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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Helia Molina y el grito fuerte de Agustín Edwards

"Es el renacer de una voz que siempre se ha encontrado en las sombras y que cuando ve que hay temas o asuntos que no le parecen bien para el país entra de manera firme a hacer su contribución".

Por Francisco Méndez
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Francisco Méndez es Periodista, columnista.

La entrevista de Helia Molina en La Segunda ha dado para todo. Unos dicen que fueron desafortunadas sus palabras, otros que lo que dijo fue la verdad y que, independiente de la forma en que lo dijo, lo cierto es que despejó una realidad que todos vemos pero muy pocos nos atrevemos a decir.

Yo, en este caso, quiero hablar de otra cosa: de la influencia que el grupo El Mercurio y su mandamás Agustín Edwards tienen en el debate nacional. Esto porque hace algún tiempo ha venido rondando la monserga de que el magnate-y heredero de una de las fortunas más antiguas de la historia de Chile- ya no tiene la misma influencia de antes.

El hecho de que existan las redes sociales y que aparezcan, por ello, nuevos medios, ha dado la impresión de que Chile ya no es tan Chile, es decir que ya no hay tanta concentración mediática y que quienes alguna vez fueron los principales portavoces de un relato económico y social, ya no tienen el mismo poder de otras décadas.

A lo mejor es cierto, ahora hay más opinión y se le atribuye menor sacralidad a quienes edificaron la hegemonía de pensamiento en la que vivimos. Ahora todos sabemos cuáles son los motivos de ciertos artículos y ciertas entrevistas y lo decimos en voz alta. Pero la pregunta con lo sucedido con la ex ministra Molina es si eso quiere decir que el poder de ciertas personas ha disminuido. A mi parecer no.

Insisto, si es que nos alejamos del cómo y el por qué de las palabras de Molina, podemos centrarnos en un tema medular: Edwards sigue influyendo de igual manera en el debate público y los contenidos que pone en escena son los que hablamos y los que debatimos. Porque si es que somos realistas, podremos ver que tras el titular de una entrevista que, al parecer, se dio hace quince días-y en el contexto de una reforma laboral que está sacando ronchas en el empresariado- este golpe de timón de parte de Agustín es un golpe político, una manera de hacerse presente cuando la derecha parlamentaria está hecha pedazos.

Es el renacer de una voz que siempre se ha encontrado en las sombras y que cuando ve que hay temas o asuntos que no le parecen bien para el país-como lo hicieron su padre y su abuelo en el pasado- entra de manera firme a hacer su contribución sin que nadie lo vea, dejando su impronta en las decisiones editoriales con tal de dejar en claro que algo no le gusta.

Edwards sigue siendo el gran escudero de la idea de Chile que le parece la correcta-y la que le proporciona mayores réditos comerciales y “valóricos”- y por lo tanto, cuando puede, ocupa la única herramienta que le queda: la prensa. Esto porque  su grupo periodístico se ha convertido en una trinchera del poder y de lo establecido. Sobre todo medios como La Segunda que, a diferencia de El Mercurio intenta vender una cierta idea de objetividad, son francotiradores ideológicos, no muy diferentes a los pasquines de izquierda que con tanto desdén miran quienes leen día a día el pensamiento mercurial.

La Segunda es el brazo armado de Edwards y esta semana lo ha demostrado a cabalidad. Su portada fue una muestra de fuerza con intenciones fuertes de hacer valer su voz por sobre la de un gobierno democráticamente elegido. Lo hizo a la vieja usanza, como en aquellos años en que su poder económico era mayor y sus bienes estaban, por ende, en mayor peligro.

Pero hoy no lo hace solamente con un objetivo comercial, sino con uno dogmático, para ir poniendo en entredicho a ese gobierno que se salió de lo que él considera “normal”, aunque quienes lo integran sean los mismos que en los noventas agacharon la cabeza frente a sus editoriales y sus ideas de lo que debería ser Chile. Este fue un grito más de Edwards desde su clandestinidad alumbrada. Fue su nuevo grito patronal en este fundo que se niega a serlo aunque estos sucesos lo dejen a la luz.

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