Del sueño al despertar
La persona ha nacido para trascender y su única forma real de entretenimiento es el trabajo en y por buenas causas. Pero se le ha hecho creer que su existencia acaba en el día de su muerte y que lo único que puede hacer para vivir con sentido es disfrutar los placeres de este mundo. Este es el contexto en que las “AC” entran en acción.
Rodrigo Pablo es Abogado Universidad Católica.
El ser humano es por esencia optimista y recorre casi toda su vida pensando que va a vivir para siempre. Esta actitud vital es la que le permite comprometerse una y otra vez con nuevos proyectos, trabajar para llevarlos a buen término y levantarse ante los fracasos.
Sin embargo, los múltiples fracasos o ciertas ideas, que hunden el espíritu humano, pueden agotar esa energía y volver a las personas unos seres que esperan la muerte en la realización de rutinas, o en la búsqueda de emociones que los inhiban de recordar el sin sentido de sus existencias. Quienes en este estado se encuentran, son las víctimas ideales de los agoreros que se ganan la vida ofreciendo la panacea universal.
La sociedad occidental y Chile con ella, se ha ido enfermando con el mal de la desesperanza: las promesas de las ideologías liberales y marxistas al poco andar se vieron fracasadas, y la ilusión del progreso indefinido de la ciencia que nos guiaría a la felicidad, a pesar de que se mantiene en pie, no ha dejado de ser una ilusión.
Por su parte las ideas hedonistas nacidas -entre otros- de Nietzsche y Freud, que buscaban hacer feliz al ser humano independizándolo de la moral religiosa que esclaviza su conciencia, han sido el sustento para los peores crímenes contra la humanidad. Y podríamos seguir elaborando una lista interminable de lo que ha significado la desaparición del espejismo de la modernidad que nos promete la felicidad eterna en esta vida.
El origen del fracaso está en que la persona ha nacido para trascender y encuentra los mayores goces en la amistad y el sentido a su existencia en lo que puede hacer para desarrollar un mundo mejor. Su única forma real de entretenimiento es el trabajo en y por buenas causas. Pero se le ha hecho creer que su existencia acaba en el día de su muerte y que lo único que puede hacer para vivir con sentido, hasta entonces, es disfrutar los placeres de este mundo a más no poder.
En este estado de cosas, y parafraseando al psiquiatra Armando Roa, el sexo, la droga, el consumo y el halago se vuelven los mayores bienes de este mundo, y el fin de quienes viven según estas normas, pasa a ser proveerse de suficientes medios para poder gozar de estos sin preocupación.
Podríamos decir que el ideal del Dios cristiano que nace en una familia trabajadora y que trabaja en la construcción del mundo, es reemplazado por el ideal del dios griego, que poderoso y omnipotente goza el mundo y domina a su antojo la creación.
Este ser humano confundido no encuentra el sentido de su vida en lo que construye, sino en lo que goza, y se vuelven válidos todos los medios para gozar. Siempre amparados por la libertad –en cuyo nombre, parafraseando a Roland, se cometen muchos crímenes– la droga, el robo, el engaño, el mentir al electorado, el crear falsas ilusiones, la colusión, el abuso, el aborto y muchas otras formas de vida abusiva toman carta de ciudadanía.
A su vez, el mismo individuo se vuelve muy vulnerable, acostumbrado al halago y a una sociedad que le dice solo lo que quiere escuchar. Se vuelve crédulo y cree a todos aquellos que le prometen milagros que le permitirán superar su realidad, incluso cuando la razón le advierte que algo anda mal.
Este es el contexto en que las “AC” entran en acción, sea una sociedad de inversiones que promete utilidades imposibles en un negocio lícito o una asamblea constituyente que promete una nueva sociedad en la que todos nuestros sueños se cumplirán.
Unos y otros nos ofrecen un futuro esplendoroso que no construirán y solo nos dejarán con la decepción y probablemente en un peor estado material y espiritual. En este contexto, hacen falta políticos que nos ofrezcan, para sacar adelante el país, no más milagros, bonos y nuevos derechos, sino “sudor y lágrimas”.