Planeta Tierra: El más oprimido y devastado
Con interés hemos analizado la encíclica Laudato Si' del Papa Francisco, en la que plantea que entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra. Y que hemos olvidado que nosotros mismos somos tierra. A causa del deterioro ambiental global, se dirige a cada persona que habita este planeta, sea católico o no.
Felipe Petit-Laurent es Ingeniero Comercial y en Turismo, Magister en Administración de Empresas con mención en RRHH y tiene un Diploma en Políticas Públicas y Superación de Pobreza para América Latina. En 2002 - 2003 fue profesional SERVICIO PAÍS en la comuna de San Fabián de Alico, región del Biobío. En 2007 retorna a la Fundación Superación de la Pobreza y asume la dirección del Programa Servicio País en la región del Biobío. Desde 2009 y hasta asumir la dirección nacional de SERVICIO PAÍS en marzo de 2014, se desempeñó como director regional de la Fundación Superación Pobreza la región de La Araucanía.
La actividad productiva descontrolada del ser humano y la ambición desmedida, tiene consecuencias dramáticas y en todo orden, desde lo ambiental que en muchos casos es irrecuperable, hasta lo humano y lo ético, pasando por lo político y el debilitamiento de la democracia y por ende, de los lazos que nos mantienen como sociedad constituida a partir de normas que nos hacen sentido a todos.
Frente a este escenario, planteado por muchísimas voces, a las que se suma con fuerza el Vaticano, resulta inexplicable que en Chile aún estemos discutiendo si es válido, según la ideología del que llegue al sillón presidencial – socialdemócrata o neoliberal – incorporar o no los Derechos Humanos, Económicos, Sociales y Culturales a la nueva Constitución, en circunstancias que en el mundo entero se lucha porque el acceso al agua, sea considerado uno de los principales derechos humanos.
Todo indica que esa discusión, y otras de similar relevancia a escalas locales (rol del Estado en los países) hoy debiese ir mucho más allá y buscar conectarse con esta tierra que sufre, porque la situación tiene que ver con la supervivencia misma de nuestras sociedades, naciones, razas, culturas y recursos naturales disponibles, como el agua. Para muestra, no hay mejor y más dramático ejemplo que nuestro propio país, lleno de fuentes de agua dulce, y hoy seco, con su población rural en crisis y con su población urbana consumiendo agua de mala calidad en muchas ciudades.
Hoy más que nunca, con un brazo estamos talando la rama de la cual estamos afirmados. Matar es matarse, “asesinato es suicidio”, como planteó el destacado economista y teólogo alemán, Franz Hinkelammert en sus reflexiones sobre la globalización a principios de este siglo.
La catástrofe ecológica a la cual hace referencia “Laudato Si”, está afectando proporcionalmente mucho más rápido y con mayor intensidad a los más pobres: el Papa habla de una “inequidad planetaria”, por la contaminación, basura, cultura del descarte, trágico el aumento de los migrantes huyendo de la miseria empeorada por la degradación ambiental, habla de “la pobreza del agua social” y sobretodo, de la indiferencia ante estas tragedias y de la inconsciencia que se tiene respecto de los excluidos, que son la mayor parte del planeta, pero que no tienen voz.
Dice textual: “Ello se debe en parte a que muchos profesionales, formadores de opinión, medios de comunicación y centros de poder están ubicados lejos de ellos, en áreas urbanas aisladas, sin tomar contacto directo con sus problemas. Viven y reflexionan desde la comodidad de un desarrollo y de una calidad de vida que no están al alcance de la mayoría de la población mundial. Esta falta de contacto físico y de encuentro, a veces favorecida por la desintegración de nuestras ciudades, ayuda a cauterizar la conciencia y a ignorar parte de la realidad en análisis sesgados”.
Desde Servicio País, no podemos sino estar plenamente de acuerdo. Porque ricos o pobres, y aunque algunos quieran negarse a ello, vivimos bajo el mismo techo y al final del día, estamos deteriorando irremediablemente, como dice Francisco, nuestra casa común.