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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

El rol de los cerros en Santiago de Chile

El puente Cal y Canto, así como los pisos de la Moneda, fueron construidos con piedras del cerro San Cristóbal. Tanto ese cerro como el Santa Lucía, fueron importantes yacimientos mineros. De ellos se extrajo la piedra para el macadamizado de las calles y para la construcción de importantes obras de Santiago. Ambos cerros cumplieron una función productiva para la ciudad, así como también han cumplido otras a lo largo de la historia. Fueron montes sagrados, sitios defensivos, importantes centros astronómicos y religiosos, lugares de encuentros sociales y refugio para los marginados por la ciudad. Ahora cabe preguntarse ¿cómo estos cerros, que durante varios siglos fueron prácticamente destruidos por la extensiva extracción de piedras, pasan a ser dos de los parques urbanos más importantes de Santiago?

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Fernanda Ruiz es Coordinadora de Proyectos de Santiago Cerros Isla, Finalista Avonni Ciudad Nueva Aguas Andinas 2015

Dadas las particulares características del valle, no es casualidad que la ciudad se haya fundado a los pies de uno de estos cerros. El cerro Santa Lucía es capaz de contar la historia de Santiago incluso antes de su fundación. Fue un monte sagrado para los indígenas, luego, para los españoles, un punto estratégico para la defensa de la ciudad. También fue utilizado como una fuente de recursos y como un importante centro religioso: la primera ermita de Santiago se construyó en su cima. Durante la Reconquista fue usado como cuartel realista, levantándose ahí dos fuertes. Posteriormente fue el lugar donde se enterraron a los protestantes. A mediados del siglo XIX una comisión científica norteamericana estableció un observatorio astronómico, adquiriendo un importante carácter científico. También contó con un centro sismológico.

El cerro Santa Lucía fue acogiendo distintos usos, formales e informales, a lo largo de la historia. Sin embargo, en 1872, el intendente de la época, Benjamín Vicuña Mackenna (1872-1875), ve el potencial que tiene el cerro de ser un lugar que beneficie la calidad de vida de la ciudad. Decide transformar el cerro en el Paseo del Santa Lucía, una “plaza aérea” de uso público, “un espacio de recreo y arte, salud e higiene” que pone en valor el patrimonio natural e histórico propio del cerro.

Una historia similar cuenta el cerro San Cristóbal. En 1920 la ciudad ya estaba llegando a sus pies. Para ese entonces, el intendente Albero Mackenna, sobrino de Benjamín Vicuña Mackenna, vio la importancia de designarle un rol a este nuevo cerro. Tuvo la visión de hacer un gran parque y pulmón para la ciudad. Se dice que esta intención ya la había tenido Benjamín Vicuña Mackenna, pero es durante el período de Alberto Mackenna (1921-1927) cuando se comienza a ejecutar el plan, el cual se continúa desarrollando hasta el día de hoy.

Actualmente la mancha urbana choca o rodea a 26 cerros isla del Valle de Santiago. Su particular condición geográfica de montículos aislados que se levantan sobre el plano, más su condición de espacios abiertos dentro del entorno construido, sumado a los usos específicos que acogen o han acogido en el pasado, hacen que cada uno de ellos sea un hito dentro de la ciudad. Entre los más conocidos podemos nombrar al cerro Chena que aloja un Pukará Incaico, el cerro Renca donde se ubica la cruz que conmemoró la visita del Papa Juan Pablo II y el cerro Calán, donde se encuentra el Observatorio de la Universidad de Chile.

Sin embargo, los cerros han permanecido como espacios excluidos del desarrollo urbano. La ciudad los choca o rodea, pero no ha sabido incorporarlos plenamente ni ver el potencial que estos espacios tienen para mejorar la calidad de vida de la ciudad. Mientras tanto, han pasado a ser “lugar de nadie”, dando espacio a ciertos usos informales como motociclismo, extracción de tierra, micro-basurales, viviendas informales entre otros, que han contribuido a la destrucción de su propio patrimonio natural y cultural.

En un contexto donde la ciudad ha crecido extensivamente cubriendo la superficie del valle, donde el urbanismo no ha sabido respetar los sistemas naturales propios de la región, con una población que ya superó los 6 millones de habitantes, y donde existe una carencia de áreas verdes y espacios de recreación, es necesario preguntarse qué rol queremos que los cerros cumplan para nuestra ciudad en el futuro. Reconocer la oportunidad que nos brindan, nombrarlos y cargarlos de sentido para que estos espacios dejen de ser lugares residuales y se conviertan en hitos que cualifiquen la ciudad de
Santiago.

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