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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Farkas y el regreso al pasado

Farkas aparece como un superhéroe, como un hombre que llega a demostrarnos que la iniciativa privada siempre es mejor que la pública y que el Estado es una masa uniforme y lenta. Pero sobre todo política. Y no hay nada peor hoy que la política.

Por Francisco Méndez
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Francisco Méndez es Periodista, columnista.

Leonardo Farkas volvió a aparecer. En esta oportunidad se debe al aluvión en el norte y a la ayuda que él ha entregado a los damnificados por esta catástrofe nacional. Es cierto, nadie puede criticar que una persona ayude a los que están siendo masacrados por las condiciones sociales que se conjugan con el clima. Nadie puede condenar el hecho, pero sí la forma y lo que se ve detrás de ésta.

Farkas aparece como un superhéroe, como un hombre que llega a demostrarnos que la iniciativa privada siempre es mejor que la pública y que el Estado es una masa uniforme y lenta. Pero sobre todo política. Y no hay nada peor hoy que la política.

El rubio de la melena no es político-o eso dice- y ayuda de manera indiscriminada sacando de su bolsillo fajos de billetes. Todo para él es mostrarse ayudando y sonriendo con sus prístinos dientes que encandilan al que lo mira hacia arriba con los ojos llorosos.

A Farkas le gusta ver ojos llorosos. Se siente siendo mejor persona y le encanta que se lo digan fuerte mientras danza entremedio de necesitados que lo aplauden y le piden que saque ese truco del bolsillo. Ese truco que todo lo soluciona. Porque él es la gran solución, sobre todo en estos días en que nadie quiere saber nada de la política. En que todo lo que huela a administración pública es mirado con desdén, con sospecha y con indignación. Siempre con indignación.

El problema de las acciones de Farkas es precisamente eso, que crea la sensación de que no necesitamos instituciones ya que el privado puede llegar a salvarlo todo con su generosidad infinita. Quienes lo ven ayudar no piensan en el poder del dinero, pero sí en el poder de un solo hombre para romper con toda la eterna burocracia estatal llegando cual mesías a solucionar-aunque sea por unos días- todo su sufrimiento.

Es complejo entregarse al poder del empresario. Aunque sea bonito el gesto, cuando el dinero puede más que la institucionalidad de un país, la democracia se convierte en un mal chiste y comenzamos nuevamente el círculo vicioso que nos tiene hoy en día desconfiando de todo.

La crisis que vivimos actualmente como país, y la desconfianza que se genera ante todo, no tiene su raíz en la política aunque se crea lo contrario. Nace con la falta de ésta y el imperio del billete, ése que va desde ayudar y mostrar su poderosa solidaridad hasta comprar símbolos republicanos. Ya que en Chile el poder empresarial no tiene ninguna regulación, nadie pone realmente el ojo en él, porque no nos detenemos a ver realmente cuál es el problema y solamente reaccionamos frente a situaciones de maneras determinadas por los hechos sin reflexionar al respecto.

Todo es acción, lágrima y sonrisa. Nada más. Y frente a eso- es claro-el que tiene más, tiene el camino pavimentado para edificar su ego y fomentar esa incredulidad hacia un Estado que es ineficiente en nuestras cabezas desde siempre, sin importar si lo ha hecho bien o mal. Sin importar los contextos.

Estamos volviendo de nuevo a los noventa, en donde el debate no existía y solamente nos deslumbrábamos con las acciones y las sonrisas fáciles. Estamos ratificando ese modelo neoliberal del que decimos escapar, pero que tanto abrazamos cuando trae un pequeño-y limosnero- beneficio. Somos todavía ese Chile que escapa de su cultura y se refugia en una creación artificial. Esa creación que nos lleva a gritar y pedir, pero no a proyectarnos como sociedad, ya que no creemos en lo ideológico, solo en lo pragmático, que debe ser tal vez la visión más ideologizada de la realidad.

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