¿Y dónde está la calidad?
Nuestros empleados públicos, y con esto me refiero a nuestras autoridades democráticamente electas, no están haciendo bien su trabajo, no están cumpliendo con sus labores y están poniendo en riesgo el futuro de miles de niños y jóvenes que hoy ven con cierta desconfianza su camino.
Gonzalo Larenas es L&C Consultores, Licenciado en Letras y Literatura, Gestor Cultural, Magíster en Educación y Profesor de la UNAB.
Últimamente me siento como John Travolta en los memes que se han hecho populares en las redes sociales, donde lo muestran en una escena de la aclamada película de Tarantino, Pulp Fiction, dando vueltas sin entender lo que está pasando en ese momento a su alrededor, es que parece que se nos olvidó hablar de un tema fundamental en el conflicto de la educación en Chile; el de la calidad, concepto que simplemente desapareció. No estoy en contra de la gratuidad, pero creo que ese no es el fondo del tema. Lo esencial en la discusión, lo que de verdad lograría cambios a largo plazo con beneficios directos para el desarrollo nacional, es mejorar la calidad de la educación, partiendo por darle la importancia necesaria a la educación de párvulos, y seguir hasta la acreditación real de los posgrados en todas las universidades. Un seguimiento, mirando un cambio por lo menos a 30 años, una generación completa, pensando en el futuro y no en las próximas elecciones. Cuando tengamos solucionado ese primer problema, veamos entonces la forma.
En una disparatada película ochentera llamada “¿Y dónde está el piloto?”, se burlaban porque de un momento a otro, los pasajeros de un avión, no tenían quien piloteara, comenzando entonces una seguidilla de ridículas situaciones y personajes que intentan sin éxito, tratar de solucionar la emergencia, lo que no difiere mucho de nuestra situación, con políticos peleando entre ellos, preocupados de intereses electorales y no nacionales, autoridades improvisando, gobierno y oposición atacándose, como hormigas asustadas, dándose golpes en la cabeza sin avanzar. Mientras tanto toda una población se une a esta ridiculez, poniéndose a favor o en contra según su tendencia política familiar, y así vemos una escena que perfectamente podría haber estado en la citada película, donde no existe un norte ni un liderazgo que ordene esta caótica situación. Entonces aparecen un par de personas que sin entender lo que pasa y volviendo a la imagen de Travolta, hablan de calidad en la educación, generando un nuevo personaje que no deja de ser gracioso en esta comedia, el que quiere encarrilar el tema, pero que nunca es escuchado, mientras esquiva zapatos y personas que salen volando del set.
En algún momento pensé en ir a reportar a la calidad en la educación a la PDI, por presunta desgracia, pero creo que iría demasiado lejos en mi urgente necesidad de golpear la mesa y terminar con este ordinario show, protagonizado por autoridades que poco saben del tema en profundidad, en conjunto de una comunidad pendiente de este reality show barato, sin tampoco entender bien de qué se trata todo esto.
Para hablar en serio sobre educación, debemos volver atrás, cuando la educación pasó a ser prioridad en la agenda pública, no gracias a nuestras autoridades, sino a los propios estudiantes, quienes preocupados por su futuro, levantaron la voz para generar cambios radicales en nuestra forma de enfrentar los problemas.
Reagrupemos los temas, volvamos a generar interés y no risa al hablar de reformas educacionales, dejemos los intereses personales y partidistas de lados, aunque suene utópico en un ambiente rodeado de corrupción, y pensemos en soluciones prácticas, levantando la cabeza y viendo como en el mundo los países con mejor educación, se han enfrentado a estas temáticas.
Es absurdo querer seguir en las “vías del desarrollo”, combatiendo temas como la pobreza, la desigualdad y la delincuencia sin mejorar la calidad de la educación, sin una educación pre escolar potente, dejando de lado las, hasta ahora, guarderías, donde jardines infantiles y colegios se transforman en un lugar donde se hacen cargo del hijo mientras los padres trabajan, aprendiendo poco, con cursos saturados, profesores sobre exigidos, sin tiempo para lo fundamental que es su proceso constante de evaluación y capacitación.
Para mejorar la educación superior, no basta con buscar la gratuidad y exigir acreditaciones nacionales e internacionales. Si entraran a ellas alumnos que vienen de una educación deficiente, donde hay un abismo entre unos y otros, por lo que finalmente si fuese gratuita, serían solo los que vienen de “buenos colegios” quienes podrían seguir las distintas carreras, dejando atrás y acrecentando la deserción de quienes sin base, entran en una lucha quijotesca por sacar adelante sus estudios sin una base sólida. No digo que sea imposible y rescato a los estudiantes que lo logran, pero su sacrificio no es justo, la carrera tiene obstáculos muy distintos para unos y otros. Esto ocurre porque no nos hemos enfocado en el verdadero problema de la educación, porque hemos ridiculizado la problemática, transformándola en un conflicto de colores políticos y no de derechos fundamentales del ser humano, que van mucho más allá de individualismos y de intereses privados.
Nuestros empleados públicos, y con esto me refiero a nuestras autoridades democráticamente electas, no están haciendo bien su trabajo, no están cumpliendo con sus labores y están poniendo en riesgo el futuro de miles de niños y jóvenes que hoy ven con cierta desconfianza su camino. Es nuestra responsabilidad cambiar el actual escenario, proponiendo mejoras concretas que busquen mejoras, sin esperar que los citados malos empleados hagan algo, a ellos deberíamos pasarles la cuenta en las próximas elecciones, y como en cualquier puesto de trabajo normal, poner de patitas en la calle a quien no cumple o lo descubran en actos “poco éticos”.