Jaime Orpis y la excusa del “hombre bueno”
Orpis y los suyos apelan a la dignidad de sus actos públicos para que así nos olvidemos de lo indignas que fueron las conversaciones de pasillo, pero sobre todo para que obviemos las poco pudorosas tramitaciones de leyes que hoy nos rigen y que fueron pensadas en las oficinas de empresas que son directamente beneficiadas con estas.
Francisco Méndez es Periodista, columnista.
Cuando Jaime Orpis fue encarcelado bajo la figura de prisión preventiva, las reacciones comenzaron a llenar cada espacio público y virtual. Mientras cierta élite lloraba la supuesta injusticia de la que era objeto este nuevo “santo” de la UDI, por otro lado, quienes seguían detenidamente por la televisión cómo un senador que había puesto a la venta su cargo en el Congreso entraba finalmente a la cárcel, celebraban y aplaudían.
“Y es que es un hombre muy bueno”, repetían cercanos al parlamentario. “Ha ayudado tanto a los drogadictos”, decían otros quienes aludían a su trabajo en materia de rehabilitación, como si lo cometido por el ex militante gremialista, al legislar según el dinero que le pagaba Corpesca, no tuviera importancia frente a estos “actos nobles” que realizó en su vida pública.
Si somos un poco más acuciosos con respecto a la figura de Orpis, tal vez podríamos detenernos en otro aspecto de su vida como personaje público, como fue el haber apoyado a la dictadura y no haber hablado nunca de las brutalidades cometidas bajo esta. Pero el tema acá es otro, y consiste en cómo el “buenismo” no es siempre una credencial de integridad, ni menos de calidad de persona que se es.
Con esto no quiero decir que Jaime Orpis sea particularmente un mal tipo, porque no lo sé y porque sería caer en una caricatura de blancos y negros que finalmente termina reduciendo el debate a simples “twitteos” mentales. Lo que me parece importante señalar, en cambio, es que los Tribunales de Justicia no determinan si una persona carece o no de bondad, sino que fallan según la gravedad de las acciones que se cometieron. Gravedad que en el caso de Orpis parece bastante evidente, aunque aún estemos en la fase de las medidas cautelares.
Pero en la derecha siguen con la excusa del “hombre bueno”. Siguen argumentando su defensa al echar mano a su estado de salud débil y a sus logros en el ámbito de las drogas. Como si eso pudiera aminorar la gran tragedia democrática de la que él es victimario al relativizar las instituciones republicanas, pero sobre todo al traicionar a sus electores prefiriendo a quienes desembolsaban una buena cantidad de dinero al mes por sobre quienes acudían a votarlo.
Sin embargo, acá lo fundamental es instalar la idea del bonachón que se equivocó, o que sólo hizo lo que “todos hacían”, cancioncita que suena cada vez que se demuestran las faltas a la ética del mencionado parlamentario, o de otros tantos. Todo esto intentando que olvidemos el atentado a esta cada vez más curiosa democracia.
Orpis y los suyos apelan a la dignidad de sus actos públicos para que así nos olvidemos de lo indignas que fueron las conversaciones de pasillo, pero sobre todo para que obviemos las poco pudorosas tramitaciones de leyes que hoy nos rigen y que fueron pensadas en las oficinas de empresas que son directamente beneficiadas con estas.
Porque si bien sus familiares y cercanos pueden encontrarlo una excepción de hombre, lo cierto es que su manera de desempeñarse en la arena política es a lo mejor la muestra más clara de que las instituciones que supuestamente dan estabilidad a nuestro régimen, son sobrepasadas por el poder de empresarios que no respetan el espíritu republicano. Como también por las mediocres ansias de algunos integrantes del hemiciclo que prefieren ser los mejores empleados del poder privado antes que ejercer con independencia su labor pública.