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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

¿La hora de los abrazos?

Que la cercanía de los árboles no nos impida ver el bosque. La Oficina Nacional de Emergencias (Onemi) es un verdadero desastre. Así lo ha demostrado en cada emergencia que ha debido enfrentar en las últimas décadas.

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Pedro Cayuqueo es Periodista y escritor.

Hay quienes plantean que no es posible criticar al gobierno por el desastre (no natural) del actual sistema estatal de emergencias. Que es el momento de unirse tras un largo abrazo de Arica a Magallanes, que es la hora de la solidaridad y del apoyo mutuo ante un desastre natural que -una vez más- “nos pilla de sorpresa”. En lo personal me rebelo ante esa argumentación tan básica y plagada de conflictos de intereses cuando salen de boca (o de teclados) de autoridades o funcionarios de gobierno. O bien de sus propias oficinas de relaciones públicas.

Que la cercanía de los árboles no nos impida ver el bosque. La Oficina Nacional de Emergencias (Onemi) es un verdadero desastre. Así lo ha demostrado en cada emergencia que ha debido enfrentar en las últimas décadas. Hablamos de un organismo sin capacidad de gestión, mando ni control, incapaz técnicamente de anticiparse a los embates de la naturaleza. En uno de los países con mayor cantidad de emergencias a nivel mundial (terremotos, tsunamis, aluviones, inundaciones, incendios, erupciones volcánicas, etc.), no advertir su negligencia e inoperancia resulta casi criminal.

Lo peor es que como casi siempre en políticas públicas, todo trata de disputas políticas y celos por figuración. Sepan que un proyecto de ley que buscaba la modernización de Onemi está del año 2011 empantanado en el Congreso. Hace más de cuatro años. Fue presentado por el ex presidente Piñera tras las lecciones del 27F y al parecer la lógica es que todo lo que presentó el anterior gobierno debe quedar en el congelador. No se explica de otra forma. Si se trataba de un mal proyecto -argumento de algunos-, ¿dónde está la alternativa presentada por la entonces oposición? ¿Dónde la actual suma urgencia para votar aquel proyecto oportunamente mejorado?

Hoy es el momento de llamar la atención del desastre (no natural) que es nuestro sistema de emergencias. Lo es hoy cuando el tema está instalado en la opinión pública, es titular en los medios, se ha vuelto TT en Twitter y no cuando desaparezca la emergencia y con ello cualquier opinión se vuelva irrelevante. Si, nos tocó vivir en una terraza continental en constante movimiento y donde la fuerza de los elementos cada tanto nos recuerda lo insignificantes que somos. ¿Estaremos entonces condenados a lamentar devastación y muertes por los siglos de los siglos, como señaló un ministro a los medios en días recientes? Me niego a creer tal cosa.

Ciegos y sordos estamos si nos negamos a sacar lecciones en la tragedia. Y el costo de esta porfía lo paga la población, aquellos que viven lejos de la cocina política metropolitana y sus disputas de poder y liderazgos. Lo pagan las familias arrasadas hoy por la lluvia y el barro en la zona norte. Y lo pagan las comunidades pewenche amenazadas por el fuego y el abandono estatal en la precordillera del sur. Sí, es hora de la solidaridad y los abrazos. Y de sacar a relucir lo mejor de lo nuestro. Pero también es hora de alzar la voz. Y de indignarnos. Y de exigir a las autoridades y la clase política que de una vez por todas dejen de jugar con la vida de tantos.

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