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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Protesta en Caburga (o el afán de cuidar un feudo)

Ese es principalmente el problema, que tenemos aún castas que piensan que las soluciones para problemas de la envergadura de lo que pasa en el sur, son solamente darles tranquilidad a ellos. No hay ningún afán de lograr algo, de entender, de comprender qué es lo que pasa realmente.

Por Francisco Méndez
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Francisco Méndez es Periodista, columnista.

Esta semana se supo de una protesta a las afueras de la casa de veraneo de la Presidenta Michelle Bachelet en Caburga. El motivo es porque dicen que no está haciendo su trabajo, que solamente veranea, pero no va como mandataria a resolver el llamado “conflicto mapuche”.

Están enojados. Dicen querer “paz en la Araucanía” y encuentran el colmo que Bachelet-o la gorda, como dicen en sus almuerzos familiares- no los tome en cuenta. ¡Cómo es posible! Se preguntan mientras se sirven un rico almuerzo a las orillas de un lago en el sur.  No puede ser que esto suceda y por lo mismo llaman a sus amigos parlamentarios para hacer algo al respecto.

Sus amigos acuden de inmediato. Qué rico ir al sur, piensa más de alguno y junto con eso aprovechan de ver sus tierras, esos terrenos que tanto les gusta tener como una especie de garantía de casta. De demostración de sobrevivencia en un lugar lleno de mapuches, lo que para ellos- en el fondo- es una rotería atroz.

Ellos no tienen nada que ver con esos indios, gritan con fuerza. Ellos son de otro lado, más cercano a Europa, olvidándose por completo de la multiculturalidad del viejo continente. Es que todo eso que tiene que ver con lo “multicultural” les suena muy complejo. Ellos se creen arios, de sangra pura y sin mezclas. Si es que nacieron en Chile fue por mera casualidad, por el espíritu aventurero de algún bisabuelo, piensan a escondidas mientras los dieciocho de septiembre comen empanada y se emocionan secretamente con el himno nacional.

Se creen otra cosa. Esa es la premisa que domina a quienes fueron a esperar de Bachelet una respuesta como las que tenían esos mandatarios que les gustan a ellos, esos que respetan a la gente “bien” y luchan por su seguridad por sobre el bienestar de un país. Porque se acostumbraron a ese guardia privado que era Pinochet y volvieron a tomar el gustito a tener un mandatario a su servicio con esa especie de gasfiter todo terreno que era Piñera.

Es ese país paralelo. Ese país en el que la gente sale a reclamar solamente cuando ven sus intereses, su concepción de Chile, está en peligro. No salen por una educación mejor, como lo hicieron muchos de quienes lo hicieron con un espíritu comunitario, de sociedad. A ellos no les interesa la sociedad, sino sus parcelas de poder, su idea de lo que sucede en esos terrenos nunca viendo si es que tienen responsabilidad.

No levantan la voz cuando hay mapuches muertos porque quizás-eso es lo que piensan- sean terroristas, y a los terroristas hay que matarlos. Pero ¿y si no son terroristas, se han preguntado eso?

No. Porque no se  lo preguntan, no se lo cuestionan, sólo defienden y alegan con prepotencia a favor de su país, su feudo. Total ellos han ayudado a construirlo, piensan. Mínimo que les hagan una peguita y le cuiden el lugar, vuelven a pensar.

Ese es principalmente el problema, que tenemos aún castas que piensan que las soluciones para problemas de la envergadura de lo que pasa en el sur, son solamente darles tranquilidad a ellos. No hay ningún afán de lograr algo, de entender, de comprender qué es lo que pasa realmente.

Porque seamos sinceros, la “paz social”, aunque suene bonito e interesante, es la idea de callar un petitorio. Ya que una sociedad dormida es una sociedad “en paz”, y mientras se duerme, se olvida  de que hay una problemática que solucionar de manera eficaz. Y para eso se requiere de todos los actores, y entender realmente lo que está pasando, y acá no se ve nada de eso.

Un tema de esta envergadura no requiere de personalismos prepotentes, sino de una comunión de opiniones, de debate y sobre todo de respeto por culturas, por maneras de concebir la realidad. Porque eso es cultura y aceptación. Y sin eso nunca habrá esa soñada paz para algunos.

Creer que Chile debe solamente velar por los intereses y la seguridad de un solo grupo de personas, es no entender en qué consiste un país. Es no impregnarse de lo que debe ser una sociedad que convive, que escucha y que enfrenta sus posiciones dentro de un marco de respeto. Ese respeto que al pueblo mapuche se le ha negado por siglos.

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