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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Se acaba la fiesta

Porque el Chile de las oportunidades, del crecimiento, de la justicia social, del emprendimiento y de la seguridad ha dado paso a un país donde pareciera ser que la libertad es un problema que perturba al mundo de la izquierda, en el entendido de que la superación, tanto personal como colectiva, o el legítimo derecho a mejorar nuestra calidad de vida, en base a nuestro trabajo, no sea algo ni posible ni factible de realizar.

Por Rodrigo Durán Guzmán
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Rodrigo Durán Guzmán es Académico y periodista.

Los tiempos de bonanza y donde Chile era admirado como la niña bonita del barrio parecen estar en la más absoluta incerteza. Prueba de los anterior son los análisis, tanto en el WSJ como en el FT, donde se deja entrever que el alguna vez denominado “milagro chileno” va en retirada, casi como que le hubieran pasado una retroexcavadora por encima borrando de un plumazo todo el trabajo realizado a lo largo de estos años.

Porque el Chile de las oportunidades, del crecimiento, de la justicia social, del emprendimiento y de la seguridad ha dado paso a un país donde pareciera ser que la libertad es un problema que perturba al mundo de la izquierda, en el entendido de que la superación, tanto personal como colectiva, o el legítimo derecho a mejorar nuestra calidad de vida, en base a nuestro trabajo, no sea algo ni posible ni factible de realizar.

¿Cómo se ve reflejado todo esto en términos estadísticos a la adhesión presidencial? Según datos de la consultora Cadem, el 51% de los chilenos desaprueba la reforma educacional de la Presidenta Bachelet, lo que se suma al sondeo realizado por Mori donde sólo un 4% de los consultados considera que el tema del lucro debe ser una de las prioridades para mejorar la calidad de la educación chilena. Además, y en materia de seguridad ciudadana, un 69% de los chilenos desaprueba la gestión del Ejecutivo en cuanto al manejo y control de la delincuencia. En cuanto al manejo de la economía un 69% asegura que está estancado o retrocediendo, mientras sólo el 28% cree que se está progresando. Todo esto se traduce en que la aprobación hacia la mandataria alcance sólo un 37% con un aumento significativo de rechazo a su gestión que borde el cincuenta por ciento.

Peor aún, desde un comienzo la Nueva Mayoría no ha sido capaz de tener un ápice de humildad y asumir que las reformas impulsadas carecen no sólo de sintonía con las actuales necesidades de un mundo globalizado, sino que además están empecinados en llevar a cabalidad el programa de gobierno, cuestión que podría ser digno de aplauso si no fuera porque, y a sabiendas de que están haciendo las cosas a medias o mal hechas, el único objetivo es demostrar su mayoría. Una que, a estas alturas, pareciera quedarse sólo en el nombre refundacional de la ex Concertación al ver lo ocurrido con las reformas tanto Tributaria como Educacional.

De hecho, no extrañe que a contar del 2015, y cuando inicie el debate Constitucional, sean mayoritarias las voces detractoras de una gestión que, y tal como dijo el Contralor Mendoza, está sustentaba en una cultura del despelote que sólo contribuye a farrearnos la oportunidad de consolidarnos como una nación estable, atractiva para la inversión y consiguiente generación de puestos de trabajo y que es capaz de garantizar los derechos ciudadanos y civiles para sus habitantes.

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