Filosofar como quiltro. Parte 1
Filosofar como quiltro es un imperativo en Chile. Detenerse, mirar, analizar y expresarse sin miedo, frente a verdades establecidas que requieren una mirada crítica.
Ernesto Evans es El Dínamo.
Estoy, obscenamente, plagiando al filósofo francés Michel Onfray. El galo escribió un libro titulado “Filosofar como un perro” donde escribió: “Reivindico el derecho a no creer en las fábulas y, sobre todo, el derecho a poder expresarme sin ser tomado por alguien que desprecia, insulta, ultraja, ataca, ofende o provoca”. Allí aborda, con un estilo directo, temas como las religiones, el ateísmo, Europa, etc.
Pero soy chileno, país de casi ninguna figura conocida en la intelectualidad mundial (salvo poetas), con la excepción tal vez de Jorge Millas, Schwartzmann, Gianini, Maturana. Y es, quizás, porque aún hacemos filosofía en las aulas, en la “torre de cristal”, y no como algunos que, últimamente, escriben para el mundo feroz donde vivimos. Podríamos tener pensadores conocidos como el buen vino chileno, pero nos hemos conformado con viñedos boutique, y menos que eso.
Hacer filosofía en Chile es como la tranquilidad del quiltro, el cuadrúpedo mestizo que vemos durmiendo a la hora de mayor tráfico de peatones y bicicletas. Recuerdo, en pleno Providencia con Suecia, que ahí me paré a observar un auténtico “canino chilensis”, dormía recostado sobre el hormigón, le hacían un rodeo para no pisarlo, bocinazos, ajetreo, gritos, construcciones… Nada movía al animal de su siesta, auténtica envidia de tanto insomne.
Porque de verdad, ¿quién puede dormir en la mitad de una esquina atiborrada de peatones? Sólo un ser con la capacidad de desprenderse totalmente de lo que ocurre fuera. Sólo alguien para quien la realidad, lo externo, los objetos y personas, no son lo determinante de su conducta. Ahí estaba, plácido, sin percatarse que algún cruel puntapié o pisotón podría terminar con sus siesta, pese a ser un verdadero sensei de la sobrevivencia.
Me dio una cierta envidia su desvergonzada “tranquilidad”, su total suspensión de la conciencia sobre lo externo, su ausencia absoluta de temor frente algún daño. Imaginé estos místicos que se ven en las calles de la India que tratan de suspender su juicio, -el eterno revolotear de la mente-, en medio de la agitada vida de las ciudades. Pero este perro no tiene la oportunidad ni el hábito ni la conciencia para retirarse a un lugar más adecuado para dormir. Ejecuta su siesta tranquilamente ahí donde diariamente vive, callejea, se gana su comida y sobrevive en medio de todos, o para él, quizás, en un lugar donde no pasa nada.
Como la leyenda del Monasterio Taktsang Palphug: el Segundo Buda “voló hacia el acantilado sobre el lomo de un tigre volador y allí se detuvo a meditar en una cueva que hoy forma parte del monasterio”. ¿Quién puede meditar en el lomo de un tigre sin temor al zarpazo o mordisco? Alguien como el perro chileno, que desde un ojo avizor, a ras de tierra y en medio de un jaleo ruidoso, detiene el tiempo y analiza lo que está pasando, captando o sintiendo, aunque sea por un momento breve, instantes cotidianos de perro que quiero traerlos como propuestas.
Filosofar como quiltro es un imperativo en Chile. Detenerse, mirar, analizar y expresarse sin miedo, frente a verdades establecidas que requieren una mirada crítica. Estamos frente a una pseudo episteme -una determinada forma de concebir realidad como si fuera verdad científica- que pretende establecerse, y que se origina particularmente desde los medios de comunicaciones o de grupos más específicos de personas. Como la conciencia que especula o analiza la mente humana, acá hablo de los medios, usando este medio electrónico. Y, sino somos nosotros los críticos, la pseudo episteme del poder nos va a instalar realidades, porque las compramos y cocinamos como la pizza congelada, sin la necesaria mirada crítica del filósofo, del quiltro que levanta el párpado entre tanto alboroto y expone, expresa, escribe y contradice.