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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Temporeros de Atacama: la realidad escondida bajo el barro

Muchos hombres y mujeres de Copiapó trabajan en las temporadas: una buena cantidad de temporeros locales y migrantes -luego de terminada la faena- se van a los valles de más al sur a trabajar en la cosecha y las empacadoras. Hacen su salario siguiendo la maduración de la uva. Pero la uva también hizo que migrantes del sur se quedaran por el norte, en poblaciones precarias ubicadas en hondonadas de quebradas o en laderas de los cerros de San Antonio, Los Loros, Tierra Amarilla e incluso en las partes altas de la ciudad de Copiapó, al lado de peruanos y bolivianos a los que se les maltrata más que a chilenos.

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Ximena Valdés Subercaseaux es Académica de la Escuela de Geografía de la UAHC. Licencia en Geografía de la Universidad de Paris VII, Francia; doctora en Estudios Americanos Universidad de Santiago de Chile/Instituto de Estudios Avanzados en la Mención Historia Económica y Social.

Chile se ubica en una repisa frágil colgada a los Andes, de nieves y lluvias que se precipitan por los ríos dejando atrás a veces todo lo que encuentran a su paso. Pero no se puede confundir naturaleza con cultura. Poblar “una loca geografía” no puede ocultar lo que ocurre en esos valles que miran con su producción minera de subterra y de uvas –de subsole- al mundo exterior. Se trabaja para exportar. ¿Pero cómo se hace?

Si hoy hubiese en Chile un Baldomero Lillo describiría ciertas situaciones de los trabajadores de la uva que son mujeres, que son mapuche, que son peruanos, ecuatorianos, bolivianos. Que son jóvenes que vienen de todo Chile y de los países andinos a las faenas de la uva, como un “Chifón del Diablo” que se escapó de las profundidades del carbón de comienzos de siglo XX a la superficie de los valles donde se cultivan las uvas: el valle de Copiapó, el Huasco, Elqui…

Las agroindustrias productoras de uva generan los empleos temporales que explican las migraciones laborales a los valles. Los temporeros son una suerte de nómades asalariados que viven en campamentos durante la estación que se inaugura en primavera y finaliza hacia fines del verano. Muchos hombres y mujeres de Copiapó trabajan en las temporadas: una buena cantidad de temporeros locales y migrantes -luego de terminada la faena- se van a los valles de más al sur a trabajar en la cosecha y las empacadoras. Hacen su salario siguiendo la maduración de la uva. Pero la uva también hizo que migrantes del sur se quedaran por el norte, en poblaciones precarias ubicadas en hondonadas de quebradas o en laderas de los cerros de San Antonio, Los Loros, Tierra Amarilla e incluso en las partes altas de la ciudad de Copiapó, al lado de peruanos y bolivianos a los que se les maltrata más que a chilenos. De ahí a que los empresarios quieran aumentar la cuota de migrantes extranjeros.

Las labores temporales son duras, no necesariamente bien pagadas, no siempre con resguardo de las pocas y limitadas normas laborales. Es decir, hay trabajo precario y relaciones laborales informales mediadas generalmente por sistemas de subcontratación.

El salario se hace a costa de la extensión de la jornada laboral, las peleadas 8 horas del movimiento obrero del siglo XX, llegando a las 18 horas diarias muchas veces. Así se ganan las ‘moneas’ con las que la mayoría de los hombres y mujeres –una buena cantidad de jefas de hogar- tienen que vivir durante los “meses azules”, los invernales.

¿Y los campamentos? Ahora se pueden ver arrastrados por el barro. Se puede comprender por qué en los medios de comunicación la gente del sur pregunta por sus familiares de los cuales no saben su suerte. Y eso que los campamentos algo han mejorado gracias a la presión ejercida por las organizaciones sociales del valle de Copiapó, la Red de Mujeres de Atacama, la Pastoral de los Temporeros y la vergonzosa poca cantidad de sindicatos, frente a más de cien empresas dentro de las cuales la conocida Frutícola Atacama (de la cual por algo se habla en estos días) tiene un copioso prontuario de denuncias laborales, incluida una temporera muerta por inhalación de gases en el frigorífico hace algunos años.

Al afirmar que no se puede confundir naturaleza con cultura (empresarial), justamente nos referimos al problema de las condiciones de trabajo de la enorme cantidad de hombres y mujeres que laboran en la fruta. Desgraciada esta ocasión para verlo por la tele, en un país donde los temporeros ni siquiera tienen derecho a negociación colectiva a raíz de normas laborales que por años el Parlamento y los gobiernos se han negado a cambiar.

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