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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Batalla a la pobreza: potenciar la riqueza de las personas

La pobreza es un clamor que brota desde todos los rincones de Chile. La indiferencia no es aceptable. Se debe trabajar para derrotar esta condición. Se debe contribuir a un tipo de desarrollo que brote desde la propia gente que sufre esas circunstancias.

Por Diego Ancalao
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Diego Ancalao es Embajador del foro mundial Indígena y presidente de Fundación Instituto de Desarrollo del Liderazgo Indígena.

En los inicios del capitalismo, el concepto puritano del deber era: “aquel que no trabaja, no come”. Eso pasó cuando había más trabajo que personas. Pero esos días ya pasaron. Ahora aquellos que quieren trabajar se encuentran cesantes. Entonces me pregunto, ¿no tienen ellos derecho a comer? Hoy necesitamos otro concepto del deber; aquel que garantice, como mínimo, el derecho de un individuo a recibir de la sociedad tanto como él contribuye a ella.

La pobreza no es solo frías estadísticas, la pobreza tiene rostro humano, son comunidades, familias, que muchas veces no han tenido las oportunidades para construir una vida digna y alcanzar sus sueños. Peor aún, la pobreza se enquista y reproduce a través de las generaciones, denigrando la condición humana y perpetuando la exclusión social, transformando las carencias en un foso sin salida. La pobreza es un clamor que brota desde todos los rincones de Chile. La indiferencia no es aceptable. Se debe trabajar para derrotar esta condición. Se debe contribuir a un tipo de desarrollo que brote desde la propia gente que sufre esas circunstancias. La única manera de derrotar la pobreza es que sea la propia gente la que descubra sus riquezas, haga posible sus sueños y mire el futuro con esperanza.

En el mundo se reconoce que Chile ha logrado un éxito económico, y que muchos miran con atención. Siendo esto cierto, no podemos transformar, una vez más, las estadísticas en verdades absolutas. Quienes recorremos los rincones de nuestras ciudades para entrar en el corazón de Chile, vemos la desigualdad social como una realidad presente; son esos miles de anónimos sin voz, golpeados por la pobreza y la indigencia. Lejos de desaparecer, las diferencias sociales, económicas y políticas siguen presentes entre nosotros, y los programas sociales muchas veces se transforman en una red de asistencialidad que, cubriendo una necesidad inmediata, no permite que sea la propia gente que vive esta condición, la que se proponga superarla.

Sabemos que la modernización y la globalización no llegan a todos y hay muchos que siguen desprotegidos y vulnerables. Por tal razón es que se deben aunar esfuerzos para imprimir políticas públicas que asuman los desafíos del desarrollo humano, en que todos sientan la proyección del Estado y las oportunidades para construir mejores condiciones para sus vidas. Ese es nuestro desafío.

Nuestro mensaje es un llamado de atención, es un reclamo justo y es también una invitación: que cada uno piense por sí mismo, que se pare en sus dos pies y que alce la voz. De este modo será más difícil que nos manipulen y discriminen. Sepamos que la educación es nuestro mejor escudo y nuestra mejor herramienta; ella nos da autonomía, fortaleza moral y capacidad de emprendimiento. Lo vemos todos los días, muchos jóvenes caen en el camino fácil: la deserción estudiantil, el consumo de drogas, la violencia sin sentido. Vemos, por ejemplo, tantas frustraciones acumuladas que dan lugar a pandillas que se matan unos a otros, contribuyendo únicamente a llenar cárceles y vaciar las escuelas.

Esta es la nueva forma de esclavitud que se manifiesta de manera tan silenciosa como efectiva, rebasando grupos raciales y sociales. Y basta mirar el entorno para descubrir los signos de estos tiempos, donde muchos medios de comunicación “debilitan la mente” a través de una industria del entretenimiento que busca captar la atención con mensajes vacíos y llenos de prejuicios que son transmitidos de generación en generación.

“Divide y vencerás”, parece ser otro principio, porque mientras se generan sistemas para separarnos por raza o nivel social, estaremos demasiado ocupados para darnos cuenta de lo que nos asemeja: la soledad, la falta de oportunidades y la incertidumbre del futuro.

Solidaridad, tolerancia y compromiso, son conceptos que nos permitirán unirnos para enfrentar los grandes desafíos que tenemos por delante y vencer a quienes intentan manipularnos como títeres. Esta farándula absurda debe terminar.

Ante este escenario, hay algunos que dicen que hoy no es el día para los jóvenes. Mucho menos es el día para los hijos de campesinos, para los hijos de obreros, para los hijos mapuche o un hijo de un simple ciudadano. Algunos se arrogan nuestra representación, hablan en nuestro nombre y deciden por nosotros. Son esos los que pretenden aun hoy impedirnos ser representantes de nosotros mismos. A ellos les decimos que ya no más, que hemos despertado, que estamos preparados, que sabemos lo que queremos y que construiremos nosotros el país que soñamos.

¿Podría decirme alguien cuando sería ese día?, ¿vendrá acaso mañana?, ¿vendrá la semana que viene?, ¿en cien años más o nunca? Pues yo estoy seguro que el tiempo de la justicia, el tiempo de libertad y el tiempo de igualdad es siempre, siempre y ahora.

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