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Actualizado el 25 de Noviembre de 2020

La muerte: de Jefferson a la bruja roja

Me enfrento a lo más difícil de la farándula: la ética, fundamental en este trabajo. Sé que todos nos equivocamos, nos pasamos de la raya y que en esta sociedad ser ético es visto como ser huevón a veces, pero no puedo evitar enojarme cuando leo el siguiente GC en un matinal: “Por acusación de abuso a su hija, Jefferson habría terminado con su vida”.

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Alejandra Valle es Porteña for ever, esté donde esté. Guachaca con o sin corona. Periodista en casi todos los medios escritos y televisivos del país. Amo escribir, hablar y cantar. Está claro, ¿no?

Había escrito otra cosa. Y tenía que ser publicada hace tres días. Pero mi mente se vio afectada por mi corazón. La pena me nubló. Uno de mis amigos partió de este mundo tras semanas de lucha por una maldita gripe, por la H1N1. Y la muerte tiene eso, que nunca estás lo suficientemente preparado para enfrentarla. Quedan cosas pendientes, quedan abrazos por dar, palabras que decir. Por suerte están los recuerdos, los legados y el amor que no se apaga de un día para otro.

Curiosamente en mi trabajo también tuve que hablar de muerte varios días. Fue porque como, la mayoría ya sabrá, falleció el bailarín brasileño Jefferson Barbosa, quien fue parte del grupo Axé Bahía, el que hizo bailar a todo el país a comienzos de este milenio. Las últimas horas de Jefferson fueron muy tristes. Las vivió angustiado por una acusación de abuso por parte de su hija chilena. ¿Debemos hablar de esto si no se alcanzó siquiera a investigar? ¿Tenemos los medios de comunicación derecho a unir estas dos informaciones dando por sentado una hipótesis cuando ni la justicia alcanzó a pronunciarse? Y más importante, ¿tenemos derecho a exponer a una menor de edad que ya ha sufrido suficiente diciéndole indirectamente que podría ser “culpable” de la muerte de su propio padre? No he logrado responder a mis dudas cuando la información es portada de un diario. Siento que el sistema es frío o yo estoy demasiado sensible. Me enfrento a lo más difícil de la farándula: la ética, fundamental en este trabajo. Sé que todos nos equivocamos, nos pasamos de la raya y que en esta sociedad ser ético es visto como ser huevón a veces, pero no puedo evitar enojarme cuando leo el siguiente GC en un matinal: “Por acusación de abuso a su hija, Jefferson habría terminado con su vida”.

Mi humor sigue negro. Me cuesta más reír. Me duele la cabeza cuando tengo que partir con varios niños a Fantasilandia para celebrar el cumpleaños de mi hija. Quizás lo más difícil de que un amigo cercano fallezca es constatar que la vida sigue su curso a pesar de la muerte. Y que lo mismo pasará cuando nosotros, inevitablemente, nos vayamos.

Se acaba esta rara semana por fin y me dispongo a ver Game of Thrones después de una once familiar. El primer capítulo me dejó con una sensación rara. Jon Snow seguía en esa mesa frío, inerte, justo cuando yo más necesitaba una esperanza porque mi amigo aún peleaba. A los días su cuerpo no pudo más. Sin embargo, en la ficción el milagro sí llegó y vino con esta segunda entrega (si no has visto el 2° capítulo no sigas leyendo). Tal como muchos habían adelantado, Melissandre fue la encargada de devolver a Jon Snow a la vida con un conjuro que la dejó agotada. Y aunque en un primer momento parecía que no resultaba, justo al final sus ojos se abrieron y en el mundo entero los fanáticos de la serie celebramos que por fin había buenas noticias para el bando de los buenos. En lo personal, celebro que la ficción me permita soñar que no nos acabamos con la muerte y que la maldita pelá puede burlarse. Porque en la vida real, no hay brujas rojas para salvarnos del destino. Todo tiene solución, menos la muerte.

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