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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

La colaboración social y la propuesta de Cicerón

No obstante, el ideal igualitarista siempre ha sido considerado como uno de los más nobles y altruistas y por eso mismo tan propio de la juventud, inmaculada de todo realismo pesimista. Esto se debe a que gran parte del mundo intelectual ha querido asociar de manera simple –o mejor dicho, erradamente- el ideal socialista con la preocupación por los más necesitados.

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Diego Tagle es Miembro de Educación para Chile, estudiante de Derecho UC.

Marco Tulio Cicerón, ya retirado de la vida pública, no por indiferencia sino por considerar indigno y deshonroso colaborar con la dictadura de quienes no buscaran restablecer la república luego del asesinato de César el 44 a.C., se aparta de la vida pública para dejarnos de alguna forma -ya que no lo logró en política- su sueño de libertad. Lo hace mediante la famosa obra De officiis dirigida a su hijo, donde trata sobre los deberes que cada hombre ha de cumplir respecto a sí mismo y a la patria. Es aquí cuando este implacable defensor de la humanidad le suplica a su hijo que honre la adiumenta hominum, la colaboración entre los hombres, como el ideal más elevado y trascendente.

Hoy nuestro país, buena noticia para algunos y para otros tal vez no, transita por un periodo de inflexión donde se plantean profundas reformas al orden social que ha imperado las últimas décadas. Y si bien todos –o casi todos- parecieran perseguir un desarrollo social más perfecto para Chile, nos hemos ido dividiendo en posturas que a veces asoman como irreconciliables. Que ya no es, como algunos todavía creen, el resabio “más Estado” o “más mercado” que nos dejó la Guerra Fría, sino algo aún más profundo. Por un lado está Cicerón y todos aquellos que levantan “la bandera de la Sociedad Civil”. Por el otro, tenemos a aquellos que plantean la igualdad desde un punto economicista para que tengamos un orden social realmente “justo” creado desde el Estado.

Hace no pocos siglos, la renombrada figura pública de Roma nos hacía una propuesta: la colaboración entre los hombres. Una perspectiva desde la cual el bien individual se identifica con el bien social. Una en que todos somos constructores del progreso. Una en que una organización privada como Un Techo para Chile puede ser parte de la reconstrucción, la Teletón forma parte de la integración social y así tantas otras asociaciones nacidas de la libertad y el interés social. Una donde una empresa privada puede construir hospitales y donde los padres pueden disponer de sus recursos para que sus hijos reciban una mejor educación. En resumidas cuentas, una sociedad sin trabas y sin límites a la colaboración, pues, ¿qué ideal más elevado podemos esperar de una sociedad que la colaboración entre unos y otros?

En la otra vereda nos encontramos con los defensores de la igualdad economicista. Perspectiva desde la cual el bien individual es contrario al bien social, donde el Estado debe regular y hacer. La perspectiva de quienes piden que se acabe la Teletón porque las empresas privadas no pueden colaborar con un desarrollo más humano del país. La de quienes detienen la construcción de numerosos hospitales con tal de que no se hagan mediante concesiones. La de quienes creen que si un padre colabora económicamente con la educación de su hijo lo que realmente está haciendo es perjudicar al resto de los niños del país. Todo lo anterior, porque solamente el Estado puede entregar de manera igualitaria los recursos que el país genera. En fin, una sociedad a la que, desde el dogmatismo ideológico, se le imponga un orden igualitarista y se le coarte su libertad.

No obstante, el ideal igualitarista siempre ha sido considerado como uno de los más nobles y altruistas y por eso mismo tan propio de la juventud, inmaculada de todo realismo pesimista. Esto se debe a que gran parte del mundo intelectual ha querido asociar de manera simple –o mejor dicho, erradamente- el ideal socialista con la preocupación por los más necesitados. Paradójicamente, el objetivo puro de igualdad ha resultado ser en la práctica el olvido de quienes más lo necesitan: basta con revisar el intento de muchos regímenes totalitarios durante el siglo XX, la situación de países de la región y las actitudes de nuestro gobierno. Porque como es evidente, igualdad y bienestar no son sinónimos, y como diría la Biblia, no se puede servir al mismo tiempo a dos señores. En efecto, ante cada disyuntiva un igualitarista, como su nombre lo indica, optará por la igualdad, aun en desmedro del bienestar social. Lo que tiene penosas consecuencias para la sociedad.

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