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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Cuarta noche de Viña 2016: ¿En qué cayó Pedro Ruminot?

El nivel musical llegó a la perfección con Lionel Richie y Rick Astley. ¿Fue el comediante el “punto negro” de la jornada?

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Se fue la cuarta noche del Festival de Viña del Mar 2016 y hubo dos situaciones totalmente distintas. En cuanto a lo musical, no hay más que aceptarlo. La música es negra. Así nació y así morirá cuando la humanidad se acabe. Lionel Richie no hizo más que re confirmarlo en la Quinta Vergara. Alejandro Sanz, Lucho Jara y Marco Antonio Solís pese a haber hecho excelentes shows quedaron como colegiales. ¿Qué quedará para Nicky Jam? 

Su energía en vivo es cada vez menos común. Para alguien criado con la música de los 2000, ver el show del estadounidense debe ser como cuando nuestros abuelos nos muestran un barrio lleno de horribles edificios y nos dicen que “antes todo esto era todo campo”.

RICHIE

Tocó sus hits bailables y también repasó sus hits románticos como “Hello”, “Easy” y “Say You Say Me”, la banda sonora de cuantas parejas “atracaron” o “atinaron” en los ochenta en medio o después de alguna fiesta en Disco Inferno o en Las Brujas. ¿Cuántos le deberemos verdaderamente la vida a alguna canción de Lionel Richie?

Obviamente desinformado de nuestro sistema previsional dijo que le gustaría “venirse a vivir a Chile”. Y después de recibir los premios, terminó el show con We are the World, el himno que hizo junto a Michael Jackson para los niños del mundo, solo comparable a “Que canten los niños” de José Luis Perales. Habría sido bello que hubiesen subido al escenario todos los cantantes, comediantes, candidatas a reina, jurados (quizás sin Javiera Mena) y hasta Dávalos y Compagnon, y la hubiesen coreado tomados de la mano. Una postal para nuestra imaginación.

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Pero lo que hizo especial a la noche es que a diferencia de las otras el humor, esta vez a cargo de Ruminot, no fue el punto alto de la jornada. De ninguna forma esto significa que el comediante hizo un mal show. Ni siquiera un show débil. Pese a que algunos por distintas razones quieren convertirlo en el Meruane de esta edición.

Pedro Ruminot partió ágil y divertido. Se centró en reírse de la discriminación por ser moreno. No se rió de los morenos. Decir que Caniulef con tatuajes, buzo ancho, cadena de oro y jockey para atrás daría miedo, causa risa porque el público lo imaginó y se sorprendió a sí mismo discriminando.

Ese era el sentido de la primera parte de la rutina del comediante que se incluyó a él mismo con su tez oscura y sus orígenes en la pobreza, como principal fuente de sus chistes. Algo que no entendió ni le gustó a un personaje del público que le gritó: “¡Deja de hacerte la víctima!”.

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Hasta de su cáncer se burló el comediante. No por su color de piel, lo que hizo fue buen “humor negro”. Pero a los veinte minutos llegaron los chistes de la discordia: los que aludían a Jesús. Ruminot, ferviente católico, ya se había burlado de la religión con un sketch en El Club de la Comedia que recibió decenas de denuncias en el CNTV. Por tanto, se preveía que este tópico es un riesgo.

Para algunos, esos tres minutos fueron una de las partes más divertidas del show. Para otros, la excusa perfecta para comenzar las pifias. Porque a diferencia de los otros días, el público de la noche no solo era más adulto y sofisticado. Tanto que ni siquiera pidieron el beso de los animadores. Quizás por lo mismo, al parecer no estaban acostumbrados a que la religión sea fuente de humor. Sí los gallegos, sí los gangosos, sí los borrachitos. Pero Jesús, no.

El comediante logró revertir el impasse de los abucheos y siguió adelante haciendo un show que continuó tocando la tecla del humor sobre la discriminación, con reflexiones sobre cómo hablan los jugadores de fútbol y sobre los colombianos que atienden los call center.

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No era una revolución feminista como la que inició Valdebenito ni causó la sorpresa de Edo Caroe por ser el primero, pero si era una rutina hilarante. Los chistes políticos ya no tienen la pimienta de los primeros días y quizás fueron la parte más baja del show, y el stand up dejó de ser novedad. Pero Ruminot hizo una rutina fiel a su estilo y a la altura de los otros comediantes.

El problema fue el bis. El público lo había pasado bien pero se le acabó la paciencia. Querían ver a Rick Astley y habrían cortado a cualquier otro que no fuera Coco Legrand. Ni Caroe se hubiese salvado. Era un público de la vieja escuela, de la época de la Concha Acústica, cuando el premio lo ganaban solo los elegidos.

Por eso, prueba de que Ruminot lo hizo bien es que ganó una gaviota de plata. Algunos dirán que se la “regalaron”, pero fue el justo reflejo de las risas que sacó durante el show. Después de eso no querían más. Seguir fue el error. Con 10 minutos menos de rutina quizás hasta le habrían dado los dos premios.

RUMINOT

Cuando volvió al escenario, quienes habían quedado con bronca después de los chistes de Jesús comenzaron a pifiar, los que se habían reído ya encontraron que era suficiente y el comediante, desconcentrado, se comenzó a desinflar como un globo al que le abren la amarra y vuela a toda velocidad y sin sentido por toda la habitación. Su último intento de chiste no tuvo ni remate ni sentido. Al punto de que tuvo que salir casi arrancando del escenario.

En el micromundo de las redes sociales el impasse se ha exagerado por razones anexas: animadversión al comediante por sus problemas con Valdebenito, y la comparación de su show con el de la comediante; las ya comunes críticas de que discriminó a los negros, a los epilépticos, a los colombianos, a los africanos, a él mismo, a los católicos, a todos. ¿No es el humor, abordado de esta forma, una manera de hacer consciencia sobre estos temas? En ningún momento el comediante contó un chiste semejante a los que hacían los Atletas de la Risa sobre los peruanos.  

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Lo cierto es que como dijo Woody Allen, la única receta del fracaso es tratar de complacer a todo el mundo. Y Ruminot fue fiel a su estilo y encantó. No a todos, por cierto. De ninguna forma fue un fracaso.

Por último, Rick Astley terminó por confirmar que se trató de la mejor noche musical de Viña. Quienes no habían visto videos de sus actuaciones recientes, se sorprendieron por la calidad del británico de cincuenta años que canta sus hits de antaño como Together forever, Cry for help y Never Gonna Give You Up en la tonalidad original. También por su repertorio que incluyó un cover de la canción Uptown Funk.

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Astley se vio tan feliz en el escenario como Lucho Jara. Al menos lo pasó mejor que lo que lo debe pasar cuando noche tras noche debe pararse de su asiento de jurado para hacer cualquier cosa mientras son las actuaciones de los humoristas en Viña, de las que no debe entender absolutamente nada.

En escena, Astley mostró energía y conexión con el público. Hasta se tomó una cañita de vino. “Im too old for this shit”, dijo en un momento del show. Pero no se notó. Oficialmente dejó de ser un chiste de YouTube. Incluso dan ganas de ir a comprarse un cassette suyo después de ver su concierto. Lástima que ya no hay Feria del Disco. Ni donde escuchar cassettes.

 

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