Las múltiples interpretaciones acerca de Ricardo Lagos
La entrevista a Ricardo Lagos en la Revista Sábado de El Mercurio, ha causado múltiples reacciones fervorosas desde los extremos. Por un lado, una derecha se alegra y le pide orden en la calle, porque se acuerda de su voz fuerte cuando golpeaba la mesa (Esto porque siempre les ha gustado los tintes autoritarismo aunque este se manifieste de manera democrática y cuando lo analizan con la perspectiva del tiempo, lo encuentran maravilloso). También hay otra derecha, la que aún lo encuentra un socialista que se enriqueció con los casos de corrupción de su gobierno aunque no haya prueba alguna de ese enriquecimiento. Y, para terminar, ciertos cabecitas de pistola que dicen levantar ideas de izquierda, también suscriben estas ideas y repiten en sus cabezas el “los empresarios aman a Lagos” como una especie de mantra.
Francisco Méndez es Periodista, columnista.
El caso es que Lagos es mucho más que ese sinfín de ideas reduccionistas. Como toda figura tiene luces y sombras, pero sería un poco iluso y propio del gritoneo de los últimos días, situarlo en el conservador lugar que hoy ocupan los otrora tótems concertacionistas, quienes hoy no son más que viejos resabios de ideas estáticas y poco conducentes. Al contrario, Lagos parece estar más atento al debate y mirarlo desde su perspectiva claramente egocéntrica y autorreferente, pero no por lo mismo menos contribuyente con el debate de ideas que tanto se ha perdido por estos días.
Sin ir más lejos, el hecho de que Jorge Burgos lo haya invitado a La Moneda en la ausencia de Bachelet, es parte de ese mal entendimiento de lo que el ex mandatario puede representar hoy en la discusión. Nadie se detuvo a pensar que uno de los motivos por los que aceptó asistir a la casa de gobierno fue para hablar del trabajo que lleva hace algún tiempo para ver opciones de cambio de la Constitución. A nadie le interesó eso, ni al diario de derecha que lo entrevistó, ni a los numerosos indignados que esperan el pequeño aventón, para soltar una verborrea que muchas veces parece un discurso aprendido, que un raciocinio real con respecto a hechos.
Claramente Lagos cometió errores. El habernos hecho creer que la Constitución que firmó y modificó en aspectos fundamentales y autoritarios, ya no era la de Pinochet, fue claramente algo que quedará en nuestra historia y que parece casi como un crimen mirado desde la actualidad. Pero es bueno preguntarse si es que no de los efectos de esa gran enfermedad llamada transición y de la que hoy queremos curarnos de manera inmediata. Esa enfermedad que dejó graves secuelas en nuestra piel, por no habernos hecho preguntas. Por haber tenido miedo a hacerlas. Por habernos aprendido una respuesta de memoria.
Para qué hablar de la manera en que se ideó el Transantiago. Es una idea tan concreta y tan del día a día de los ciudadanos, que el repudio hacia la figura del creador del PPD se acrecienta de parte de quienes buscan acrecentar su odio no sólo por la impotencia diaria, sino porque también muchas veces creen que no hacerlo es no tener conciencia ciudadana. El diario viajar del peatón ya convierte al dueño del dedo índice más famoso de Chile en el enemigo, muchas veces con razón.
Pero parece también importante detenerse en las luces: el gobierno de Lagos es tal vez-independiente de la obsesiva licitación de vías públicas- el que nos recordó que éramos un poco más que consumidores. Quizás no por iniciativa totalmente suya, pero lo cierto es que al traer de vuelta simbolismos tan olvidados para la República como los grandes palacios que la conformaban, ahora en clave ciudadana, es algo que nos hizo ser parte nuevamente de un lugar. De instancias públicas que en el contexto que se vivía, eran necesarias frente a tan inmensa privatización de nuestras sensaciones y hasta nuestras ideas. Ya que fue un pequeño respiro poder volver a caminar por La Moneda, cuando los únicos lugares que se vendían como públicos eran los malls.
Tampoco quiero olvidar que fue el único presidente de la Concertación que trajo de vuelta a Allende, a quien tanto escondieron los socialistas que lo culparon de la dictadura en voz baja. Esos socialistas que se encantaron con el neoliberalismo y convirtieron la figura de don Salvador en algo de lo que había que avergonzarse. Lagos lo recordó. Habló de él e incluso años más tarde, cuando ya había dejado su puesto, nos recordó también que, al contrario de lo que creen muchos concertacionistas, el líder de la UP no tiene responsabilidad alguna en el golpe que se llevó a cabo en su contra.
Ahora, la pregunta que podría terminar este texto es si sería bueno un nuevo gobierno de Ricardo Lagos, a lo que, personalmente, creo que no. La historia nos enseña de que hay personajes y planteamiento de ideas que tienen buenos momentos y que, sin embargo, en otros períodos históricos no tienen cabida. Y yo creo que hoy Lagos tiene que saber ser lo que fue y lo que es desde su mirada siempre opinante, pero el progresismo necesita otras miradas. Otras voces que sepan canalizar un pensamiento que debe fortalecerse ante el soterrado dominio ideológico del adversario.