Actuar al compás de Bolivia
Cabe preguntarse si frente a las reiteradas acciones bolivianas sería factible o al menos, realista ofrecer reanudar relaciones positivas. O bien pecamos de inocencia inentendible. La prudencia indica que no conviene exacerbar las cosas donde Bolivia busca demostrar que somos un país agresor. Pero tampoco ha contribuido en nuestro favor ni logrado el apoyo internacional requerido, el que siempre y previsiblemente, reaccionemos al compás de sus provocaciones.
Samuel Fernández I. es Abogado (UC), Magister en Derecho (UCEN), Embajador (r). Profesor de Derecho Internacional Público; Comportamiento Ético y Social del Abogado; y del Magíster en Arbitraje, de la Universidad Central de Chile. Académico de diversas Universidades, y de la Academia Diplomática.
Se ha transformado en un hábito. El Presidente Evo Morales busca toda ocasión de provocarnos mediante descalificaciones, algunas verdaderamente insultantes, o acciones externas contra Chile, su gobierno, ministros o quien sea. Tales actos inamistosos se intensifican al ritmo de los problemas internos bolivianos, o hasta los personales de su presidente. Por sólo nombrar los más recientes, tenemos la denuncia de la existencia de una gran base militar en Cariquina, acusándonos de poseer tanques blindados y misiles tierra-aire, lo que reclamó como un acto agresivo cercano a la frontera, contra la buena vecindad y normas internacionales. Más la última pregunta a la Presidenta durante su viaje a Gran Bretaña, hecha por el Embajador boliviano, sobre las relaciones de su país con el nuestro.
No son hechos aislados ni respuestas a iniciativas nuestras, sino que forman parte de una campaña persistente, bien orquestada y llevada a cabo cómo sea necesario, en búsqueda de objetivos definidos, con o sin motivos que los justifiquen. Entre éstos, mantener vigente el estado de controversia con Chile, victimizarse y buscar apoyos externos; y hasta con la esperanza de que reaccionemos y adoptemos medidas drásticas que pudieren calificarse de violación grave del Tratado de 1904, con el propósito de intentar denunciarlo unilateralmente y desprenderse de sus obligaciones. Ciertamente sería caer en una trampa bastante burda. A estas recientes acusaciones se unen otras previas, como el tema del Silala y la amenaza de un nuevo pleito ante la Corte Internacional de Justicia, y la creación de un Consejo de Defensa para dicho río.
No es difícil entender los objetivos bolivianos contra nuestro país, tampoco han cambiado demasiado a lo largo del tiempo, y en particular viniendo de Evo en su situación actual; sin haber obtenido su mandato indefinido, y la merma de apoyos regionales evidentes, como los que tuvo en tiempos kichneristas de Argentina o por parte de Dilma del Brasil, hoy reemplazados por administraciones opuestas a los países del ALBA chavista que Bolivia integra. Para qué decir del venezolano Maduro que lo sigue respaldando de manera explícita, aunque ahora no está en condiciones de apoyar a nadie.
Sin embargo, lo que cuesta comprender es porqué normalmente actuamos según las pautas de Bolivia, y siempre reaccionando a ellas, jamás tomando alguna iniciativa, o tampoco las contrarrestamos suficientemente. De manera que encuentran un terreno sin obstáculos para insistir, cómo y donde quieran, con resultados que en definitiva les resultan favorables y atractivos, al menos para la opinión pública poco informada, o para variados medios de comunicación que las encuentran noticiosas, dentro o fuera de Bolivia.
Ha sucedido con la pretendida gran base militar en Cariquina. Por sobre si era poderosa, o si tenía o no las armas denunciadas, apresuradamente todo se desmintió. El propio Ministro de Defensa dio explicaciones de sus propósitos internos contra el contrabando o el narcotráfico, y prestamente, una Subsecretaria y varios Diputados, la visitaron para dejar en evidencia la operatividad verdaderamente limitada y casi inofensiva de tal instalación. Como si no tuviéramos el pleno derecho soberano de construir puestos militares en nuestro territorio, de la capacidad y en el lugar que estimemos necesario.
Por su parte, en Londres, y ante la desusada interpelación del representante boliviano, cabe sospechar que actuó bajo instrucciones y no por cuenta propia, contra toda práctica diplomática en el país en que está acreditado, sólo por incomodar de manera impertinente, porque conoce nuestras relaciones bilaterales en detalle, o debiera conocerlas como funcionario oficial. Respondimos que deseábamos buenas relaciones normales, por sobre las circunstancias, y que estamos dispuestos a ello de forma positiva.
Cabe preguntarse si frente a las reiteradas acciones bolivianas sería factible o al menos, realista ofrecer reanudar relaciones positivas. O bien pecamos de inocencia inentendible. La prudencia indica que no conviene exacerbar las cosas donde Bolivia busca demostrar que somos un país agresor. Pero tampoco ha contribuido en nuestro favor ni logrado el apoyo internacional requerido, el que siempre y previsiblemente, reaccionemos al compás de sus provocaciones.