Tribunal Constitucional: el garante de “la medida de lo posible”
¿Cómo intentar solucionar esto? Bueno, sería simple responder que debe hacerse por medio de una conversación democrática en torno a un nuevo texto. Y eso es lo que se está tratando hacer.
Francisco Méndez es Periodista, columnista.
La semana pasada fuimos testigos de cómo la palabra democracia pasaba frente a nuestros ojos por medio de una gran cantidad de discursos pomposos y emocionados. Senadores, diputados, ex ministros, y todo personaje público relacionado a la política en los últimos 26 años de democracia, aplaudieron la frase “en la medida de lo posible” que el fallecido ex Presidente Patricio Aylwin dijo en el comienzo de su gobierno, una vez entregado el Informe Rettig. Frase que se transformó, con el tiempo, en el emblema de la transición política a la democracia.
Todos, desde la derecha a la centroizquierda, recalcaban el realismo que traía implícito. Y es que la política es el arte de lo posible, decían estas personalidades en los eventos que se realizaron en el marco del funeral de Estado de Aylwin. Parecía necesario dejar en claro que había cosas que simplemente no se podían hacer, y que era mejor conformarnos con esta manera de hacer las cosas y construir Chile.
Esto, ignorando-o pretendiendo que nosotros ignoráramos- que si bien claramente hay acciones que deben llevarse a cabo en la medida de lo posible porque somos humanos, y la democracia es una construcción humana, lo cierto es que en nuestro país eso es más bien el resultado de la exitosa implementación de una hegemonía pensada por quienes ganaron la batalla de las ideas por medio de la fuerza. A lo que se sumó otro factor favorable: el conveniente miedo de quienes estaban al frente.
Y esto lo vemos a diario. El problema es que muchas veces queremos obviarlo porque nos da un poquito de vergüenza. Sin embargo, los hechos son tan evidentes- y a veces tan indignantes- que se plantan frente a nosotros sin que podamos desviar la mirada. Uno de estos hechos es la resolución del Tribunal en la discusión de la reforma laboral. Una vez que a la derecha no le gustó un aspecto de esta-el de la titularidad sindical específicamente-, acudió a esta institución porque sabían que ganarían. No importaba el debate parlamentario que se había dado anteriormente, ya que la democracia la definen ellos. Así se construyó este nuevo régimen, y ellos venían a ratificarlo.
Estaban tan seguros de que ganarían en esta instancia que hasta da un poco de miedo sólo pensarlo. Y esto sucede porque tienen tan tatuada su ideología en nuestras instituciones, que sienten que el ejercicio democrático es algo que se mide según lo que les conviene considerar posible, es decir, según lo que ellos determinan como lo real, basado en un dogma claro y sumamente purista como es el neoliberal instaurado en nuestras tierras.
Ese es el realismo que tanto aplaudimos ilusamente en los gobiernos concertacionistas de los 90 y comienzos del 2000, y que no hicieron nada más que perpetuar una sola manera de percibir la sociedad. Es la forma en que muchos de quienes nos gobernaron con las banderas de la centroizquierda prefirieron no ganarse problemas y aceptar que la política en nuestro país tenía que darse en ciertos márgenes no democráticos para así, en un futuro, poder disfrutar de una cierta tranquilidad y estado de derecho pleno.
Usted se preguntará, entonces, qué pasa con los “enclaves autoritarios” que se reformaron con Ricardo Lagos. Pues bueno, esa reforma fue tal vez el acto que más legitimó en democracia la ideología construida en dictadura. El ego del ex Presidente traicionó las esperanzas reformadoras de muchos chilenos, ya que parecía más importante borrar la firma de Pinochet para poner la suya sobre un mismo texto, que comenzar un proceso constituyente. Era menos vistoso hacer lo último.
¿Cómo intentar solucionar esto? Bueno, sería simple responder que debe hacerse por medio de una conversación democrática en torno a un nuevo texto. Y eso es lo que se está tratando hacer. Pero pareciera que el trabajo es más arduo debido a toda la influencia comunicacional que tiene el relato instaurado y perpetuado. Pareciera que se necesita más inteligencia que simple discusión. Por lo mismo es que parece urgente un ejercicio intelectual que sepa persuadir a un país que viene recién despertando de un largo sueño en el que la transición fue nuestro adormecedor.