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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Los movilizados del statu quo

La resistencia es lo que prima cuando se trata de transformaciones profundas. Cambiar el sentido común no es tarea fácil, más aún cuando nos hemos acostumbrado a la relevancia de lo individual, la propiedad privada es dogma y al mercado como único regulador. Y si yo me siento cómodo, igual da lo que ocurra con los otros.

Por Patricio Segura
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Patricio Segura es Periodista Coalición Ciudadana Aysén Reserva de Vida (ARV) y Patagonia sin Represas

De seguro quienes ven con preocupación los cambios que hoy plantea el Ejecutivo consideran 2014 como el año de los movimientos sociales. Más precisamente, de sus movimientos sociales. La protesta contra las reformas tributaria y educacional fue la tónica. Una sociedad civil que, más que de movimiento, mucho tuvo de “estancamiento” al abogar por mantener el statu quo neoliberal.

La economía mercantil como medida de todas las cosas, la propiedad privada como el mejor mecanismo para la administración de los recursos y el individualismo frente al quehacer colectivo, con su componente competitivo más que colaborativo, fue su profunda bandera de lucha. Dejemos por momentos de lado la crítica al extractivismo, que en tal sentido pendientes hay a ambos lados del mesón.

Primero fue la Asociación de Emprendedores de Chile. La Asech. En plena discusión de la Reforma Tributaria, se dio amplia difusión –los medios pro modelo bastante colaboraron- a un video donde pequeños empresarios cuestionaban los alcances de los cambios a la carga impositiva. Ya no eran Luksic, los Matte ni los ejecutivos de las grandes empresas los francotiradores. Eran las esforzadas e independientes familias de a pie, de recurrida clase media, las que se organizaban para defender lo que tanto les había costado alcanzar.

Luego vino la Confederación de Padres y Apoderados de Colegios Particulares Subvencionados. La mediática Confepa. Mediante innovadores artefactos del merchandising mezclados con acciones ciudadanas –también de amplia cobertura- permearon la opinión pública con su mensaje. Emulando a la Asech, ya no era el dueño de la universidad privada o del holding educativo el que reclamaba, eran los padres que con sacrificio habían logrado para su hijo mejor educación que la que podía ofrecerle su entorno carenciado. Y ese triunfo, resultado de una visión eminentemente competitiva y meritocrática de la vida, no se lo iban a arrebatar así como así.

En 2014 cierta calle se volvió conservadora. Celadora de la sociedad de mercado individualista. En educación e impuestos, ya que en lo que a conflictos socioambientales se refiere la protesta aumentó en pos de la recuperación del agua para el bien común, cuestionando el avance de proyectos energéticos, mineros y forestales. En estos, está claro que la idea no es mantener ni reformar lo que hay. La demanda es un cambio de sentido.

De seguro esta estrategia se mantendrá con futuras reformas. Siempre ha sido políticamente incorrecto que medios como El Mercurio y La Tercera, y partidos como la UDI, Renovación Nacional y parte de la Democracia Cristiana y el PPD, maticen los cambios de fondo apelando a la defensa de los grandes grupos económicos o del sistema neoliberal. Más viable es hacerlo aludiendo a la señora Juanita del carrito de empanadas y decir que es a ella a quien le subirán los impuestos. O relevando a la niñita de barrio vulnerable que gracias a la madre soltera que trabaja en esclavizantes jornadas ha podido asistir al colegio particular subvencionado de la comuna. Ese que en ocasiones aparece listado en el ranking de los mejores 500 del Simce.

Creo no equivocarme si digo que con otras reformas ocurrirá lo mismo.

Ya se anuncian movilizaciones de pequeños campesinos que con suerte poseen un par de litros por segundo. Están preocupados por los cambios al Código de Aguas, en circunstancias que dicho proyecto radicado en la Cámara de Diputados no toca los derechos ya adjudicados. Sí lo haría la reforma Constitucional que se tramita en el Senado. Hoy cuando los guardianes del modelo mercantil hablan, no recurren a la Endesa privatizada ni a las grandes mineras y forestales que acaparan y contaminan las aguas. Nos muestran a don Arcadio, ese agricultor del sur dueño de la poca agua con que riega las frutas que vende en el comercio local.

Y si hablamos de instituir el derecho a la comunicación en la Constitución, ya veo al joven a quien alguna vez le publicaron una carta en El Mercurio reclamando porque supuestamente el Estado totalitario pretende instalar el discurso único. O al dueño de la radio de ese pueblito nortino convencido de que le arrebatarán su frecuencia para dársela al partido oficial. Nada se dirá del duopolio de la prensa escrita, de los canales de televisión que concentran la publicidad, ni del inequitativo reparto del avisaje estatal.

La resistencia es lo que prima cuando se trata de transformaciones profundas. Cambiar el sentido común no es tarea fácil, más aún cuando nos hemos acostumbrado a la relevancia de lo individual, la propiedad privada es dogma y al mercado como único regulador. Y si yo me siento cómodo, igual da lo que ocurra con los otros.

Si no apuntamos a ese aspecto fundamental, el principal detractor de las reformas seguirá siendo el ciudadano que defenderá a todo evento la pequeña ventaja que obtuvo en este injusto modelo de sociedad.

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