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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Rentería y la forma en que nos educaron

Rentería sufrió lo que peruanos y bolivianos sufren día a día acá en donde nos creemos algo que no somos. En donde luchamos día a día por no pertenecer a la clase a la que pertenecemos y nos endeudamos por comprar un poco más de blancura, de clase, de estilo.

Por Francisco Méndez
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Francisco Méndez es Periodista, columnista.

Es el Chile que se ha construido por años. Ese que se cree de piel clara, rubio y de ojos azules. Ese que mira a la piel morena con susto y con desprecio como si fuera lejana, como si fuera algo extraño en nuestra historia.

El Chile que se manifestó, una vez más, en contra del jugador venezolano de San Marcos de Arica, Emilio Rentería. ¿Su delito? Ser negro. Ser distinto, pero no tanto, en un país mestizo que se olvida que lo es, porque lo siente como algo sucio, como algo espantoso.

Rentería sufrió lo que peruanos y bolivianos sufren día a día acá en donde nos creemos algo que no somos. En donde luchamos día a día por no pertenecer a la clase a la que pertenecemos y nos endeudamos por comprar un poco más de blancura, de clase, de estilo.

Ese país en el que incluso la clase media baja busca apartarse de los suyos pagando colegios un poco más caros y que tienen un nombre en inglés mal escrito. Pero eso no importa, porque lo relevante es que su hijo se puede diferenciar del resto y aspirar a más cosas que sus iguales si es que lo matricula en ese colegio.

Rentería no tenía por qué saber que estaba en una realidad en la que todos se tratan de alejar de todos. En donde tanto las poblaciones como las lujosas casas están en los extremos de la ciudad para que así no haya roce, no haya ni siquiera un guiño de ojos entre clases, entre razas, porque en Chile el clasismo se manifiesta como racismo.

Quien lo vea como un hecho aislado, claramente no conoce el lugar en el que vive. No ve que en estas tierras el peor insulto es decirte que eres moreno o roto. O mapuche. Porque si bien hablamos de esta cultura en otros países, no hacemos nada porque se respete, no nos interesamos en conocerla, sino solamente en perseguirla y ojalá hacerla desaparecer para así no conocer nuestra real historia y así conformarnos con la que nos hemos contado por años. O, mejor dicho, con la que nos han contado por años los ganadores. Los dueños de nuestra “identidad”. Los creadores de este Chile 2.0: los que no quieren que se cambie nada.

No es teoría conspirativa lo que escribo, sino un pequeño abrir de ojos entre ciudadanos que hablan de lo que no son y se cuentan un relato que no existe. Un relato que les es más conveniente porque se acostumbraron a escucharlo y no decir nada al respecto. Un cuento de Disney en donde nos identificamos con el príncipe azul, cuando realmente somos más cercanos al afroamericano que siempre matan en la película gringa.

Por lo tanto es bueno saber que una sociedad que no se percibe en sus defectos y virtudes, nunca podrá percibir al resto. Al contrario, tratará de ver en el otro como algo que le produzca peligro por el solo hecho de que pueda manifestarse su verdadera identidad, su verdadero ser, su verdadero lugar de pertenencia.

Por eso es que nuestros vecinos nos miran mal, porque no tenemos claro el lugar en el que habitamos y queremos maquillarlo como algo que no es, como un terreno que no existe realmente, sino que solamente existe en nuestras cabezas, en los anuncios de los comerciales en donde las familias rubias y de ojos azules circulan por unas calles que buscan parecerse más a Europa que a nuestro continente, claramente ignorando el contexto multicultural del llamado “primer mundo”.

El caso del jugador venezolano nos viene a demostrar una vez más que lo que nos han dicho que somos no tiene nada que ver realmente con nuestra verdad, con nuestro ser y existir. Sobre todo cuando describimos los gestos y dichos de racismo hacia Rentería como un simple hecho de ignorancia, y no como el resultado de una sistemática enseñanza de años y años.

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