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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Los riesgos de los “invisibles” y la exclusión

Hoy en día, las ciudades, y los beneficios de vivir en ellas, no son para todos: muchas familias deciden vivir en situación de allegamiento y hacinamiento porque las soluciones habitacionales están cada vez más alejadas de los lugares donde las personas han sembrado sus raíces, han establecido sus redes y han construido lo que llamamos tejido social.

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Felipe Arteaga es Arquitecto, director ejecutivo de Fundación Vivienda y docente UFT. Diplomado en Políticas Públicas PUC, cuenta con más de 9 años de experiencia en el desarrollo y gestión de proyectos urbanos, de vivienda y equipamiento público/privado.

Esta semana hemos sido testigos de dos lamentables incendios: el primero que destruyó 17 viviendas en un cité de Santiago y el segundo en un campamento de la ciudad de Antofagasta que afectó a más de 200 personas. Ambas tragedias dejan en evidencia la grave realidad que afecta a miles de personas, chilenas y extranjeras, en nuestro país, que viven en constante emergencia (urgencia)  al optar por una vida en condiciones inhumanas, compartiendo un recinto y experimentando altos grados de hacinamiento, conexiones eléctricas deficientes, muchas veces sin ventanas ni servicios higiénicos; todo para mejorar la localización, y tener un lugar en la ciudad que no los aísle de los beneficios que otorga estar bien ubicados junto a sus redes de apoyo. Vivir la carencia desde la urgencia es estar doblemente vulnerable y, lo peor, invisible, puesto que esta realidad solamente aparece cuando ocurre alguna tragedia: incendios, femicidios, abusos, y que solo logramos ver cuando los medios cubren “la noticia”.

Hoy en día, las ciudades, y los beneficios de vivir en ellas, no son para todos: muchas familias deciden vivir en situación de allegamiento y hacinamiento porque las soluciones habitacionales están cada vez más alejadas de los lugares donde las personas han sembrado sus raíces, han establecido sus redes y han construido lo que llamamos tejido social. Por este motivo, están dispuestos a vivir en un campamento, de allegados o arrendando una pieza en precarias condiciones de habitabilidad, poniendo en grave riesgo su vida a cambio de contar con una localización que les permita desarrollarse y ser parte de una comunidad.

El problema de fondo es la escandalosa exclusión y segregación social-espacial, ambas expresiones de la desigualdad que se vive en nuestras ciudades. Cuando los temas son de tal magnitud nos involucran a todos y, aunque el Estado tiene un rol que cumplir, es la sociedad en su conjunto la que debe empatizar y concientizar, para juntos generar los cambios que se necesitan. Las ciudades son la expresión de las sociedades que las construyen. Por lo tanto una sociedad desigual no tiene otra posibilidad que construir una ciudad fragmentada.

Enfrentar esta situación es de extrema urgencia y no enfrentarla es poner en riesgo -además de a miles de familias- la paz social y la construcción de una sociedad más cohesionada, justa y equitativa para todos quienes la habitan, sin distinción de nacionalidad, origen o raza.

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