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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Crisis, Reformas y Constitución: ¿Hay luz al final del túnel?

En este sentido, la Constitución actual ha permitido al oligopolio la acumulación de poder económico. Por consiguiente, el mayor problema no son los oligarcas de turno ni los políticos corruptos sino del contexto capitalista mismo que desquicia a muchos por la avidez de dinero.

Por Edmundo Leiva
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Edmundo Leiva es Académico del Departamento de Ingeniería Informática de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Santiago de Chile.

Ha fracasado el intento del Gobierno de cerrar la brecha entre política y ciudadanía reparando el marco constitucional vía reformas. De hecho, si la confianza en nuestros políticos está gravemente lesionada – por tráfico de influencias, corrupción y conflicto de intereses- qué esperanza existe de recobrar las bases constituyentes de la República. Los anuncios para instituir una nueva carta fundamental son ambiguos: no se excluye al Congreso nNacional en el proceso y se proclaman, en el discurso, una amplia participación ciudadana. Es un tremendo error político subestimar la situación de indefinición sobre estas materias. En especial cuando existe mucha desconfianza sobre qué aspectos de las reformas constituyen avances y cuáles, en cambio, responden a meros gatopardismos. Ahora, si la gente comienza a tomar conciencia que las leyes quedan en manos de una política cooptada por los negocios entonces la desconfianza ciudadana sólo puede crecer.

Como si se tirase de una madeja de lana, la ruta del dinero nos hace descubrir la mano invisible de los titiriteros que están detrás del poder. Esto no debería sorprendernos, una economía capitalista le otorga un enorme poder a quien consiga acumular el suficiente dinero para convertirlo en poder político. Toda acumulación de poder absoluto llama a corrupción absoluta. En este sentido, la Constitución actual ha permitido al oligopolio la acumulación de poder económico. Por consiguiente, el mayor problema no son los oligarcas de turno ni los políticos corruptos sino del contexto capitalista mismo que desquicia a muchos por la avidez de dinero. Además; los políticos no admiten cosmovisiones fuera de la lucha por poder y los temas asociados a la competencia y el individualismo, herencia de la Constitución de Pinochet. Luego, es preciso revertir los objetivos culturales que desplegaron y materializaron los ideólogos de la carta fundamental que hoy nos rige.

Las nuevas generaciones quieren, más allá de los polos liberalismo-marxismo, vivir libertad e igualdad, ambas, no una en desmedro de la otra. Esto es una inflexión histórica que requiere alejar las conversaciones ideologizadas. Esto es un desafío cultural mayúsculo y debe ser plasmado en la Educación – nivel macro – como las conversaciones pedestres – nivel micro-. En particular debemos entender cómo leyes como la “Ley del Lobby” se dilata diez años en el congreso; leyes con claros conflictos de intereses e inmenso impacto público.

Frente los mega-desafíos de refundación, como suele suceder en Chile, buscamos soluciones en cualquier parte menos en casa. En Chile ya tenemos a prestigiosos intelectuales como Humberto Maturana, Rafael Echeverría, Claudio Naranjo, Manfred Max-Neef considerados líderes del pensamiento post-racionalista que nos pueden ayudar a realizar la tarea de definir la República que queremos.

Las condiciones históricas para un proceso constituyente claro, amplio e inclusivo ya están dadas. Con o sin plebiscito consultivo previo el capital político de la actual democracia se agotó. Sin embargo, esperamos que voluntad política sea obedecer al soberano, que desde la Revolución Francesa, es el pueblo. Somos nosotros, los ciudadanos, los que clamamos refundar la República, no porque pensamos en nuestro bien inmediato sino porque nos mueve un sentido de urgencia. Queremos asamblea constituyente antes que nuestra dulce patria sea devorada por la avaricia y por la sed de poder de unos pocos en contra del bien común de la mayoría.

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