Navidad con ventilador
Aflora el recuerdo de un año duro, con corrupciones empresariales, eclesiales y estatales. La corrupción grande que se aprovecha del poder o la investidura, y la corrupción pequeña que pide factura indebidamente o simplemente ocupa un pituto para abreviar su trámite mientras el resto hace fila. La familia de Nazaret no pudo pagar la coima y simplemente quedó fuera.
Juan Cristóbal Beytía es SJ Capellán de TECHO
Me cuesta mucho escribir sobre la Navidad. Desde niño me genera cierta nostalgia, no sé bien por qué. Una vez al año se produce esta especie de contradicción humana que se vuelve loca por el consumo, cuando el sentido de la fiesta era más bien simple, con la profundidad del silencio contemplativo.
Me vienen a la memoria tantos desplazados, como los padres de Jesús, que hemos tenido durante este año. Las cosas no pintan bien en Siria, pero tampoco en las costas españolas ni francesas. Quizá no haya que irse tan lejos para encontrar desplazados forzados a dejar su patria.
Aflora el recuerdo de un año duro, con corrupciones empresariales, eclesiales y estatales. La corrupción grande que se aprovecha del poder o la investidura, y la corrupción pequeña que pide factura indebidamente o simplemente ocupa un pituto para abreviar su trámite mientras el resto hace fila. La familia de Nazaret no pudo pagar la coima y simplemente quedó fuera.
Recuerdo las miles de familias que viven en campamentos en este país, muchas de ellas forzadas a hacerlo escapando de situaciones familiares dolorosas o víctimas de salarios de hambre a cambio de trabajos de esclavo. Recuerdo conversaciones, sonrisas y miradas profundas de niños que, como Jesús, querían iluminar al mundo, pero quedan rezagados por prejuicio o indiferencia.
Hacer memoria del año en Navidad me provoca cierta tristeza. La distancia entre el mundo y el pesebre se ha hecho enorme. Por una parte Belén llama a lo fundamental y, por la otra, el planeta gira al ritmo de la bolsa, el dólar y las crisis del poder. Las grandes masas de gente se pasan la vida (porque hay que ver cuán poca vida realmente tienen) como narcotizadas metafóricamente en la nueva moda o el partido del fin de semana. Pero también narcotizadas literalmente en la fiesta o el alcohol, que son más baratos.
El contraste es tan fuerte que daría para tirar mierda con ventilador. Sin embargo, este nacimiento que se celebra me devuelve el centro y me da esperanza. La Navidad es un mensaje muy claro y simple: volver a lo fundamental y valioso del encuentro personal y sencillo. La Navidad es simple vida que nace que nos llama a admirarnos y agradecer esta vida que hemos hecho obvia sin que lo sea. La Navidad es encuentro cara a cara, sin tanto adorno ni parafernalia, que invita al encuentro desnudo y llano con quienes teníamos distantes. La Navidad es generosidad y regalo gratuito de lo que cada uno puede dar, sin esperar retorno.
Hacemos tantas cosas buenas en Navidad. Algunos se dan tiempo para repartir regalos, visitar a quienes están solos, hacer reír a los niños en los hospitales, visitar a los presos, repartir regalos y cajas de Navidad.
Ojalá fueran muchos más días de ocupación por los solos, de generosidad en regalar, de reencuentros personales. Ojalá muchas más noches nos admiráramos con la vida, la simpleza del encuentro y nos pidiéramos perdón. Ojalá hubiera muchos más días de tregua en las batallas, mensajes de paz y buenos deseos. Ojalá así fuera, que la Navidad y su verdadero espíritu se repartiera con ventilador. ¿Qué podremos hacer?
Quizá de ahí venga mi nostalgia. Hay una noche que llamamos Noche Buena. ¿No podríamos hacer que las otras 364 también fueran buenas?