es posible lograr algo sino que también nos muestra un camino, nos dice cómo llegar a ello. Que lograremos cosas diferentes a las de siempre y rendimientos notables cuando superemos nuestra mirada marcadamente individualista y nos volquemos de verdad en un proyecto con otros, reconociendo el valor de lo colectivo.
Espero que sepamos extrapolar de nuestra selección este estilo lleno de convicción, compañerismo, espíritu, sacrificio, disciplina y sentido, para aplicarlo en otros ámbitos de nuestra vida social. Perdimos en el futbol, es verdad, pero creo que ganamos en algo más importante, la prueba palpable de que unidos en un propósito común, todo es posible.