A morderse la lengua
Esta gente que entra y sale de la Yáber, que pasa en fiscalías o juzgados como si fueran traficantes, que llegan escoltados a una simple declaración, realmente no dimensionan el grado de daño hecho en el país.
No es mucho lo que se puede decir en estos días, hay que tener cuidado. Parece que hay que hacerle caso a Francisca Valenzuela y morderse la lengua negra que nos cuelga. Porque en realidad hay olores raros en la ciudad y las reacciones agresivas a lo que uno diga, cunden.
No creo que sea como en los días upelientos, que mi carné no registra, pero para decir cosas , hay que protegerse casi con lupa y parachoques. Desde que uno sube a la micro, desde que habla con el heladero y para qué hablar de funcionarios municipales. Es tal el grado de virulencia en las expresiones de la metrópolis actual, que es penoso decirlo, pero en estos días hay que tener hasta cuidado de ser empleado público.
Esta gente que entra y sale de la Yáber, que pasa en fiscalías o juzgados como si fueran traficantes, que llegan escoltados a una simple declaración, realmente no dimensionan el grado de daño hecho en el país. La madre que se entera las cagadas del hijo por el diario, tampoco parece notarlo. Pero si le miran la sonrisa a esa madre -lejos su mayor capital estético- ya no es la misma de antes. Es natural que así sea. Tampoco podemos pretender tener una Mona Lisa de presidenta.
Pero el efecto se nota y el clásico: ya no se puede confiar en nadie, que se puede oír en la feria o en el almacén a la señora Juanita, es lapidario. Si un chofer trata prepotentemente a alguien y el pasajero lo confronta, este responde que NO TRABAJA PARA EL ESTADO. Así de cómico, pero triste.
Y uno podría volver a cantar como una vieja canción de Julio Iglesias , aquello de ¿Qué nos pasó? Y a veces dan ganas de preguntárselo a quien uno encuentre en la calle, pero también ese otro, claramente se puede sentir agredido así que definitivamente ni eso es viable. No es el Apocalipsis que uno aprendió en el colegio sobre días en que se le pedía renuncia a los presidentes, pero el baile con la fea que tiene la actual mandataria, es terrible. Y una tan fea y asquerosa como aquella que se baila en el partido de calle Suecia.
Es penoso y es algo que ya está dejando huellas. Ojala que en La Haya no se acreciente la pena ni se alargue el baile. Junten miedo, decían las paredes en los 70, según lo que salía hasta en la película Machuca. Pero ahora parece que el miedo no es lo único que se junta en la ciudad. Se están juntando malas miradas, muy malas palabras, y por suerte hay harto inmigrante que a veces no nos entiende. No se pierden de mucho, o al menos es lo que se podría pensar en estos días en que tanto visitante se impresiona ante fenómenos bellos y urgentes como dos volcanes en erupción, pero es cierto que la ceniza queda igual y quizás esa ceniza también se ha colado en las paredes del palacio presidencial.
Mejor morderse la lengua y leer la orestiada o ver el Padrino. O por ultimo leer a Cavallo, Salazar y Sepúlveda como si fuera literatura romántica, de esa para leer en el baño. O por último hacer algo que nos ayude un poco a olvidar que se están tomado muy malas decisiones en estos últimos días
Y la gente santiaguina al menos, no se está mordiendo la lengua para reclamarlo.