Pasos hacia una ética de la interdependencia
Cuidando a los otros nos cuidamos a nosotros mismos, y cuidándonos cuidamos a los demás. Desde esta perspectiva atacar al otro o defender “mi territorio” se vuelve algo sin mucho sentido. A mediano o largo plazo discriminar termina pasando la cuenta, atacar a otro es inevitablemente atacarse a uno mismo.
Claudio Araya es Profesor de la Escuela de Psicología de la Universidad Adolfo Ibáñez.
Muchas de las dificultades con las cuales nos vemos enfrentados hoy parecen tener un denominador común, la creencia que podemos vivir como seres independientes y separados de los demás. Fenómenos como la violencia, la discriminación y la corrupción, a pesar de ser problemas complejos y diferentes, se sustentan en esta falsa creencia. Por ejemplo, la violencia supone que se puede dañar y no resultar dañado; o en la discriminación, se puede llegar a creer que se podría discriminar y construir muros y no quedar preso, en el mismo momento, de esas mismas barreras.
Si no lo visibilizamos y ofrecemos una alternativa a esta perspectiva, podemos perdernos en buscar siempre soluciones superficiales, que no terminen nunca por resolver los problemas a la cual nos vemos enfrentado. Cambiar la perspectiva puede ser el primer paso para resolver o disolver las dificultades.
La cultura individualista promueve la idea que los seres humanos somos seres independientes o en el mejor de los casos, que el grupo al cual pertenecemos (endogrupo) es o “más confiables”, “más amigable” o “más inteligente” que el grupo al cual no pertenecemos (exogrupo), el cual percibimos como “menos confiable” “más amenazante” o francamente “peligroso”. La cultura individualista promueve la competencia en desmedro de la cooperación, ya que resulta necesario competir para diferenciarnos.
El riesgo de esta mirada es que creamos una diferencia ilusoria, y establecemos un dualismo que generan a corto o largo plazo sufrimiento. La separación y el dualismo buscar tranquilizarnos, sin embargo, paradójicamente se transforma él mismo en el principal problema.
La pregunta entonces es ¿Podemos hacer algo para transformar este dualismo? ¿Qué alternativa existe?
Una alternativa a esta percepción no es promover la dependencia, sino más bien promover activamente una perspectiva interdependiente, en la cual contemplemos una panorámica amplia, donde percibamos que no estamos radicalmente separados de los demás, y que reconozcamos que nuestras decisiones y acciones influyen en los demás, y que las decisiones y acciones que los otros también nos afectan.
La interdependencia es muy diferente a la dependencia, la dependencia es pasiva y oculta que jugamos también un rol activo, mientras que la interdependencia reconoce que formamos parte de una red compleja y viva. Fritjof Capra llamaba la llamaba la trama de la vida, Thich Nhat Hanh llama poéticamente a esta perspectiva la mirada de inter-ser (no somos seres separados de otros, en todo momento inter-somos)
Para comprender esta perspectiva no necesitamos ir muy lejos, basta con mirar a nuestro alrededor. Por muy concreto que parezca, para vivir necesitamos de la luz del sol, del oxígeno, del alimento y del agua; ningún ser vivo puede vivir sin estos recursos, necesitamos también ser validados por otros y en el mismo sentido, necesitamos validar a los demás. Somos quienes somos gracias a todos estos elementos, y de la consciencia de esta íntima interdependencia emerge un sentido de responsabilidad. De esta perspectiva interdependiente emerge una ética muy diferente a la ética que emerge de la perspectiva independiente y dualista.
El desarrollo de una ética no dualista parte de la base de reconocer una humanidad compartida, y más allá, que somos seres sintientes que inter-somos, que “estamos todos en el mismo barco”, que nos necesitamos para seguir viviendo; dicho en otras palabras, nadie puede salvarse solo, necesitamos vincularnos no instrumentalmente para alcanzar un mayor bienestar. La inter-dependencia nos conduce a una ética de la colaboración y del cuidado.
Cuidando a los otros nos cuidamos a nosotros mismos, y cuidándonos cuidamos a los demás. Desde esta perspectiva atacar al otro o defender “mi territorio” se vuelve algo sin mucho sentido. A mediano o largo plazo discriminar termina pasando la cuenta, atacar a otro es inevitablemente atacarse a uno mismo. Desde esta conciencia brota una natural compasión, basada en el cuidado y en el respeto por todo lo que permite que seamos quienes somos, cuidar y cuidarnos se vuelven interdependientes.
Interdependencia no significa que se diluyan las responsabilidades y que todo valga lo mismo, significa reconocer que formamos parte de una comunidad mayor (nos demos o no nos demos cuenta de aquello), y que en esa comunidad jugamos un rol activo, que podemos contribuir a un bienestar no sólo individual, sino a un bienestar relacional y colectivo.