Una esperanza en el chiquero digital
¿Tan difícil es entender que detrás de cada cuenta con nombre y apellido de Twitter o Facebook o Instagram o la red social que sea, hay una persona, un ser humano con inseguridades, miedos, traumas y dificultades que, además, tiene una madre, un padre, señora, marido, hijos, amigos, una familia?
“Pocilga, porqueriza, zahúrda, chiquero o cochiquera es el lugar donde se cría el cerdo doméstico. Por analogía, también se llama así a cualquier lugar reducido, sucio y hediondo”. De esa manera define Wikipedia al hábitat del chancho. Una perfecta metáfora para referirse a Twitter, ese microcosmos donde la mierda vuela en todas las direcciones; un espacio de realidad paralela en el cual, cuanta más cochinada se pueda ventilar, mejor. Antro de guanacos que escupen desde el anonimato, cuna del resentimiento en su máximo esplendor, muy de vez en cuando surge una excepción que permite volver a ilusionarse.
Como pasó con #FindDancingMan, un extraño caso que si bien se origina en el bullying, termina en la mejor de las buenas vibras. La historia es así: hace algunas semanas, alguien posteó en 4Chan, un sitio donde cualquiera puede subir cualquier cosa, una foto de un tipo obeso que bailaba animado y, al lado, otra imagen donde se veía al mismo hombre apesadumbrado. Junto a ello, un texto que decía “Captamos a este espécimen tratando de bailar la semana pasada. Se detuvo cuando nos vio riendo”.
Triste. Pura maldad. Algo tan habitual en redes sociales. De ahí, la captura de pantalla pasó a otro sitio llamado Imgur, donde lo vio una tuitera llamada @CassandraRules, quien decidió empezar una campaña. Su idea era tratar de ubicar al hombre víctima de bullying para luego organizarle una fiesta. Así, el hashtag #FindDancingMan se viralizó, hasta que finalmente el tipo apareció y la locura fue total. El productor de música electrónica Moby se ofreció para ser el DJ de la fiesta, Pharell Williams mandó un video especialmente dedicado, Monica Lewinsky también decidió ir al evento (ella lidera actualmente la causa anti bullying) y Sean O´Brien, así se llama el muchacho de figura prominente, se emocionó, agradeció y disfrutó de un carrete inimaginable.
Sus quince minutos de fama todavía duran, ha aparecido en televisión y, gracias a él, se han juntado fondos para ayudar a instituciones de caridad. Una conmovedora anécdota donde, excepcionalmente, la víctima es redimida gracias al cariño de miles de personas del mundo digital y el liderazgo de una en particular. ¿Cómo serían las cosas si la buena onda fuera lo rutinario y la violencia psicológica, en cambio, una eventualidad? ¿Tan difícil es entender que detrás de cada cuenta con nombre y apellido de Twitter o Facebook o Instagram o la red social que sea, hay una persona, un ser humano con inseguridades, miedos, traumas y dificultades que, además, tiene una madre, un padre, señora, marido, hijos, amigos, una familia? ¿Será posible que la historia de DancingMan pueda abrir un espacio milimétrico de esperanza?