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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Derecha política en Chile: ¿mito o realidad?

"Que los árboles (el caso PENTA, en la contingencia actual) dificulten ver el bosque, es una cosa; pero muy distinto es negar, de buenas primeras, que el bosque sea frondoso y complejo".

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Tanto la derrota electoral sufrida a principios de 2014 como, más recientemente, el caso PENTA, han puesto sobre el tapete la discusión en torno a la existencia de una derecha política en Chile. Es decir, que no se reduzca a una mera caja de resonancia de los grupos empresariales.

Una respuesta negativa a dicha pregunta ha sido planteada por Ernesto Águila a través de una columna de opinión publicada en La Tercera. Este autor hace una lectura equivocada del libro de Sofía Correa Sutil (Con las riendas del poder. La derecha chilena en el siglo XX, Santiago, Editorial Sudamericana, 2005). Según Águila, esta obra sostiene la permanente dificultad de la derecha chilena de constituirse “como un espacio político propio, dotado de un cuerpo profesional especializado y relativamente autónomo de los intereses económicos y empresariales”. En otras palabras, refiriendo a Correa Sutil, afirma la inexistencia de una derecha política autónoma, sino subordinada a la derecha económica o empresarial. Incluso llega a sostener que, durante los últimos 25 años, sólo Andrés Allamand habría intentado romper esta subordinación, pero desistiendo luego de su fracaso electoral en 1997.

Sin embargo, Correa Sutil no afirma lo sostenido por Águila, sino algo muy distinto: que, en términos históricos, la derecha chilena no debe entenderse sólo como política, sino también en su vertiente económica (gremios empresariales) e, incluso, periodística (El Mercurio). Y que estas distintas derechas han sido independientes entre sí, aunque en algunas ocasiones hayan confluido, como efectivamente ocurrió bajo el Gobierno de la Unidad Popular (1970-1973).

Mucho más plausible, considerando otra columna de opinión —pero como parte de un libro de próxima publicación—, es el planteamiento de Hugo Herrera, quien afirma la existencia de una derecha política, independiente de su vertiente económica o empresarial. Para ello, Herrera desglosa cuatro tradiciones históricas de la derecha como entidad política: laica-liberal, liberal-cristiana, social-cristiana y nacional-popular. Resulta interesante considerar que, a partir de esta clasificación, se hace difícil identificar un cuerpo doctrinario esencial en la derecha. Y que, en particular —sobre todo con la presencia de la vertiente nacionalista—, no se puede afirmar que la adhesión al libre mercado haya constituido un mínimo común doctrinario en la derecha chilena.

Sin embargo, y aunque resulte interesante esta taxonomía —sobre todo, porque pone de relieve la existencia de una derecha diversa—, pienso que, al fin y al cabo, la derecha chilena ha tenido dos grandes vertientes históricas, la liberal y la conservadora, habiendo sido las otras menos relevantes.

Por ejemplo, si bien es cierto que existió un partido nacionalista en la década de 1910, éste ni siquiera llegó a contar con un parlamentario. Mucho más importante fue el Partido Agrario Laborista (PAL) que, en 1953, llegó a tener 3 senadores y 29 diputados. Sin embargo, el hecho de haberse transformado en un partido al servicio de un caudillo, apoyando a Ibáñez en su segundo mandato (1952-1958), constituyó la semilla de su propia destrucción. En efecto, en la elección de 1957 bajó a 2 senadores y 13 diputados, dividiéndose ese mismo año en dos tendencias, una de gobierno y otra de oposición.

Volviendo al punto central de esta columna —la existencia o no de una derecha política en la historia, llegando al presente que hoy vivimos—, hay que decir que todos los partidos, de todas las tendencias, sirven a ideas representadas por poderes fácticos o extra-partidistas. Pero este fenómeno no los hace per se apolíticos. De hecho, una de las funciones que históricamente se les ha atribuido a los partidos, ha sido su carácter intermediador de grupos e intereses de la sociedad civil.

Negar lo anterior equivaldría a afirmar que nunca ha existido una izquierda política, sino meramente proletaria o sindical. Que los árboles (el caso PENTA, en la contingencia actual) dificulten ver el bosque, es una cosa; pero muy distinto es negar, de buenas primeras, que el bosque sea frondoso y complejo. Los primeros que deberían buscar, encontrar y transmitir la frondosidad de este bosque son los principales líderes de la derecha. El logro de este desafío le conviene no sólo al sector como tal, sino al conjunto del país. De hecho, y aunque suene impopular decirlo, en su fuero interno la izquierda sabe que la transición post dictadura no habría sido posible sin la ayuda de la misma derecha que tanto hoy condena en términos morales.

 

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