¿Este fue el año de la reivindicación del reggaeton en Chile?
Relegado a la categoría "mal gusto" para los doctos de la música, el género urbano sufrió un giro importante este año.
En un año en que la música nos sorprendió, y cuando a muchos ya no les da vergüenza admitir que tienen lo último de Justin Bieber en sus teléfonos, otro estilo conocido asoma para, por fin, alejarse de los placeres culpables.
El reggaeton ya es parte de las radios de mayor difusión desde, por lo menos, el 2004. Voces como Daddy Yankee, Don Omar y Wisin & Yandel – que ahora siguen por separado – fueron los primeros en tomar una bandera de ritmos nuevos que incitaban a jóvenes a bailar apretados y sin miedo.
Esa primera oleada estuvo llena de críticas y de fans acérrimos. Letras provocativas e incitaciones explícitas al sexo inundaron las listas de éxitos en Hispanoamérica y parecía que “la nueva moda” tenía fecha de vencimiento, al igual que otros ritmos pegajosos en su momento. Si el axé, la cumbia uruguaya y el ragga tuvieron su momento en la cima, ¿por qué iba a ser distinto con el reggaeton?
Contra todo pronóstico, el “dembow” – nombre que recibe la característica percusión del ritmo urbano – pasó de ser la chicharra de turno a todo un movimiento de éxitos seguros, números asegurados en los festivales veraniegos y estadios llenos para recibir a los artistas.
Pese al éxito, los versos seguían cuestionados por su calibre. Violencia de género e hipersexualización eran pan de cada hit nuevo. “Quiero azotarte, pero malo es que te gusta (Plan B / Mala Conducta)”, “a esa tú le sueltas el pelo, y se lo jalas también” (Wisin y Yandel / Mírala bien), y, sin ninguna sutileza: Con la luz apaga’ eso no se ve, tú tienes una linda, yo feas tengo tres, eso en cuatro no se ve, qué carajo miras, mira pa’ la pared (J Alvarez / Eso en Cuatro No Se Ve).
Si bien algunos encendían las alarmas respecto del sexismo del reggaeton, muchos no le daban importancia y se entregaban al pegajoso estilo de baile. Pero hubo un giro en 2015; no para todos los cantantes urbanos, claro está, pero sí existe una diferencia notoria.
Con la creciente popularidad de exponentes colombianos del género, como Maluma y J Balvin, la situación mutó y para bien. El Teatro Caupolicán se vino abajo en noviembre con el primero; y el Movistar Arena casi se incendia con el show del segundo. ¿Qué hace que se genere esta empatía y mayor acercamiento con lo nuevo del reggaeton? Sencillo. Las letras están menos zarpadas.
Hasta Daddy Yankee aplicó la fórmula: menos percusión repetitiva, más ayuda de las bases electrónicas, más baile y propuesta escénica y, en lo principal, algo más lúdico que violento. Una imagen más cuidada y colaboraciones con los grandes del pop son lo que suavizaron a J Balvin, que por estos días solo cosecha éxitos gracias a la magnética “Ginza” y a su remix con Justin Bieber en “Sorry”.
Es de esperar que nuevos cantantes se sumen a esta tendencia, que promete situar al reggaeton en un lugar alejado del placer culposo, ese que solo se acepta a las 3 de la mañana en la disco de turno. Ya no nos da vergüenza, ahora lo disfrutamos sin bajar el volumen.