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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

Donación de órganos

Quienes niegan la donación en vida suelen hacerlo por desconfianza en el sistema, por ejemplo, por temor a que si hoy se declaran donantes, mañana sean dejados morir en un hospital público, o hasta se propicie su muerte, para hacer más expedita la extracción de sus órganos; o porque creen que el sistema es desigual, por asegurar prioridad sólo a los receptores más pudientes.

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Jorge Ignacio Cerda Mardones es Abogado PUCV y Magíster PUCV en Derecho Penal y Ciencias Penales.

Por ley 19.451 de 1996, todos los mayores de 18 años que habitamos Chile somos donantes de órganos, a menos que hayamos declarado en vida lo contrario ante notario, y así haya quedado registrado en el Registro Nacional de No Donantes del Registro Civil. Y si tras nuestra muerte hubiera dudas sobre si somos o no donantes, porque no se encuentra la declaración notarial, porque no está registrada, o por retractación posterior, antes de extraer nuestros órganos los médicos deben aclarar el punto con nuestro cónyuge; si no lo hay, con el conviviente; si tampoco, con nuestros hijos mayores de edad, con nuestros padres, y así con los demás parientes que indica la ley, en el orden de prelación que establece.

Este principio de donación universal de órganos (todos somos donantes) fue establecido en 2013 por ley 20.673, que modificó la citada ley 19.451, precisamente en ese sentido.

Fue álgida la discusión en esos días. Los más entusiastas pedían presunción de donación a partir de los 14 años, y exigían que quien se declarara no donante en vida, no fuera después receptor de órganos, lo que felizmente no se plasmó en la ley, porque aparte de ser un verdadero chantaje, era contrario a los artículos 19 números 1 y 2 de la Constitución, que garantizan a todas las personas el derecho a la vida y a la integridad física y síquica, y el derecho a la igualdad ante la ley y no ser discriminado arbitrariamente, respectivamente.

Otros dijeron que el principio de donación universal de órganos desnaturalizaba la donación de órganos, que debe ser un acto de liberalidad, de desprendimiento y generosidad, nunca obligatorio. Más aún, debe ser un acto autónomo, es decir, decidido por el sujeto a solas con su conciencia, y no un acto heterónomo, impuesto al individuo por un agente externo, mucho menos en forma coactiva como hace el Estado a través de una ley. No correspondía, se decía en síntesis, que senadores y diputados, más allá de los requerimientos legales sanitarios establecidos, y sustituyéndose a los deudos, decidieran por sí y ante sí la suerte de los cuerpos de los ciudadanos una vez fallecidos.

Pero el gran supuesto era que convirtiéndonos a todos en donantes por ley, aumentaría la tasa de donación de órganos.

Según cifras de la Corporación Nacional de Fomento de Trasplantes (www.trasplante.cl), en 1998 Chile tenía 7,7 donantes por cada millón de habitantes. En 2010 la tasa bajó a 5.4, y en 2015 fue de 6,7.

Saque usted sus propias conclusiones.

Mientras tanto, déjeme contarle que según los especialistas, aumentar el número de donantes no pasa por exigirle a la gente que lo sea, y menos bajo acusación de egoísmo y superstición, como se ha leído por ahí tras casos, lamentables sin duda, de niños necesitados de trasplante que murieron esperando donante.

Para aumentar el número de donaciones de órganos es necesario contar con un sistema de información en línea y permanentemente actualizado que indique claramente quién se interna dónde, por qué dolencia, cuál es su diagnóstico médico, cuál su pronóstico, si es o no donante, si hay negativa familiar justificada, aptitud del órgano, y lo más crítico: si ha habido o no fallecimiento.

A este sistema de información se le llama “sistema de alerta”, porque es el que permite al agente sanitario saber dónde y cuándo hay donación de órgano apto para trasplante.

El país del mundo que más donaciones registra es España, con 35,1 donantes por cada millón de habitantes. Le sigue Croacia con 35, y Portugal con 28.

Pero España no siempre tuvo esos números. Los generó. ¿Cómo? Precisamente mejorando su sistema de alerta, sumamente estructurado, bien financiado y muy bien fiscalizado, en un contexto en que la donación de órganos en los hospitales es prioridad.

Entre 2005 y 2015, Argentina más que duplicó su número de donantes, de un 6% a un 13,5%, sólo educando a su población y mejorando su sistema público de alerta. Su ley de donación universal de órganos (2010) aumentó muy marginalmente el número de donantes, apenas un 0.5%.

En Chile no hay buen un sistema de alerta. Todo el tiempo, a lo largo y ancho del país, mueren donantes de órganos aptos y la autoridad no lo sabe.

En Chile, la negativa familiar a la donación de los órganos del difunto era de 37% en 2010, y fue de 53% en 2015. Aunque la cifra es alta, en muchos casos la negativa es justificada porque el mismo difunto declaró en vida que no sería donante. Que los deudos nieguen la donación contra voluntad expresa del difunto en vida, pasa muy poco.

Quienes niegan la donación en vida suelen hacerlo por desconfianza en el sistema, por ejemplo, por temor a que si hoy se declaran donantes, mañana sean dejados morir en un hospital público, o hasta se propicie su muerte, para hacer más expedita la extracción de sus órganos; o porque creen que el sistema es desigual, por asegurar prioridad sólo a los receptores más pudientes.

Suele divulgarse el drama de los pacientes en espera, y el dolor de los familiares directos, con la intención de crear conciencia en la población y a aumentar así las donaciones. Pero no hay evidencia de esa correlación.

Por todo lo anterior, para aumentar nuestra tasa de donaciones lo mejor es crear, fortalecer un sistema de alerta suficientemente transparente y fiable para todos, y educar a la población para que confíe en que mantenerse como donante no lo hará correr peligro en los hospitales públicos, y que en caso de fallecer, sus órganos serán destinados a personas que realmente lo necesitan.

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