5 pésimas costumbres de los santiaguinos
Como si se tratase de un virus que elimina parte importante de la sensibilidad al momento de considerar a los 'otros ', los santiaguinos manifiestan varios síndromes característicos que vale la pena revisar.
En la Región Metropolitana ya somos más de 6 millones de habitantes los que a diario compartimos calles, edificios, parques, el transporte público, el aire y el agua. Esta interacción ha ido generando diversas costumbres que muchas veces no son entendidas por quienes nos visitan, ya sea de otras regiones, como de otros países.
Por otra parte, gran parte de estos ‘santiaguinos’ provienen de otras regiones y con el correr del tiempo han ido adquiriendo los mismos hábitos que antes criticaban como si se tratase de un virus que elimina parte importante de la sensibilidad al momento de considerar a los ‘otros ‘.
Estas serían las 5 peores costumbres que actualmente tienen los habitantes del Gran Santiago, según El Dínamo.
1.- Olvidarse de saludar, despedirse, dar la gracias y pedir permiso
La clásica actitud impersonal del santiaguino ante alguien que conoce, o ubica, sea vecino, compañero de trabajo, el almacenero de su esquina, e incluso su pareja. Esta verdadera atrofia de las habilidades sociales tiene en el caso del saludo y la despedida excusas como el apuro, el cansancio, ‘la depre’ y a veces la mala calidad del aire (“ohhh, no te vi”). Lo cierto que es que provincianos y extranjeros se sorprenden de que los habitantes de esta cuenca no consideren que todos los días son distintos y que es necesario saludar y despedirse más allá de la vez en que se conoce a alguien.
Casi las mismas excusas para no saludar exponen los que tampoco piden permiso ni dan las gracias frente a situaciones en las que, en el resto del mundo, es necesario manifestar el valor de la propiedad (concreta o simbólica), o la gratitud por un gesto de amabilidad humana básica como ceder un lugar, abrir la puerta, o bien cuando alguien nos pregunta cómo estamos.
2.- Confusión del concepto de ‘Vereda’ y ‘Ciclovía’ tanto para ciclistas, como para peatones y conductores
Un curioso síndrome urbano que puede llegar a ser muy peligroso. Hoy en día en muchas veredas de Santiago ya no es posible caminar sin que nos veamos amenazados por un ciclista que, sin importar que vayan transitando niños (muchas veces impredecibles en sus movimientos) o adultos mayores (con poca capacidad de movimientos reflejos), se desliza a toda velocidad como si se tratara de una ciclovía, o peor aún, como si estuviera en un circuito de carreras. Esto que a muchos les parece normal, genera numerosos accidentes cuando a alguien se le ocurre de pronto abrir la puerta y salir de su casa, cambiar abruptamente de dirección, o doblar en una esquina de su barrio. Muchos de estos ‘curiosos’ ciclistas además, están convencidos de que esa vereda les pertenece y no sólo mantienen la alta velocidad, sino que tocan la campanilla furibundos para que las señoras con bolsas, niños en triciclos, o un grupo de amigos conversando mientras caminan, les abran el paso. En este perfil, aunque en un nivel patológico extremo, se encuentra un emblemático ciclista de Providencia, ya célebre entre los parroquianos por tocar un pito (a la hora de mayor ruido ambiental ) para que los transeúntes le despejen la vía.
Pero también está el síndrome inverso, aquel que pese a las señalizaciones y el evidente cambio de la morfología del suelo, no distinguen esa delgada franja entre vereda y calle llamada Ci-clo-ví-a. Entonces, a muchos les parece que ese es un buen lugar para dejar basura y escombros, dejar corriendo la manguera, pararse a hablar por teléfono, o estacionar el auto, obligando a los ciclistas que no sufren del síndrome descrito en el párrafo anterior a bajar a la calle, o correrse a la vereda.
3.- Alimentar animales de la calle, pero dejarlos ahí mismo
A muchos les parece un gesto de compasión y ternura para con los seres no- humanos con los que debemos compartir el espacio público. De esta manera se ha hecho común y ampliamente aceptado que quienes tienen un errado concepto de ‘doglover‘ le dé las sobras de su almuerzo, o un puñado de ‘dokos’ al ‘cachupín’ que lo siguió hasta la casa para alivianar su conciencia. La acción no es mala en si misma, sino que, más bien, es incompleta, ya que si no se hace cargo del animal llevándolo a vivir a su casa, o buscando quien pueda cuidarlo, éste permanecerá en el lugar a la espera de un nuevo ‘banquete’. De esta manera es como se van formando verdaderas jaurías, muchas veces con parásitos y enfermedades, que cuando el ‘benefactor’ ya los olvidó, ya no los soporta, o se va a su verdadera casa (muchos quiosqueros de la ciudad tienen esta costumbre) pueden llegar a atacar a la población más vulnerable de un barrio: ancianos y niños, o provocar accidentes cuando una leva se pone a interrumpir el tránsito.
4.- “El Metro para mi solo”
El comportamiento de los santiaguinos en el Metro da perfectamente para una serie de notas aparte, pero bien vale un resumen de las principales malas costumbres considerando que a diario nos movemos cerca de 2 millones de personas a través de su red y que ese mundo subterráneo tiene un claro influjo en la población capitalina cuyos principales fenómenos serían:
a) Aparente estado catatónico de pie que impede reaccionar frente a miradas, conversaciones furtivas, lanzasos, personas de la tercera edad, con niños y embarazadas necesitadas de asiento, entre otros. En algunos casos este estado se asemeja a un sueño profundo que puede ser real y impostado para evitar el mínimo contacto visual con cualquier ser humano a la redonda.
b) Nula consciencia de que en cada estación suben y bajan personas. De esta manera no pocos usuarios suelen instalarse en las puertas del carro durante todo su trayecto, como si buscaran con porfía el roce y los empujones de quienes suben y bajan. Otra variante curiosa de este fenómeno se produce en las líneas 4 y 5 a la hora del regreso a casa con los trayectos ‘rojo’ y ‘verde’, cuando la meta de ‘asegurar asiento’ ha transformado en un hábito el que los eventuales pasajeros se aglomeren en el anden frente a la puerta del carro antes de que se abran, no para subir, sino que para ‘guardar el lado’ para el siguiente carro, impidiendo el acceso de quienes si necesitan subir de inmediato. Una situación que puede llegar a ser peligrosa y que los guardias pasan por alto por estar preocupados de que nadie pise la línea amarilla.
5.- Culpar de todo al taco
Es cierto, hace décadas que nuestras calles no resisten el creciente parque automotriz y tanto en la mañana, como al final de la jornada en las calles de nuestra capital se producen lentos y espesos tacos que dificultan el traslado diario. Pero no somos la única ciudad ni de Chile, ni del mundo que padece esta consecuencia de la mala planificación urbana. Y como ningún gobierno comunal, ni nacional ha logrado eliminarlos durante tanto tiempo, los tacos se han transformado en una verdadera institución para los santiaguinos, originando desde programas de radio para ese momento, como las más descaradas excusas para llegar siempre tarde a todas partes, sin importar la hora, o que se esté a pocas cuadras caminables del lugar de destino.