El odio
Los resultados del odio son por todos conocidos: justificación de crímenes atroces y nunca una mejora de la situación de las grandes mayorías, sino solo la llegada al poder de un nuevo grupo, el cual, ya sea solo o aliado al antiguo régimen, gobierna con el mismo despotismo contra el que dijo revelarse arrastrando a aquellos que creyeron en sus postulados.
Rodrigo Pablo es Abogado Universidad Católica.
Dicen sus biógrafos que Francois Marie Arouet, mejor conocido como Voltaire, experimentó un fuerte cambio en su vida y objetivos, tras una disputa que tuvo con un poderoso noble francés –el señor de Rohan-, quien al verse humillado por el inteligente ilustrado, lo hizo apalear a la salida de un teatro. El injuriado Voltaire, en busca de justicia, recurrió a las autoridades y a sus amigos, mas todos ellos rechazaron ayudarlo aconsejándole que olvidara el incidente, pues un burgués, por rico o destacado que fuese, no podía enfrentar a tan poderoso señor. Tal hecho, enseñaría a Voltaire, que vivía en un país donde la ley amparaba la arbitrariedad y la injusticia era permitida con tal de no molestar a la “buena sociedad”.
La respuesta del escritor francés, a través de su prosa, no tuvo como objeto al torpe y abusivo aristócrata, sino a la misma aristocracia y al Antiguo Régimen. Denunció con denuedo las injusticias de su tiempo, desatando fuerzas que probablemente el mismo ignoraba, siendo su obra un poderoso aliciente de la Revolución Francesa. Sin embargo, no sería raro suponer, que de haber vivido los acontecimientos de 1789 y los años posteriores, no habría estado del todo feliz, pues la locura de la revolución no dejó a ninguno de los liberales europeos de esos años alegres con los resultados de sus sueños puestos en práctica; los que incluso costaron la vida a muchos de ellos. Pues el odio, que se volvió el combustible del proceso revolucionario, no conoce matices ni juicios justos, solo se centra en personas o cosas y busca su destrucción.
Hoy también sentimos indignación, pues la sensación de que ciertas personas son intocables; el ver como los operadores del gobierno de turno, sin grandes antecedentes, acceden a altísimos sueldos en la Administración del Estado; la existencia de aquellos que gracias a la posición de sus amigos, familia o partidos, se han favorecido abusivamente; más el mito colectivo de que la única forma de progresar en Chile es por medio de las amistades apropiadas -entre otras cosas-, no dejan a nadie indiferente. Sin embargo, no podemos olvidar que la rabia puede ser el impulso inicial por la búsqueda de los cambios necesarios, mas no puede volverse el combustible de los mismos, como ocurriese a los revolucionarios del Siglo XVIII, que tan caro pagaron por ello.
Lamentablemente, parece ser que el odio ha entrado en la política y vida social, dividiendo el país, en concepto de muchos, entre “nosotros y ellos”, dando lugar a conductas e ideas negativas para el apropiado desarrollo de nuestra patria, tales como son: el juzgar la maldad de ciertos crímenes, delitos u otras acciones, no según lo qué se hizo, sino quién lo hizo o a quién se lo hizo; el impulsar reformas que afectarán de manera importante el desarrollo económico del país sin suficientes antecedentes y no a través de una discusión razonada de su conveniencia, pues se supone que las oposiciones a ella vienen del deseo de una “clase” de conservar sus privilegios; justificar la violencia sobre quienes se manifiestan en favor de una postura que no es la más popular; acusaciones de hipocresía sobre grupos humanos completos –es posible acusar de hipócrita a un individuo, pero no, por ejemplo, al grupo religioso o partido político al que pertenece- y, en general, en todas aquellas acciones, dichos y actitudes que dan muestras que lo que se quiere no es la mejoría de la vida de todos los habitantes de la república, sino la destrucción de algunos que son, en concepto de otros, los responsables de los males que afectan a las grandes mayorías de la nación.
Los resultados del odio son por todos conocidos: justificación de crímenes atroces y nunca una mejora de la situación de las grandes mayorías, sino solo la llegada al poder de un nuevo grupo, el cual, ya sea solo o aliado al antiguo régimen, gobierna con el mismo despotismo contra el que dijo revelarse arrastrando a aquellos que creyeron en sus postulados.
Desterremos al odio del debate y hagamos que impere, nuevamente, la razón y la cordura, en un país que avanza con todos alcanzando acuerdos que nos unan y consiguiendo el progreso nacional.