Catarsis
Es cierto, hay varios tipos de abusos que en este país se están volviendo cada vez más difíciles de soportar. Pero, al mismo tiempo, hay varios tipos de catarsis que se están volviendo cada vez más peligrosas.
“En estas fiestas de fin de año, te invitamos a dejarle un saludo a Martincito”, dice el sitio www.felicitaamartin.cl, que en unas pocas horas sumaba diez mil dedicatorias a Martín Larraín, protagonista del atropello con resultado de muerte más comentado y polémico del año.
Como muestra de los “saludos”, hay frases como “Te veo ctm y yo misma te envuelvo en un poste perro ql. Gracias, me desahogué”. Más breve y directa, la que dice “Y si nos piteamos a Martín?”. También el que invita a otros a hacerse cargo: “Que alguien lo apalee…como se apalean los locos!”. Y, claro, el coprolálico: “Chupa el pico hijo de puta. Ojala te maten en la calle lacra conchetumare!”.
Créanme, no hizo falta revisar demasiados mensajes para encontrar esas cuatro muestras. Es obvio, los chilenos están enrabiados con este fallo judicial. Se siente injusticia en el aire, la desigualdad vuelve a pegar como una bofetada en la cara y el caso duele doblemente, pues fue el hijo de un poderoso el que atropelló y dio muerte a una persona sin recursos económicos.
Pero hay otra cosa. Una segunda derivada. Algo que va más allá de la evidente sensación de impunidad. Es la rabia acumulada que explota con una fuerza preocupante, algo que está sucediendo cada vez con más frecuencia, más intensidad y por los motivos más variados: desde una plaza pública recién renovada hasta un aumento de dieta parlamentaria, desde un lanza amarrado con Alusa Plas hasta este caso de Martín Larraín.
Y eso lleva a pensar en un término. Catarsis. Según Aristóteles, es la facultad de la tragedia de redimir al espectador de sus propias bajas pasiones, al verlas proyectadas en los personajes de la obra, y al permitirle ver el castigo merecido e inevitable de éstas; pero sin experimentar dicho castigo él mismo. Claro que, en este caso, el teatro sería nuestra propia sociedad y es evidente que no siempre se hace justicia.
No obstante, y siguiendo con Aristóteles, al involucrarse en la trama, la audiencia puede experimentar esas pasiones junto con los personajes, pero sin temor a sufrir sus verdaderos efectos. Dejemos Grecia y volvamos a Chile. Ya sea un diputado corrupto, un empresario acusado por el SII, un cura pedófilo, el hijo de un político que se salva de la cárcel o el propio ladronzuelo amarrado al poste, es muy probable que estemos usando a estos “actores” para desahogar la impotencia, la frustración, el desgaste y la violencia que experimentamos en nuestras propias vidas.
Y qué mejor ejemplo que el sitio web creado para lanzarle dardos a Martín Larraín, el cual se transformó de inmediato en un muro catártico. ¿Es bueno este tipo de desahogo? ¿Es malo? Me parece que ambas respuestas son posibles. La catarsis colectiva permite que lo que descargamos en redes sociales, foros o blogs ayude a la descompresión y que así bajemos las posibilidades de llegar a la casa a patear la perra o a “usar el cuchillo que me regaló el compadre”, como cantaba Electrodomésticos.
Sin embargo, no dejan de ser preocupantes los llamados al apaleo, a pitearse al que da rabia o a envolver en un poste. Basta una persona fuera de sus cabales, una que lea estos llamados de manera literal, para luego ser testigos de consecuencias lamentables.
Es cierto, hay varios tipos de abusos que en este país se están volviendo cada vez más difíciles de soportar. Pero, al mismo tiempo, hay varios tipos de catarsis que se están volviendo cada vez más peligrosas.