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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Un manejo respetuoso de las rabietas, hace la diferencia

"Los niños no sólo logran incorporar un nuevo aprendizaje, sino además una serie de “sutilezas” al encontrarse con un adulto respetuoso".

Por María José Ugarte
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María José Ugarte es Licenciada en psicología, formada en apego segura UC. Doula Directora de Vinculados S.L.P (www.vinculados.cl), Colaboradora en Centro Parto Integral Talagante. Motivada por visibilizar la infancia y en la implicancia de los procesos vinculares entorno a la promoción, prevención e intervención de los mismos.

Una de las principales dificultades que vivencian los padres y madres dentro de la crianza en la primera infancia,  se relaciona con los aspectos vinculados a la autorregulación de los bebés y luego niños. Y esto puede deberse a las mentalizaciones que hacen los padres respecto a sus hijos (en cómo los piensan). Suelo escuchar frases como “mi bebé es fácil de tratar”, lo cual podría relacionarse con que logra prontamente autorregularse, de modo tal que esto incide significativamente en el nivel de satisfacción que vivencian los padres en cuanto a su rol.

En un comienzo, un gran número de padres manifiesta su preocupación por el tema del sueño, en donde surgen una serie de dudas, si duerme poco  o mucho, quizás nació con el sueño “cambiado”, etc. A medida que  pasan los meses, la preocupación se centra en la alimentación, qué tipo de alimento, si es propenso a ser obeso, o está cayendo en la curva de la desnutrición, etc.

A medida que los años avanzan, hay un nuevo “hito”, que vuelve a focalizar la atención de muchas madres y padres:  las rabietas. Y es aquí en donde me gustaría detenerme, ya que si bien los otros episodios del desarrollo anteriormente nombrados, son igual de importantes y significativos, cuando emergen la rabietas  hay que tener un especial cuidado.

Creo que todo surge en cómo estamos mirando la infancia, desde qué posición la entendemos. Con esto me refiero a si establecemos una relación con tintes adultocéntricos, o como bien lo menciona en ciertos artículos Soledad Larraín, (psicóloga Unicef) logramos visualizar a los niños como sujetos activos de derechos.

Eso nos posiciona en paradigmas totalmente diferentes, ya que vincularnos con nuestros hijos desde un punto en donde los comprendemos de manera pasiva, sin esperar que se autorregulen, sino más bien que rápidamente sean capaces de acomodarse a los ritmos y tiempos de los adultos,  es muy distinto a visibilizarlos como seres que esperamos sean autónomos, seguros y confiados, siendo ahí en donde se integra plenamente el concepto de “autorregulación”, ya que es un proceso que requiere tiempo, dedicación, constancia, para que finalmente los niños incorporen un nuevo aprendizaje, basado en el amor, respeto y empatía.

Esto se relaciona estrechamente con la edad cercana a los 3 años, en donde podrían aparecer los primeros “comportamientos rabiosos”, ya que un manejo respetuoso de dichos episodios, permite ir vinculando a los padres con la rabia de un “otro”. No olvidemos que ese otro, es un ser que aún está en proceso de maduración desde lo fisiológico hasta lo neurológico, por tanto tenemos nuevamente la posibilidad de ser ese puente que permite la autorregulación, en este caso desde la emocionalidad.

Los niños no sólo logran incorporar un nuevo aprendizaje, sino además una serie de “sutilezas” al encontrarse con un adulto respetuoso. Para comprender más ampliamente esto, es necesario empatizar con los niños, ya que finalmente ellos están vivenciando un emoción con carga negativa y alta intensidad, frente a la cual tienen muy pocas experiencias previas y no han desarrollado herramientas para sobrellevarla, por la falta de madurez. En relación a esto, me pregunto en nosotros mismos como adultos, que ya tenemos bastantes experiencias sintiendo rabia, enojo, etc. y hemos alcanzado el neurodesarrollo propicio para poder paliar este malestar, ¿salimos siempre o casi siempre airosos de dicha emocionalidad?

Volvamos al niño cercano a los 3 años. Si en medio de éste torbellino lo alejo de mi cuerpo, de mi vista, del mismo espacio y lo mando a calmarse, pensar, buscar explicaciones, pedir prontamente disculpas, etc, estamos haciendo un “time out”, un verdadero tiempo fuera que impide  la conexión ideoafectiva de la experiencia.

Claro. Con este sistema yo no dudo que el niño deje de hacer rabietas, pero como creo que sí son sujetos activos de derechos, considero que con un manejo respetuoso somos el vehículo que permite la conexión emocional y la resolución real a su conflicto. Poder darle un nombre a aquello que siente, lograr identificar corporalmente donde está su enojo, y, por sobre todo, saber que lo seguimos amando con locura, porque el enojo es parte normal del sentir humano.

En términos concretos, disponer nuestra mirada a la misma altura de su mirada, contenerlo, de ser necesario ir juntos a otro lugar, no enojarnos por sobre su enojo -ya que el mensaje iría en total contradicción-, hacer un cierre de la situación en vez de ir sumando episodios, ser  contingente y no esperar a que llegue el papá para que lo/a rete, son ciertas “sutilezas” que hacen la diferencia, ya que les vamos mostrando que estamos para ellos, que lo que siente es esperado (no se transforma en un niño malo/a), verbaliza una emoción (lo cual conlleva una incorporación a nivel cognitivo y emocional) y va comprendiendo que empatizamos con su sentir, lo que a la larga le permite lograr empatizar y respetar a  los demás.

Si los adultos, madres, padres y/o cuidadores perdemos el miedo a las rabietas y la rigidez al enfrentarlas, veremos en ellas la sensible oportunidad de contener a nuestros hijos, alejándolos también a ellos del miedo a sus emociones y de ayudarlos a pavimentar un camino de respeto hacia ellos mismos y su entorno.

 

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