El Estado no aguanta
Para superar los males que aquejan a nuestro país no debemos suprimir el aporte privado, sino, primero, rescatar la ética, tanto del funcionario público, como la de quienes actúan en el mundo particular, y, segundo, dar su adecuado lugar a cada uno de los ámbitos.
Rodrigo Pablo es Abogado Universidad Católica.
En “Elementos de la Filosofía del Derecho”, Hegel, plantea la existencia de dos mundos que se mueven en función de intereses contrapuestos: el privado, donde lo que impera es el egoísmo, y el público, donde lo que impera es la búsqueda del bien común. Sin embargo, los hechos nos muestran que esta forma de ver la realidad es errada: primero, porque no es cierto que el Estado o las personas que en sus instituciones participan sólo tengan en vistas el bien común: muchas veces buscan el propio; segundo, los privados muchas veces quieren contribuir desde su actividad al bien común, ya sea a través de asociaciones sin fines de lucro, o de proyectos empresariales que buscan proveer a la sociedad de productos que son necesarios o que pueden mejorar la vida de las personas; tercero, porque el Estado simplemente no aguanta hacer cargo sólo del bien común, y por ende debe dejar hacer a otros e impulsar a los privados para que tomen en sus manos el desarrollo de la sociedad.
Esto es notorio, sobre todo porque el progreso y desarrollo de Chile siempre ha estado ligado a una actividad compartida de entes públicos y privados, pero hoy, como sociedad, nos inclinamos fuertemente a favor de la tesis hegeliana, y desconocemos el aporte que iniciativas particulares han hecho al desarrollo de nuestro país. Así se busca eliminar la iniciativa privada en educación, desconociendo el aporte que estos proyectos, sean con o sin fines de lucro, de confesiones religiosas o laicos, han hecho; se desea eliminar la participación de los privados en el desarrollo de infraestructura urbana y hospitalaria, y vemos la crisis que se vive hoy en la construcción de hospitales; se habla mal de la Teletón, a la que cientos de miles han recurrido en busca de ayuda; se ignora la lucha que por la erradicación de los campamentos han dado instituciones tales como “Techo para Chile” o la “Fundación Casa Básica”; se desconoce la lucha por la libertad política que dio la “Vicaría de la Solidaridad”; tampoco se recuerdan las donaciones de chilenos que han permitido construir cientos de hospitales (la Posta Central entre ellos), de colegios, escuelas, museos, centros de estudios, viviendas sociales, etcétera; se desconoce el rol esencial que tiene la empresa privada en la erradicación de la pobreza, siendo que ella es el principal generador de empleos en el mundo de hoy, además del gran motor de desarrollo tecnológico y del progreso social.
A los chilenos que están inclinando la balanza en esa dirección, los llamo a reflexionar y les digo, primero, que lo estatal no necesariamente se confunde con lo público y, segundo, que los problemas que se atribuyen a la sociedad capitalista se han visto como mucho peores en las de tinte socialista; de ahí que Galbraith dijese que: “el capitalismo es la explotación del hombre por el hombre y el comunismo es exactamente lo contrario”. Ello porque el explotar a otro es un mal deseo del alma humana que una ley o una Constitución no puede combatir, sino que solo puede ser superado por un cambio ético. Tema en el que pocos piensan en Chile, y que está fuera de toda discusión pública.
Así, para superar los males que aquejan a nuestro país no debemos suprimir el aporte privado, sino, primero, rescatar la ética, tanto del funcionario público, como la de quienes actúan en el mundo particular, y, segundo, dar su adecuado lugar a cada uno de los ámbitos. En principio, lo que a cada uno corresponderá será visto en cada momento, a veces más Estado y a veces más mercado (como enseña Keynes), pero como regla general al Estado le toca permitir que los particulares se asocien y alcancen las soluciones a sus problemas sin su ayuda; desarrollando su generosidad y haciéndose participes del desarrollo de la comunidad. Esto, no solo es de justicia, sino que a su vez es necesario, de lo contrario el Estado no aguanta: la carga es muy pesada, conflictiva y complicada para llevarla solo.