Bachelet, sola contra el monstruo
Muchos me han preguntado por qué vuelvo a Chile. Les parece extraño, raro, tonto, que quiera volver a un país con tanta mala onda. Una vez afuera me dijeron que la distancia afecta, que distorsiona la mirada y percepción de las cosas que pasan en el país. Me dijeron que quizás esa distancia agrave las cosas. O quizás las simplifique. No sé cuál será el lente que he tenido el último tiempo, pero algo veo diferente.
Matías Reeves es MSc Filosofía y Políticas Públicas, London School of Economics and Political Science, Fundador Educación 2020
La mala onda se siente en las plumas de gran mayoría de columnistas, tanto de oposición – de izquierda y de derecha – como de simpatizantes del gobierno. Se percibe una particular energía negativa en los comentarios en las redes sociales, los titulares de la prensa, las opiniones generales en relación a la gestión del gobierno y ni hablar del bajo nivel de debate en el Congreso.
Nada nuevo dirán algunos. Es el típico chaqueteo chileno. Otros señalan que es la respuesta lógica a una serie de eventos que han pecado de insularidad política e ingenuidad comunicacional, al generar tantos grados de incertidumbre y prometer tantas cosas durante la campaña. Pero creo que hoy es distinto. La efervescencia no sólo muestra un descontento social, entendible y esperable por tantos años de abuso y desilusión, sino un morbo de los políticos e intelectuales por demostrar que tenían la razón y que la incompetencia debe ser castigada y ridiculizada. Un morbo que se centra en ver caer a una persona.
Los chilenos y chilenas conocemos bien esta sensación. Durante años nos hemos entrenado frente al televisor y esperamos con ansias en febrero al humorista de turno que se enfrentará al monstruo del Festival de Viña. El morbo por ver la rutina y saber si saldrá aniquilado, pidiendo perdón o diciendo “gracias, gracias, no se molesten” es lo que ha hecho de ese espacio uno de los más esperados y con mayor rating. La sensación de circo romano se vive y disfruta.
Si en los primeros minutos no se partió bien, rápidamente un par de chiflidos se convierten en una vorágine que ningún animador ha sabido controlar. Poco importa si lo que viene por delante es significativamente mejor. Luego de ese punto de inflexión casi nunca hay vuelta atrás.
Es que esos primeros minutos son determinantes porque no existe el derecho humano a equivocarse, a cometer errores, ni el derecho a cambiar de opinión. Derechos propuestos por Humberto Maturana, quien bien dice: “si el otro no me deja cambiar de opinión, ¿cómo suelto la verdad y acepto mi error?”.
Es cierto que la Presidenta Bachelet ha cometido errores, y no menores hay que decir, pero eso no justifica que, tal y como al humorista, se le ponga al centro de la tribuna popular para lincharla públicamente e incluso sugerir un “golpe blanco”, como lo ha descrito Tomás Mosciatti.
Algo en esta línea es lo que Patricio Fernández titula como “Errores sí, horrores no” cuando habla de “una mujer golpeada, un gobierno descoordinado y ambiciones políticas que buscan aprovechar la coyuntura”.
Por eso lo más preocupante no es que se le enjuicie desde el bando contrario, que es esperable en la absurda lógica que nos ha enseñado que “la política es sin llorar” – concepto que sólo ensucia y aleja a muchos de la actividad política – si no que sean los mismos que se aprovecharon de su popularidad para acomodarse y ahora se desmarcan por ambición o conveniencia. Si todo lo que se ha dicho es cierto, esperaría un poco más de nobleza y ver en conjunto cómo ayudar para salir de esto. Todos juntos. La mirada de Estado es algo que pareciera quedar en el olvido en esta pasada.
Alguien con un 72% de desaprobación es casi tan insalvable como el humorista pifeado en vivo ante toda Latinoamérica. Pero no es imposible salir de ahí. No basta con hacer las cosas diferentes para tener resultados diferentes, como diría Einstein, sino que en esta ocasión se requiere la colaboración de todos, incluida la Presidenta, y en especial de quienes se sienten parte del espectro de centro-izquierda de Chile.
El país efectivamente está pasando por un momento difícil. No es por salvar a Bachelet, ni a la Nueva Mayoría, pero espero que la Presidenta saque un último cartucho en su rutina para callar al monstruo. No basta con pedir más transparencia. Si aceptamos el derecho a equivocarse y a cambiar de opinión, la política se puede enaltecer y terminar siendo mucho más convocante y fraterna de lo que actualmente es, ya que sólo desde la aceptación del error podemos cambiar el rumbo y encontrar las soluciones necesarias.
No digo que no se reclame ni que demos vuelta la cabeza, todo lo contrario, llamo a fortalecer el debate y participar en el quehacer nacional con una actitud constructiva, respetuosa y que busque el bien del país por sobre los intereses personales.