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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Salvador Allende: el héroe quijotesco o el demócrata intransigente

Allende trató de evitar la guerra civil con el mismo ahínco que sus poderosos enemigos buscaron la guerra contra quienes no eran ni iban a poder ser un enemigo militar: el desenlace histórico no podía ser otro que la masacre.

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Mauro Basaure es Dr. en Filosofía de la Johann Wolfgang Goethe-Universität. Profesor e Investigador de la Escuela de Sociología de la UNAB. Investigador del Groupe de Sociologie Politique et Morale (GSPM) de la École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS) de Paris y del Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social, COES.

Allende es concebido como héroe bajo dos perspectivas muy distintas y contradictorias. De una parte, el héroe quijotesco, idealista ingenuo y, de la otra, el héroe demócrata intransigente.

1. El Allende quijotesco. La imposibilidad de la vía chilena al socialismo otorgaría, según Slavoj Žižek, la gramática elemental para entender el significado universal y la fascinación que produce la figura de Salvador Allende y su proyecto político. Su rol, dice Žižek, es el de un héroe negativo, no el de un modelo a seguir: su “tarea fue demostrar —por medio de su propia derrota (su muerte trágica en 1973)— la imposibilidad del socialismo sin violencia”. Sin decirlo, Žižek establece un paralelo inverso con Ignaz Semmelweis. Según ello, Allende también habría muerto en el marco de un “experimento crucial”. Intencionalmente habría querido demostrar que el socialismo marxista es posible sin violencia; no intencionalmente, sin embargo, con su propia muerte, en un “experimento crucial”, habría probado universalmente lo que muchos ya sabían: que el socialismo marxista no es posible sin violencia. Su verdadero significado histórico universal residiría no en lo que intentó hacer, sino en lo que hizo sin haberlo sabido.

Para Žižek la violencia tiene una relación esencial y necesaria con la revolución socialista. La primera es condición necesaria de la segunda, aunque no suficiente. Desarrollar un proceso revolucionario, como quiso Allende, sin violencia sería garantía de que no se logre el socialismo. La violencia no garantiza el socialismo, pero la no violencia es garantía de que no se logrará. Para Allende, por el contrario, la violencia era condición suficiente para alcanzar el socialismo (así había ocurrido en todas las experiencias socialistas del siglo XX, la cubana era la más cercana), pero no necesaria. El socialismo puede alcanzarse por otros medios, por medios no violentos. Y hay que agregar, el medio específico para Allende era la institucionalidad democrática constitucional.

Para el tipo de socialismo que él imaginaba, la democracia era condición necesaria —evidentemente no condición suficiente— no sólo de la revolución socialista sino que del socialismo como tal. Por eso, para el marxismo occidental, Santiago y Praga coincidían en una misma esperanza: socialismo sin barbarie. George Steiner nos da a entender que mientras más irrealizable se ha vuelto esa esperanza, esas ciudades más han adquirido un significado cuasi-religioso. Aunque de modo distinto, Steiner tiende a coincidir con Žižek: el significado universal de Allende reside en haber tratado de traer a la tierra algo posible sólo en los cielos. No muy distinta es la visión de Alain Touraine, para quien la tradición democrática y la revolucionaria tienen una genética incompatible y se anulan mutuamente. Su unión solo podría generar un monstruo. El esfuerzo de Allende nació y murió, según ello, producto de esta incompatibilidad. La democracia, se puede abundar con Adam Przeworski, no permite asegurar de modo estable los intereses de ningún grupo, aseguramiento que supone un gobierno socialista revolucionario de los trabajadores. Según esta perspectiva, el trágico fracaso de la Unidad Popular (UP) se explica en última instancia —y más allá de las cuestiones circunstanciales— por el hecho de haber intentando lo imposible. La lección es aquí no intentar a futuro nuevamente un tal experimento. Si se quiere socialismo se debe querer la violencia. Lo imposible es pensable, deseable pero no realizable. Sólo condena a la impotencia. Mayo 68 vendría a corroborarlo.

