Los cojones de Charlie Sheen
Este martes, el famoso actor Charlie Sheen le contó al mundo que es portador de VIH. Lo sabía hace cuatro años y, gracias a los medicamentos que hoy existen, su estado de salud es impecable. De hecho, y considerando que hay quienes aún se confunden, es bueno recalcar que Charlie no tiene SIDA.
Y no tendría por qué desarrollar ese Síndrome en la medida que siga su tratamiento de por vida. ¿Qué llevó al admirado y envidiado macho winner, de quien se cuenta que se ha acostado con miles de mujeres, a confesar su situación?
Él dice que estaba cansado de tantas personas cercanas que lo chantajeaban con el secreto para exprimirle sus dólares. Que por ser honesto con las mujeres con las que se involucraba, ellas le tomaban fotos a sus remedios para tratar el VIH y lo extorsionaban. Y dice, también, algo muy interesante: que cada peso que les estaba entregando a esos aprovechadores, era plata que le estaba quitando a sus cinco hijos.
Finalmente, remata con la siguiente frase. “Mis días de fiesta están detrás de mí. Mis días filantrópicos están delante de mí. En conclusión, acepto esta condición no como una maldición o flagelo, sino más bien como una oportunidad y un desafío, una oportunidad de ayudar a otros. Una desafío para ser mejor yo mismo”.
Justo cuando Charlie Sheen se debe haber estado contagiando de VIH, hace unos cinco años, escribí una columna que se llamaba “Todos queremos ser Charlie Harper”. Eran los tiempos en que de cada dos hombres, tres eran fanáticos de la serie “Two and a half men”. Idolatrábamos al personaje principal y deducíamos que no había demasiada diferencia respecto del ser de carne y hueso. Para muchos, Charlie no actuaba. Simplemente era él mismo. Le teníamos respeto y envidia a un actor talentoso que se embuchaba un millón de dólares por capítulo simplemente por representarse, el mismo que nos sacaba la lengua con tantas mujeres espectaculares y esa vida de relajo en una casa de la costa californiana.
No me atrevería a decir que hoy “todos queremos ser Charlie Sheen”, pero sí estoy seguro de algo. El hombre de 50 años que acaba de confesar que es portador de VIH, es valiente. Y, aunque diga que una de las razones de por qué lo hizo fue para evitar que lo sigan chantajeando y jodiendo, me quedo con lo otro. Es decir, su deseo de usar esos recursos para ayudar, para una filantropía con sentido. Eso es madurar, eso es crecer.
A veces los hombres sólo logramos dar el paso hacia la adultez con una gran patada en el poto. Ya sea un embarazo no planificado, la pérdida de uno de nuestros padres o un cambio drástico en la situación económica. Pucha que nos cuesta. Para Charlie Sheen, el golpe en el mentón fue la maldita sigla de tres letras. Y me parece que lo está llevando con altura, con inteligencia, con muchos cojones.
El otro día, una persona muy inteligente decía que Eliodoro Matte, el mayor accionista de la Papelera, podría transformarse en un gran filántropo al donar muchos millones de dólares a un Centro de Libre Competencia de nivel mundial, como una forma de resarcir el gigantesco daño que ha causado su empresa. O ayudando con grandes recursos a la alicaída ciencia chilena. En el fondo, que podía intentar reparar el daño con acciones concretas.
A mi juicio, el bueno de Charlie está haciendo varias cosas para volver a dormir tranquilo. Sincerarse, lo que ayuda a otras millones de personas que viven con VIH a ser menos discriminadas. Dar la cara, lo que demuestra valor. Y usar sus fondos para ayudar a quienes lo necesitan en vez de llenar los bolsillos de los buitres. Y eso que Charlie no le ha hecho daño a nadie. Pero está intentando darle sentido a los acontecimientos. Eso lo hace grande. Eso habla bien de él. Eso hace que, hoy, Charlie me parezca más admirable que nunca.