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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Transantiago, un mal llamado transporte público

Estos desaciertos y falencias fueron lamentablemente plasmados de manera empírica el viernes pasado como una pequeña falla paralizaba las líneas 1 y 5 dejando a más de un millón de usuarios sin poder llegar a sus lugares de trabajo y provocando un caos similar cuando debían emprender el retorno a sus hogares.

Por Lily Pérez
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Los sistemas son algo sumamente interesante. Se definen comúnmente como un conjunto de reglas o cosas que, de manera entrelazada y ordenada, contribuyen a lograr un determinado objeto. Aquellos que son creaciones humanas lógicamente no son perfectos pero en teoría apuntan a un nivel de perfección constante si su objeto es de alta importancia.

Lamentablemente el sistema de transporte público de la capital de Chile, Transantiago, es un ejemplo exacto de cómo lo anterior descansa sólo en la teoría ya que es muestra de cómo un sistema puede involucionar hacia un desastre y alejarse constantemente de la perfección.

Esta política pública, que consumirá anualmente 1.450 millones de dólares (algo así como 870 mil millones de pesos) hasta el 2022, ha sido guiada por la tozudez y por la ideología sesgada de las autoridades que se han negado a reconocer los graves errores que cometieron tanto en su diseño e implementación, hoy nos tiene prácticamente en un punto de no retorno.

Estos desaciertos y falencias fueron lamentablemente plasmados de manera empírica el viernes pasado como una pequeña falla  paralizaba las líneas 1 y 5 dejando a más de un millón de usuarios sin poder llegar a sus lugares de trabajo y provocando un caos similar cuando debían emprender el retorno a sus hogares.

Pero desgraciadamente no sólo vimos como la infraestructura claudicaba, sino que fuimos  testigos de cómo las autoridades responsables (los mismos gestores de este plan de transporte) no eran capaces de tomar cartas en el asunto y dar solución pronta, rápida y eficiente. Mientras en las calles se repetía un caos que nos hacía recordar aquel febrero de 2007 con la puesta en marcha definitiva del Transantaigo, el gobierno se refugiaba detrás de hechos circunstanciales como el mal estado de un circuito eléctrico, haciéndole creer a la gente que este es un hecho aislado y no una falla provocada por la sobredemanda que lleva sufriendo Metro hace 7 años.

Testigos fuimos también de como se le pidió la renuncia al presidente de la empresa en cuestión, sin ni siquiera tener el informe de la falla, sin saber las causas o posibles responsables. En pocas palabras, una jugada comunicacional sacada de algún manual.

Es por lo anterior que creo que las autoridades ahora deben hacer  tres cosas de manera urgente. Primero, y fuera de cualquier metáfora o broma,  hacerles un homenaje a los micreros, que se pusieron a la ciudad al hombro, repletaron a más no poder sus vehículos, multiplicaron sus recorridos y los salvaron de una tragedia que pudo haber sido peor. Segundo, reconocer el error histórico a estas alturas que ha sido este sistema y comprender que la solución no va por inyectar recursos a destajo, sino que por una planificación  seria y prolija de lo que debe ser un sistema de transporte  de una metrópolis de 6 millones de habitantes. Tercero, y a modo de recomendación a futuro, entender que las ideologías y la tozudez son sumamente peligrosas, sobre todo cuando se encierra la discusión y toma de decisión en una élite dentro de cuatro paredes.

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