2. El Allende demócrata intransigente. Más o menos distantes de esta tradición de la imposibilidad quijotesca, están aquellos que, no cuestionando directamente la posibilidad de un socialismo sin violencia y por la vía democrática, se concentran más bien en las circunstancias históricas específicas y los errores que condujeron a dicho fracaso. Ya no se trata de un error en los términos del propio experimento político, de un error conceptual de origen, sino de un error práctico político en el proceso de la UP. Esta diferencia la conocemos desde Hobbes: es la diferencia entre ciencia y prudencia.

Žižek expresa muy bien la primera. Lo mismo Paul Sweezy lo había reafirmado diciendo: “no existe una vía pacífica al socialismo”. Muy por el contrario, Enrico Berlinguer, secretario general del PC Italiano, en su tesis del “compromiso histórico”, expresa con urgencia la lógica de la prudencia: Para él, el caso de Chile mostraba la necesidad de un tal compromiso entre el PC y la DC como posible solución preventiva de una vía institucional al socialismo en Italia. Con mayor sensibilidad histórico práctica, y aunque de manera diversa, la mayoría afirma hoy la lógica de la prudencia, pero obtienen una lección distinta a la de Berlinguer. La gran lección de la tragedia de la UP no es tanto la necesidad del compromiso de la izquierda con el centro como sí la de prepararse para el momento de la confrontación violenta. El problema acusado aquí no es presentado como un error de origen (como lo hace Žižek y Sweezy) sino como el error de haber sido intransigente en optar por la vía democrática, incluso ahí donde ya se era abiertamente presa de la violencia reaccionaria. La violencia aquí no aparece como estructuralmente consustancial al proceso revolucionario, pero se asume que era una carta que, dada la contingencia histórica, debió haberse usado. La tesis aquí no es que, en todo tiempo y lugar, no hay socialismo sin violencia (lógica de la ciencia), sino que, dada ciertas circunstancias históricas, como las de la UP, la violencia y la limitación de la democracia resultaron imprescindibles y debió haberse recurrido a ellas (lógica de la prudencia).

Richard Ratcliff detectó una inconmensurabilidad entre el esfuerzo de la UP por mantenerse en marco de la institucionalidad democrática y el doble juego de la reacción de la clase dominante: de una parte, usar retóricamente la defensa de la democracia y la constitución y, de la otra, destruir por la violencia la democracia y la institucionalidad. De aquí la lección prudencial sea clara: el gobierno de la UP debió prepararse para una reacción extrema, asegurando primero que todo el mando sobre el poder del Estado. Como no lo hizo sufrió la violencia desatada y extrema de una clase que vio en peligro sus intereses, pero no encontró mayor resistencia al momento de defenderlos por la violencia. Mientras más Allende insistía en la vía conciliadora y constitucional, más creció la seguridad y la audacia de sus enemigos. Allende trató de evitar la guerra civil con el mismo ahínco que sus poderosos enemigos buscaron la guerra contra quienes ―ellos lo sabían― no eran ni iban a poder ser un enemigo militar: el desenlace histórico no podía ser otro que la masacre.

Hay al menos, dos figuras de Allende como héroe. De una parte Allende es un idealista ingenuo que no intencionalmente mostró, con su propia muerte, algo que era obvio: la imposibilidad del socialismo sin violencia. De otra parte, Allende es el demócrata intransigente; un héroe trágico en un sentido muy distinto: lo que muchos consideraron su error político cardinal —esto es el no haber cedido frente al llamado a la violencia, proveniente tanto desde adentro como desde afuera, de sus supuestos aliados como de sus enemigos— es lo que lo eleva a una figura universal. Su victoria moral resulta inseparable de su fracaso político producto de no haber sido prudente: es decir, no haber recurrido a la violencia y la limitación de la democracia.

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