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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

El reloj biológico y la cama matrimonial

En un comienzo la pieza matrimonial me parecía algo tan lógico que ni siquiera merecía mayor cuestionamiento. Al no existir la duda, la idea sólo era aceptada como natural. Sin embargo, a medida que más aprendo sobre amor, sexualidad y los orígenes de la familia monógama, la idea de que exista una pieza matrimonial, comenzó a por estar llena de simbolismos y mensajes de lo que debemos y no debemos hacer.

Por Janet Noseda
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Janet Noseda es Psicóloga. Magister en psicología clínica. Especialista en género y diversidad sexual.

Que el origen de la familia sea un invento para que los ricos pudieran tener a quien heredar su fortuna sin tener dudas de su paternidad, es ya perturbador por sí mismo ¿Pero a quien se le habrá ocurrido que el matrimonio tenía que fundir a esas dos personas que alguna vez fueron individuos, en una masa inseparable, sin ningún dejo de privacidad? Es que no me parece que tenga sentido el que las casas tengan habitaciones separadas excepto para quienes están casados. Ellos, tienen que aprender a compartir la habitación y la misma cama.

La cama matrimonial tiene que ver con el símbolo de la sexualidad y la reproducción, que se permite a la pareja casada. Lacidea de que esas personas sirvan básicamente de máquinas reproductora me parece perverso. Creo que se puede tener sexo, compartir un grato momento y luego devolverse cada quien a su habitación. Eso no impedirá que no se tengan relaciones sexuales ¿O será que el simbolismo es que la reproducción tiene que ser tu único fin?¿Quizás la individuación es peligrosa en el matrimonio?

El mandato de la reproducción es imperante y parece que además, a la gente le cuesta demasiado separarlo de la palabra matrimonio. Por ello las parejas recién casadas se quejan del peso social de tener pronto un hijo (y después de tener pronto el segundo). Ni que decir de las personas solteras, que parecieran estar obligadas (especialmente las mujeres) a casarse, o por lo meno, emparejarse y tener hijos. No es azaroso entonces que las depresiones se den más frecuentemente en mujeres en cierto período de edad, ante una presión social que pone su valía en el encontrar pareja y ser madres.

Creo que en ciertos casos y en cierto tipo de personalidades, el matrimonio simplemente no va. Y tampoco la maternidad. Yo no podría compartir mi cama por el resto de mi vida con otra persona. Necesito tener mi espacio y creo natural que mi pareja también necesite el suyo. Necesito tener un lugar donde refugiarme, donde encontrarme conmigo misma. Por supuesto que también necesito un lugar para hacer el amor pero no tiene que pasar a ser estático o pasar a suplantar el espacio que antes era para mí. Qué decir de ser madre. Si algún día lo fuera, sería fuera del matrimonio y porque yo así lo deseo. Jamás porque alguien más cree que es lo correcto a cierta edad, que me hará realmente mujer o realmente valiosa.  Yo sé lo que valgo, con o sin hijos. Con o sin cama matrimonial.

Desde ese sentido, prefiero estar loca y exigir mi propia habitación y mi propia cama. Mil veces mi locura ante la desaparición de todo rastro de privacidad. Mi locura me parece mucho más sana que esta sociedad y su concepto de familia, que aún deja entrever entre sus símbolos, el fantasma medieval de su origen, el crucifijo colgando en la pared sobre la cama, recordando la santidad del sexo y alejando su fin meramente placentero, los hijos, la dote y el sistema patriarcal.

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