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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

El “Cartel de los Condoritos”: por qué la calidad de la educación tiene que ver con cómo se enseña y no sólo con el dinero

Hay ocasiones en que las micro historias personales dejan de ser sólo una anécdota y se convierten en un ejemplo de lo macro. Historias que a veces se vuelven invisibles entre tantas cifras, estudios y discusiones serias, pero que son en el fondo, ejemplos últimos del asunto. Este es uno de esos casos.

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Marcelo Ibañez Campos es Periodista.

Emilio, mi hermoso hijo, sin motivación exterior alguna, decide armar un negocio de vender Condoritos. Se convierte en un “emprendedor” a su escala. Ok, en estricto rigor es un comerciante: vende en lugar de generar una gran solución a un problema. Pero vamos, que a los doce años eso ya te hace “emprendedor”.

Le va bien, tiene éxito. Vende los Condoritos como pan caliente. ¿Qué hace el colegio? ¿Ese colegio cuya mensualidad supera a la de varias carreras universitarias en Chile, el cuarto país con la educación superior más cara del mundo? Pues se lo prohíbe. O sea, en lugar de ayudarlo a crecer en algo que parece interesarle, le cortan las alas a un interés que surge innato.

Emilio desarrolla estrategias de marketing y estudios de mercado para su emprendimiento, sin tener un MBA. Le sale natural. Empieza a tener clara la diferencia entre necesidad y deseo a la hora de generar una venta. ¿Qué hago yo? Le digo a mi hijo: “Que tus profes se jodan, sigue vendiendo y yo arreglo el tema con ellos”.

Le hago la pega al colegio: le resumo “La Riqueza de las Naciones” de Adam Smith a su escala, a medida que él me comenta sus análisis, decisiones y experiencias en el competitivo mundo de vender Condoritos. Así Emilio le pone nombre a lo que para él sólo era intuición: mercado, industria, competidores, marketing, etc.

Emilio sabe que tiene éxito porque posee el monopolio de venta de Condoritos al interior del colegio. No se lo digo yo: lo deduce. Yo sólo le enseño que eso se llama monopolio y que es una distorsión del mercado que le hace daño a la sociedad. Le explico que de alguna manera, el monopolio es el sueño húmedo de toda empresa que esté basada en la vieja concepción de una empresa. Obvio que no le digo “sueño húmedo” para que no me pregunte qué es eso. Yo le pregunto: “¿Por qué crees que a alguien que tiene una empresa le gustaría tener el monopolio?”

-“Porque así la empresa podría cobrar lo que quisiera”, me responde.

-“¿Y a ti te parece que eso es bueno para la sociedad?”.

-“No”, me dice Emilio. Y él, un fanático de los zombies y de la saga Maze Runner, me lo explica con un ejemplo: “Imagínate un mundo post apocalíptico donde sólo una persona puede producir alimentos. Podría cobrar diez mil pesos por un granito de arroz. Y casi todos se morirían de hambre”. El cabro tiene más ética que la que, a la luz de los últimos hechos, parecen tener Matte y Ruiz-Tagle.

Le explico que los monopolios son un defecto de los mercados. Emilio sigue feliz con su monopolio de ventas de Condoritos, mal que mal creó un mercado y no es culpa suya la ausencia de competidores. Se da cuenta que si negocia con otros niños para que sean su fuerza de venta, puede vender más Condoritos que los que vende solo. Les paga una parte de la venta. Hasta que Emilio debe enfrentar su primera “huelga”: algunos le alegan que les paga muy poco.

Emilio dice que no les va a pagar más porque fue su idea y él se consigue los Condoritos. No le parece justo. Entonces algunos se independizan y se llevan con ellos a los mejores vendedores.

Emilio aprende que la avaricia es mala consejera en los negocios, que alguien bien pagado trabaja más feliz que alguien que no lo está, que todo negocio es colaborativo y que no son “tus” trabajadores -porque nadie es propiedad de nadie- si no que son “colaboradores”. Que por eso es justo compartir el éxito de la empresa si todos aportaron a ese éxito.

A Emilio le salen competidores. Ahora otros venden Condoritos. Se adapta y crea una nueva estrategia: empieza a competir por precio. A poco andar, los competidores lo imitan. La “mano invisible” funciona y ahora todos pueden comprar Condoritos por el precio más barato que jamás soñaron.

Le enseño a Emilio que eso es lo que ha hecho que la teoría creada por Adam Smith, termine generando la explosión de bienestar material más grande en la historia de la humanidad. Trato de explicárselo en simple, pero no sé si lo capta del todo. Omito decirle que ese modelo también ha generado una crisis ambiental aún en ciernes, porque esa parte, por ahora, no viene al caso.

Hasta que se rompe el punto de equilibrio. La oferta supera a la demanda. Emilio se da cuenta que si los precios siguen bajando, tanto trabajo no vale la pena. ¿Y qué decide hacer? Se colude. Se reúne con los otros niños que venden Condoritos y llegan a un acuerdo: fijan un precio único. Nace “El Cartel de los Condoritos”.

Le explico a Emilio que la colusión destruye los mercados y es injusto para la sociedad. Le digo que coludirse es un delito. Emilio me pone cara de pre púber que hizo algo genial: él sólo se concentra en sentir que hizo algo “ilegal”. Emilio Escobar Gaviria, pienso, pero no digo nada.

Me enfrento al dilema ético de denunciar el cartel creado por mi hijo a través de los medios. Es mi deber como periodista, pienso. Pero como se ha vuelto una práctica habitual en nuestro país, decido inhabilitarme.

Los cabros chicos dejan de prestar atención en clases y se preocupan más de la compra y venta de Condoritos. Ahí ya el colegio se pone directamente mala onda, con razón. Pero no son capaces de darse cuenta que con toda esta experiencia vital creada por él mismo, Emilio y sus amigos aprendieron de economía, matemáticas, ética y relaciones sociales. Y eso, es más valioso que el método de enseñanza arcaico usado por ese colegio carísimo que pago vendiendo Condoritos ajenos.

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